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Reportaje:

Un regreso con memorias

Los hijos del fallecido sindicalista emigrado, Josep Rosas, presentan su autobiografía

Fue un convencido libertario y un destacado dirigente del sindicato local de Sabadell de la CNT. Josep Rosas, autodidacta y enémigo acérrimo de todo lo que sonaba a dogma, dirigió el semanario Vertical, y ocupó el cargo de concejal del Ayuntamiento, hasta la llegada de las tropas franquistas. Huyó a Francia, conoció los campos de concentración de Argelers y de Bram. Navegó hasta Santiago de Chile en el Groix, al que perseguía un submarino nazi. Siempre quiso regresar a Sabadell, pero nunca le dejaron. Una sola vez, poco antes de su muerte, pisó el muelle de Barcelona. Falleció en Santiago de Chile, en 1968. Antes pasó mucho tiempo encerrado en su habitación, sus nietos recuerdan el sonido, tenaz, del teclado de la máquina de escribir, para relatar no sólo su autobiografía, sino toda una reflexión, no exenta de ironía, del movimiento obrero de principios del siglo XX.

Ayer dos de sus tres hijos, Màrius y Berta, regresaron a Sabadell, casi 70 años después de un exilio obligado, para presentar las memorias de su padre, Josep Rosas i Vilaseca (Súria, 1891-Santiago de Chile, 1968), publicadas por el Arxiu Històric de Sabadell. El ciutadà desconegut. Del Llobregat al Mapocho. Su hija Berta recuerda a su padre como alguien poco hablador, muy austero, apagado, nada alegre. Màrius explica de él que "se sentía mejor en la condición de prisionero que en la de exiliado".

¿Por qué el ciudadano desconocido? Según el mismo Josep Rosas, porque "el anonimato invalida toda presunción de orgullo". Este obrero del textil creció en la Colònia Burés del Baix Llobregat, donde todo estaba controlado; incluso las horas de ocio de los trabajadores, y se castigaba con el despido el incumplimiento de las obligaciones religiosas. Con 24 años llegó a Sabadell, "con un arsenal de ideas disolventes, explosivas como la pólvora", según él mismo relata. Su hija recuerda que "a mi padre lo veíamos poco, si no estaba ayudando a los compañeros con problemas en el sindicato, estaba en prisión, para nosotros era algo normal ir a verlo a la cárcel". En enero de 1939, Rosas emprendió el camino al exilio. Ya en Francia, escribió: " alguien con sotana y un aparato fotográfico se dispone a tomarnos la fisonomía", optó por darle la espalda "si quiere saber qué pinta hacemos, tendrá que utilizar los rayos X".

Rosas confiaba que con la victoria de los aliados, Franco sería derrotado, y podría regresar a España. Algo que nunca sucedió. De los líderes de la oposición al franquismo, dijo: "hacen turismo arriba y abajo del continente americano y aseguran en las asambleas de exiliados, que esperan la buena nueva, que éste es el último año que pasaremos en el exilio". Sin embargo, el tiempo de "destierro sigue, precedido del apéndice suma y sigue". Los últimos párrafos de sus memorias son una critica furibunda al Vaticano: "Y mientras el Vaticano, que pretende guiar las ánimas del cielo, no condene el transgresor de las leyes humanas, tendremos que continuar pensando que la Iglesia es la más responsable de la dictadura franquista".

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