La Platería llevaba la fiesta mayor
"¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho!", gritaba acompasadamente toda la plaza de Catalunya, y Manel Joseph, el eterno Manel Joseph, contestaba contoneándose el esperado "¡mambo!, ¡ug!". La plaza vibraba a ritmo de mambo, de mambo de Dámaso Pérez Prado, por supuesto, e inmediatamente después sonó una conga. No llegó a formarse la conga multitudinaria que podía esperarse porque en la plaza la gente estaba lo suficientemente apretada como para no querer ceder su posición, pero el espectáculo rezumaba auténtica fiesta mayor.
La Orquesta Platería anda celebrando sus 30 años de música en vivo y la plaza de Catalunya se les quedó pequeña. Manel Joseph, con su gorra calada hasta las cejas, y sus tres coristas bailarinas pusieron el toque más festivo a la noche más festiva de la fiesta. Lo suyo es animar el cotarro con melodías bailables de toda la vida y lo consiguieron con facilidad. Incluso, al final, compartieron escenario con uno de los integrantes de 08001 y el resultado, sin ser modélico, fue más que aceptable.
La Platería marcó el punto culminante de una larga propuesta que se había bautizado con el inexacto título de So de Barcelona. Buscando ese sonido barcelonés, la velada se había abierto a golpe de rumba con la presencia de Sabor de Gràcia acompañados por algunos de los históricos cantantes de rumba de la ciudad que se presentaban como Els Patriarques. Profusión de palmeros, guitarras y coros sentados en semicírculo, y explosiones de genio (el Onclo Pepe o el leridano Rafael), marcaron una propuesta con más buena voluntad que resultados tangibles.
Rumba desordenada, caótica en algunos momentos, pero con todo el calor de lo auténtico. Todo lo contrario de la propuesta que cerraba el cartel: 08001. La multiétnica banda del Raval vende un mestizaje excesivamente forzado en el que todo cabe, y las mezclas y los saltos de estilos y procedencias acaban siendo cualquier cosa menos auténticos. A ellos la plaza de Catalunya les quedó demasiado grande. En la la Rambla del Raval el grupo tal vez hubiera encontrado su público natural, pero tras los mambos y rumbas de la Platería, su propuesta estaba totalmente desubicada.
En cambio, en la Rambla del Raval, entre döner kebabs y puestos de caipirinhas, y ante el público posiblemente más mezclado de la Mercè, era Miquel Gil el que desparramaba un mestizaje que de tan natural ya ni lo parecía. El valenciano está encontrando su lugar en el panorama musical gracias a una voz profunda, de las que calan hondo, y una mezcla muy inteligente de tradición y modernidad. En el Raval, Gil demostró esas cualidades aunque el público, a aquellas horas (comenzó su concierto a las 21.30 horas), estaba más por el paseo y la charla que por el escenario.
Más atención captaron en la plaza de la Catedral los polacos de Kroke. El grupo ha visitado ya en diversas ocasiones la ciudad y su klezmer cercano y sensual comienza a ser conocido. Abundante público con menos ganas de fiesta (como mínimo, de fiesta ruidosa) que el de otras plazas cercanas llenó las sillas que se habían colocado ante la fachada todavía en obras de la catedral. Los de Kroke salieron a escena tan formalitos como siempre, con sus camisas blancas y sus sombreros yidish, y se metieron al público inmediatamente en el bolsillo con un puñado de ritmos danzantes. Esta vez el grupo acudió (y fue una buena idea que el público agradeció) en formación de cuarteto, es decir añadiendo una batería a los tres integrantes históricos de la banda: violín, contrabajo y acordeón.
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