Quo vadis, Germania?
Es la pregunta del millón: ¿adónde vas, Alemania? Y a día de hoy no tiene todavía respuesta. La falta de un resultado claro y contundente en las elecciones alemanas del domingo es la peor noticia que Europa podía recibir en unos momentos, como los actuales, de turbulencia económica, estancamiento del crecimiento y crisis energética, agudizada por un creciente aumento en el precio del crudo. Porque, si la inestabilidad política frena todavía más a la economía alemana, ya con pronóstico grave, las repercusiones en el resto de los países de la Unión pueden ser impredecibles. Con la locomotora de la tercera economía del mundo aparcada en vía muerta, el resto de los vagones no tiene posibilidad alguna de avanzar. Y lo que el resultado electoral del domingo trajo a la República Federal fue, precisamente, incertidumbre e inestabilidad. Se comprende la preocupación que reina en estos momentos en todas las cancillerías responsables y la angustiosa petición del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, a los líderes políticos alemanes para que lleguen cuanto antes a un acuerdo que permita la formación de un Gobierno estable en Berlín.
Desde el punto de vista operativo, todas las soluciones que se apuntan son malas. La llamada gran coalición de los dos grandes partidos, socialdemócratas del SPD y cristianodemócratas de la CDU-CSU, ya intentada en la década de los sesenta con resultados más que discutibles, no sólo plantea el problema nada pequeño del liderazgo -tanto Angela Merkel como Gerhard Schröder quieren dirigirla-, sino que se traduciría en un rosario de recriminaciones diarias con cada partido queriendo cargar al otro las culpas de cualquier medida impopular adoptada por la coalición. Además, en el caso totalmente improbable de que Merkel cediese la cancillería a Schröder -después de todo, la CDU-CSU tiene tres diputados más que el SPD-, la labor legislativa futura del socialdemócrata se vería seriamente dificultada por la mayoría conservadora en el Bundesrat o Cámara alta.
En cuanto a las coaliciones, calificadas ingeniosamente de semáforo (SPD, Verdes y liberales del FDP) y jamaicana (CDU, FDP y Verdes) por los colores distintivos de cada partido, serían consideradas por los votantes de los partidos pequeños, Verdes y liberales, como una traición a sus programas electorales, aunque la erótica del poder, descrita por Pío Cabanillas, también funcione fuera de nuestro país. Lo cual no quiere decir que estos maridajes de conveniencia no se puedan producir. Los liberales formaron coalición con los socialdemócratas en el pasado, pero, evidentemente, Schröder no es Helmut Schmidt, ni la situación política doméstica ni la internacional son las mismas.
En realidad, la única buena noticia del resultado electoral es que tanto Merkel como Schröder se han negado a dialogar con el Partido de la Izquierda, formado por los neocomunistas de la antigua RDA y la escisión del SPD liderada por la némesis del canciller y antiguo presidente del SPD, Oskar Lafontaine, a pesar de sus excelentes resultados electorales (del 4% al 8%). Y no precisamente por representar a la extrema izquierda, sino por la infumable demagogia populista y xenófoba utilizada por Lafontaine en su campaña electoral, que a muchos ha recordado el lenguaje utilizado por el nacionalsocialismo en los años treinta, con sus referencias constantes a los "trabajadores extranjeros" y a las "leyes de la vergüenza" para calificar las reformas de Schröder, un término usado por los nazis para referirse a las condiciones impuestas a Alemania por el Tratado de Versalles.
En realidad, y como afirmaba Herman Terscht el martes, los alemanes han tenido miedo al cambio, un cambio de rumbo cada día más urgente en un país con un déficit fiscal que puede rondar este año el 4%, con 10.000 quiebras anuales de empresas, con cerca de cinco millones de parados y con un crecimiento para 2004 calculado en el 1,1%, cuando el barril de crudo se movía entre los 40 y 50 dólares, al que sólo le salva la firmeza de su sector exterior, que aporta un 0,6% al crecimiento del PIB. Cualquier acuerdo que resulte de las conversaciones que ahora mantienen los partidos será un parche. Sólo un claro mandato, producto de unas nuevas elecciones, podrá sacar a Alemania de la parálisis política que sufre como consecuencia del resultado electoral.
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