El agua que viene del cielo
Las rogativas pidiendo lluvia permiten fijar los episodios históricos de sequía
Implorar a la divinidad que sea generosa y permita que el cielo libere lluvias abundantes es, posiblemente, un ruego que ha estado presente en todas las religiones del mundo a lo largo de la historia. Organizar estos ruegos de manera que formen parte de una liturgia reglamentada es, sin embargo, algo exclusivo de las grandes religiones. La Iglesia católica incorporó los rituales de petición de lluvias (rogativas pro pluvia) a su liturgia entre los siglos IV y V, y de su celebración han quedado registrados numerosos y precisos testimonios en los archivos parroquiales.
Lo que podría parecer un recurso anacrónico sigue siendo una fórmula más que viva. A comienzos del pasado mes de septiembre, el obispo de Córdoba, Juan José Asenjo, remitió una nota a los medios de comunicación en la que anunciaba el exhorto que había realizado "a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles cristianos, para que pidieran a Dios el fin de la sequía". El vicario general de la diócesis habría precisado las instrucciones de esta petición, de manera que "en todas las misas y oraciones comunitarias se eleven súplicas (...) para que Dios, por su misericordia, nos libre de esta calamidad y nos bendiga con el agua que necesitamos".
La utilidad de estos ruegos va más allá del valor que le otorgan los creyentes ya que, en algunos casos, constituyen la única referencia histórica que se puede utilizar para situar periodos de sequía en épocas remotas. Cuando la pasada semana el Ministerio de Medio Ambiente calificaba de "inédita" la actual disminución de precipitaciones utilizaba este calificativo porque, según explicaba una nota de este departamento, nos enfrentamos "al año más seco desde que hay registros". Pero, ¿desde cuándo hay registros?
"En España", precisa el meteorólogo Inocencio Font, "aunque las observaciones meteorológicas mediante instrumentos se iniciaron en Madrid en 1737, las pluviométricas no lo hicieron hasta finales del siglo XVIII, y aun así, desgraciadamente, debido a diversas vicisitudes, incluido el vandalismo de las tropas napoleónicas, la mayor parte de estos registros fueron destruidos o extraviados, por lo que sólo disponemos de dos series de datos pluviométricos que superen los 150 años, iniciadas a principios del siglo XIX en Madrid y San Fernando (Cádiz)".
Este tipo de registros se fueron extendiendo, poco a poco, a la mayoría de las capitales y, así, uno de los primeros registros fiables que se han conservado es el procedente del Observatorio de la Encarnación (Sevilla), en el que se anotan las precipitaciones del periodo 1865-1874, y en el que aparece una brusca disminución de las lluvias en los años 1869 y 1874. Recurriendo a archivos similares, Font señala diferentes periodos de sequía situados en los periodos 1876-80, 1920-34, 1940-55, 1980-84 y 1990-95, siendo éste último el más acusado de todos.
Archivos eclesiásticos
Sin embargo, aún se puede retroceder más en el tiempo acudiendo a los archivos eclesiásticos y municipales en los que han quedado registradas las rogativas pro pluvia. Incluso es posible recurrir a otros relatos históricos como el del autor musulmán Ibn Hayyán, que en el año 936 relata una intensa sequía en tierras andaluzas, posiblemente la primera de la que ha quedado testimonio escrito. "Fue éste el año más seco de los años conocidos en ella, pues no cayó una gota de lluvia ni llegó a mojarse el suelo", asegura Ibn Hayyán. Cinco años después, en el invierno de 941-942, el mismo historiador cordobés ofrece noticias de una nueva sequía durante la que "se secaron los aljibes, se interrumpió la labranza y aumentó la esterilidad", sequía que obligó a organizar diferentes rogativas.
La ordenada liturgia que la Iglesia católica organizó en torno a estas peticiones de lluvia permite interpretar la gravedad de las diferentes sequías, como ha estudiado, entre otros, Mariano Barriendos, especialista del grupo de Climatología de la Universidad de Barcelona. De esta manera, si lo que se anotan son oraciones especiales en las misas, la intensidad del fenómeno es baja y tan sólo se trata de acciones preventivas. Aún dentro del templo, si se exponen reliquias o imágenes es porque la ausencia de lluvias comienza a causar daños, aunque poco importantes, en la agricultura. La pérdida parcial de las cosechas obliga a salir de la iglesia y a procesionar por la localidad en cuestión, procedimiento que suele indicar la aparición de una sequía severa. Si las reliquias o imágenes se someten a una inmersión en agua (procedimiento que terminó siendo prohibido por los daños que se ocasionaban a estos elementos) la ausencia de lluvias es extrema, con pérdida de la práctica totalidad de las cosechas. Los episodios catastróficos, en donde aparece una crisis de subsistencia, suelen señalarse con peregrinaciones a santuarios de especial veneración.
Tensiones en seco
El Sistema Español de información sobre el Agua (Hispagua), puesto en marcha por los ministerios de Fomento y Medio Ambiente, advierte en su página web (http://hispagua.cedex.es/) que las sequías, en territorio peninsular, "no son un fenómeno reciente, como algunos podrían creer". También en este caso se citan las crónicas recogidas en Andalucía durante el califato de Abderramán III, y los diferentes registros de rogativas católicas que aparecen en archivos parroquiales del país.
También se anotan los terribles efectos de algunas sequías ya olvidadas, como la que se produjo en torno al año 1930. En este caso, la ausencia de lluvias "acrecentó la tensión social y política que se venía arrastrando desde hacía años". En los latifundios se redujo la contratación de mano de obra, por lo que los campesinos reclamaron tierras para poder subsistir. De alguna manera este fenómeno meteorológico precipitó la proclamación de la II República en abril de 1931.
Lo cierto es que la sequía tiene efectos directos en la agricultura, en los terrenos forestales (que son más vulnerables a los incendios), en la ganadería, en la industria, en el medio ambiente y en la gestión del agua (con perturbaciones en la calidad y/o suministro de la misma), pero también son notables los efectos indirectos, que pueden ocasionar alteraciones en el comercio, las finanzas, el turismo, la salud pública, el empleo o la política (los clásicos enfrentamientos entre comunidades autónomas a cuenta, por ejemplo, de los trasvases).
Según detalla Hispagua, la brusca disminución de precipitaciones puede originar "un incremento de las enfermedades cardiovasculares, las alergias y las infecciones respiratorias".
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