A vueltas con la adopción
En un momento de esta inmoderadamente larga, aunque para nada banal peripecia alrededor de los problemas que deben enfrentar los aspirantes a la adopción de niños en un país del Tercer Mundo (en este caso, Camboya), una mujer que ha estado esperando mucho tiempo por un bebé se muestra indecisa ante dos, digamos, opciones: sólo puede llevarse a una criatura, y duda. Poco después, ayudada por alguien a realizar la operación de elección a la que ella no se atrevía, luce oronda al bebé y le hace a su marido, ausente durante todo el proceso, la única pregunta que una madre biológica jamás haría a su cónyuge: "¿Te gusta?".
No faltan sutiles subrayados en esta nueva película de Tavernier sobre las peripecias que supone siempre la operación de adoptar. Como si viniera de compras del supermercado con un nuevo modelito de quita y pon, la mujer luce aquí inconsciente (y por eso mismo, brutalmente clara) en su pregunta. Pero otras demandas que en el filme se realizan no tienen menos calado, como esa declaración en la que un camboyano recuerda que dar niños en adopción significa perder la fuerza de trabajo del mañana, vaciar de potenciales cerebros a un país por no poder permitirse criar a todos los niños que en él nacen.
LA PEQUEÑA LOLA
Dirección: Bertrand Tavernier. Intérpretes: Jacques Gamblin, Isabelle Carré, Bruno Putzulu, Maria Pitarresi, Philippe Saïd. Género: drama, Francia, 2004. Duración: 130 minutos.
El problema de La pequeña Lola no es pues de falta de compromiso con la materia que aborda, ni de ausencia de una mirada crítica sobre el tema. Como ocurría en la, sin duda alguna, mejor película sobre el tema realizada en los últimos años, La casa de los babys, de John Sayles, aquí también la cámara de Tavernier se detiene a mostrar la pavorosa situación cotidiana de Camboya, el problema de las minas antipersona que están un poco por todas partes, la terrible pobreza que lleva a muchos padres a vender a sus hijos...
Pero todo esto es mostrado por Tavernier, desde un guión que firma su propia hija, Tiffany, con un aire demasiado simple y torpón (algo insólito en un cineasta de oficio tan seguro como el francés), en un tono demasiado lacrimógeno y con un punto de vista excesivamente preocupado tanto a no fallar en la transmisión del "mensaje" como en atender al menor matiz que experimenta la relación entre la pareja que le sirve de eje para su narración, dos médicos (Gamblin y Carré: ambos están espléndidos en sus papeles) que pasan por un auténtico calvario, también entre ellos, antes de hacerse con la ansiada niña. Esa atención excesiva lastra en demasía la atención del espectador, como lo hace, igualmente, la puntillosa descripción de cada uno de los pasos burocráticos que han de pasar los adoptantes: con un poco más de contención narrativa se hubiese logrado la misma sensación de tiempo suspendido que persigue el cineasta.
Pero a pesar de todo, y como debería ser siempre en cualquier película planteada desde la inteligencia, también aquí quedan en el aire muchas preguntas que hacerse para mejor enriquecer un debate que, al ritmo que se propaga el fenómeno de la adopción, promete estar en el aire durante mucho tiempo más. Y del que, desde hoy, esta película es un elemento más a tener en cuenta.
Babelia
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