Puñalada trapera
Mientras el planeta todo, y el madrileño-catalán en particular, estaban expectantes con el pacto de la burra estatutaria y sus peculiares contracciones intermitentes -finalmente habemus papam, como era de prever-, en el Parlamento español iban a sus cosas. Sus disciplinadas señorías, atentas a las obligaciones parlamentarias, encontraban tiempo para debatir algunas sesudas proposiciones que los diputados sin micrófono se inventan para pasar el rato y, quizá, triunfar 15 minutos. El miércoles, en la Comisión de Exteriores, entró una de estas proposiciones, cuyo despropósito caminaba parejo a la nula influencia de quien la presentaba. Una diputada de ERC, de cuyo nombre quisiera acordarme, conseguía finalmente que el Congreso debatiera una de esas sonoras imbecilidades que, sorprendentemente, pueden debatirse en tan noble sede. Eso sí, después de los movimientos de despacho y teléfono, los nervios de algunos y la cara enrojecida de otros, la proposición había sido reinventada, pasada por el túrmix y, finalmente, convertida en un engendro cuya comprensión requiere diccionario médico. Relataré los hechos no sólo por lo que significa la proposición, sino también por la radiografía interior de ERC que, para regocijo del marujeo político, todo este lío nos ha proporcionado. ¿Recuerdan ustedes ese viaje de Halcón Viajes que se montaron Carod y Pasqual por tierras bíblicas? Bien, pues en el preciso instante en que Carod tenía tiempo de montar un cirio en la tumba de Rabin, de crear un pollo simbólico en el kilómetro cuadrado más santo de la santidad toda y de hacer un homenaje póstumo a esa hermanita de la Caridad que fue Arafat, en la retaguardia, exactamente justo detrás de su trasero, su partido entraba una proposición en el Congreso para suspender los acuerdos de cooperación con Israel. Es decir, mientras Carod explicaba por Israel lo mucho que admira la recuperación del hebreo y lo bonita que le queda la kipá, los suyos, que no lo deben de ser tanto, intentaban romper relaciones científico-culturales con el país que le estaba acogiendo. Es decir, en el mejor de los casos, el amigo Puchi le hacía a Carod su ya clásica puñalada por la espalda, magnánimo gesto que tantos réditos le ha dado en sus muchos complots del pasado. Lo cierto es que, si no fuera porque una ama a Cataluña a pesar de tanto, estaría por pedir que Israel hiciera caso y que rompiera toda relación científica, cultural y médica con nosotros, a ver si así todos estos se curan con las medicinas que inventan en el Yemen.
Bien, la cosa quedó como quedó, con la proposición presentada, algunos alucinando y casi todos pensando que la retirarían por motivos obvios, entre ellos los paseos que Carod se daba por la comunidad judía de Barcelona para demostrar que era de los suyos. Pasó, además, lo de la retirada de Gaza, que aún convertía en mayor despropósito lo que siempre lo había sido: romper relaciones culturales, técnicas, universitarias con Israel era tanto como criminalizar a la inteligencia de un país, además de reducir un complejo conflicto a una simpleza progre. Pero no, la proposición siguió su camino, Carod no supo retirarla, no pudo, no quiso o todo junto, Puchi le mantuvo el reto y el miércoles se vio en sede parlamentaria. Previamente, y a raíz de los correos indignados que Carod recibió gracias a la publicación del asunto que habían hecho en algunas webs, éste remitió un mea culpa alucinante a la web Es-israel, donde aseguraba que la proposición era "un error político grave", que "si hubiera tenido conocimiento de la iniciativa, ésta no se hubiera producido" (no es cierto: la conocía), y añadía: "Asumo, como presidente de ERC, la responsabilidad de que no se vuelvan a producir hechos como los que ahora lamentamos". Todo esto lo escribía el bueno de Carod el mismo día que su ínclita diputada hacía un discurso parlamentario tan furibundamente antiisraelí que cabe preguntarse a qué se refiere Carod cuando dice que es presidente de su partido. La proposición se transmutó en una resolución infumable donde no sólo se criminaliza unilateralmente a Israel, sino que no se hace ninguna mención del terrorismo islámico palestino. Algunas perlas de la resolución son de manual del disparate.
Desde luego, todo este lío permite dos análisis paralelos. Por una parte, que determinados progres de bolsillo, más cercanos a la dogmática de los sóviets que al pensamiento crítico, continúan reduciendo un conflicto difícil a una pura sarta de tópicos maniqueos. Por supuesto, minimizan el terrorismo (cuya mirada paternalista nos ha traído ya consecuencias trágicas), culpan unilateralmente a Israel de todos los males y, en su solidaridad selectiva, sólo lloran a las víctimas que les parecen políticamente correctas. Lo triste es que todos los partidos se apunten, a veces, a este pim-pam-pum israelí que siempre sale gratis. En fin, en el mejor de los casos, la resolución de ERC aprobada en el Congreso es un ejemplo de estalinismo del pensamiento.
Pero más allá de la cuestión antiisraelí, queda para la pequeña historia esta curiosa puñalada pública que se han dado dos líderes de ERC con la excusa de Israel. Que Carod considere "error grave" una proposición que ha entrado, mantenido y sostenido su propio grupo parlamentario, cuya negativa a retirarla es obvia, y que el mismo día que él pide perdón público a los judíos, los suyos hagan un discurso propio de los mejores tiempos de Al Fatah, resulta bastante curioso. Ante tamaña curiosidad, sólo caben dos conclusiones. O Carod miente alegremente y mientras da la mano a unos alienta la puñalada trapera de los otros, o Carod no manda nada de nada por mucho que se hinche a proclamar su autoridad. O ambas posibilidades, que las dos son compatibles. Sea como sea, el espectáculo ha sido nuevamente lamentable, prolijo en detalles incomprensibles cuya explicación remonta a los manuales de Maquiavelo, y sobre todo perverso para el propio Carod. En el mejor de los casos, queda como un antiisraelí más, como tantos hay en el montón de los tópicos. En el peor, queda como un presidente cuyo trasero al aire recibe sonoras patadas desde la retaguardia. En los dos, queda de todo menos guapo.
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