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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Por el amor de Dios

El pasado 27 de septiembre acudí a la ventanilla de recepción de la catedral del Buen Pastor, en San Sebastián, con el propósito de encargar una misa para el día siguiente en recuerdo a un familiar recientemente fallecido. La desconocida señora que me atendió me recordó, afligida, que la fecha coincidía con la de la muerte de Txiki y Otaegui -a manos de los franquistas-, añadió.

Alentado por el manifiesto y público desinterés mostrado históricamente por la jerarquía eclesiástica vasca hacia las víctimas del terrorismo, consideré justo recordar a esta señora que también ese día y los 364 restantes del año habían sido asesinadas en este país nada menos que casi mil personas inocentes a manos de la mafia etarra. La mayoría de ellas, como, por ejemplo, Gregorio Ordóñez, católicas. ¿Recordará esta señora las fechas del asesinato de todas ellas? Lo dudo. Éstas no figuran en orden prioritario en el almanaque eclesiástico vasco.

Al revelar mi identidad, euskaldún y con todos los apellidos vascos pero que muy vascos, la susodicha censuró mi actitud de preferir dirigirme a ella en español y, añorando tiempos que yo, ingenuo de mí, creía felizmente superados, me llamó manchurriano y que eso de que todos somos hijos de Dios, como yo le repliqué, eran afirmaciones discutibles. María San Gil y María José Usandizaga tuvieron que sufrir algo parecido cuando fueron a buscar gestos de alivio y apoyo del entonces obispo José María Setién.

Sentí una gran indignación pero sobre todo una enorme tristeza. ¡Qué lejana está la diócesis vasca del mensaje de Cristo!, pensé. Y luego se sorprenden de que las iglesias estén vacías.

No alcanzo a comprender cómo pueden poner ni más ni menos que en la ventanilla de recepción de mi diócesis a una persona de estas características para atender a una feligresía tan plural como la vasca. Desde luego no es casual. Estoy convencido. Le pedí que me devolviera el dinero de la misa, le llamé farisea y me fui en paz decidido a no volver hasta que saquen a los mercaderes del templo.

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