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Columna
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Calatrava

Miquel Alberola

El Palau de les Arts abre sus puertas en Valencia, y siendo ésta la noticia, no es menos destacable que el complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias queda culminado, aunque a falta de construir el juego de rascacielos añadido con posterioridad. El proyecto no ha podido sustraerse a los avatares políticos a lo largo de los diez años que ha costado su realización, incluso su abusiva instrumentalización por parte del poder también ha hecho que muchos de los que fueran seducidos por el trabajo de Santiago Calatrava en el inicio hayan ido consagrando ese mismo entusiasmo a la decepción. En este proceso de encanallamiento los sobrecostes que ha ido acumulando el proyecto y las legítimas, aunque absurdas, envidias de algunos arquitectos valencianos no han resultado ajenas. Por suerte para Valencia, esta estructura arquitectónica va a durar mucho más que el malestar de raíces políticas y gremiales de su coyuntura. Ésta, guste más o menos, es la gran obra del autogobierno valenciano. La Comunidad Valenciana ha experimentado un impresionante cambio cualitativo desde que recuperó su principal institución política. Muchas infraestructuras son hijas de ese acontecimiento y algunas de ellas han forjado esa nueva realidad, pero ninguna, recogiendo el esfuerzo de las dos principales fuerzas políticas, ha influido tanto en el cambio de fisonomía de Valencia como la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Valencia perteneció al gótico hasta que Santiago Calatrava levantó este valle de huesos que a todos los efectos ya ha absorbido la sustancia de la ciudad. Puede que algunos se resistan a acatarlo como símbolo por desmesurado, pero en el fondo sólo se trata de un alegato mineral y de un homenaje al círculo científico de la Academia de las Ciencias parisina. Santiago Calatrava estableció la correspondencia entre la arquitectura y la anatomía a partir de un libro de Rafael Pérez Contel que reproducía unas láminas del grabador valenciano Crisóstomo Martínez. Los trabajos sobre huesos de este microscopista, que había trabajado con el anatomista Guichard Joseph du Verney y el círculo de científicos en París, determinaron el lenguaje del arquitecto, en el que ya estamos inscritos para siempre.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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