Más vulnerables, menos creíbles
Será una mirada otoñal, pero lo cierto es que basta con un par de telediarios o con hojear la prensa para abrigar una especie de temor difuso ante las cosas que pueden suceder y sentirse tentado de acogerse a las ventajas de la melancolía
Horrorismo
El aniversario del ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York, así como los atentados posteriores en Madrid y en Londres, señalan una especie de punto de no retorno en la vulnerabilidad de las sociedades occidentales, ya que no se trata de un terrorismo selectivo sino de actos de destrucción masiva ajenas a todo propósito de discriminación. Se ha dicho que ETA empezó a cavar su propia tumba cuando decidió ampliar el abanico de sus víctimas. Pero lo que distingue a este nuevo terrorismo es, precisamente, su estrategia de causar el mayor daño posible a la población civil de los países occidentales, como una venganza desmesurada ante el hecho de que todavía no circule el metro bajo las montañas afganas. Coraje ciudadano al margen, una determinación de esa índole aumenta la melancolía de la incertidumbre y sus muchos atributos.
Anestesiar
Entrar en quirófano para operarse de una apendicitis y salir con una hepatitis C de caballo no es cosa de broma. Que eso les haya ocurrido a no menos de 276 personas en Valencia, descarta la hipótesis del azar o el error médico para apuntar hacia posibilidades algo más siniestras. No se sabe todavía si el anestesista inculpado es responsable de algunos o de todos esos contagios, pero en la declaración realizada durante la primera sesión del juicio que se le sigue llamó la atención una de sus afirmaciones, después de afirmar su inocencia: que en algunas ocasiones se había pinchado con la aguja después de anestesiar al paciente, nunca antes. Lo que eso quiere decir, es un misterio, ya que a un profesional de esa altura se le supone la habilidad para evitar errores reiterados de semejante calibre. Salvo que el pinchazo pudiera ser deliberado.
Novelerías
Con el lanzamiento de otoño de algunas novedades editoriales ocurre como en la mayoría de programas de mano de los estrenos teatrales, que no tienen casi nada que ver con el contenido real de la obra. Fuera de esa manía de avanzar lo que, a la postre, no existe, está el hecho, acaso más pernicioso, de que todo el mundo cree haber hecho la novela que zanjará de una vez por todas cualquier asunto en candelero. Quien no asegura haber escrito "la novela de la adolescencia", sugiere que su narración ilumina el territorio de la infancia, o refleja los problemas de su época, o sitúa en sus justas proporciones los tormentos de la inserción en el mundo de los adultos, por no mencionar a los que se toman la historia del maquis como asunto de su propiedad. En resumen, mucha acta notarial de una realidad irreconocible y muy poca literatura de fuste.
Pero, hombre, Rajoy
Aunque nadie lo diría ante una jeta apacible que simula crisparse en los mítines, parece que Mariano Rajoy ha resuelto encararse de una vez con su futuro y abandonar su condición de gallego militante. Y así ha dado instrucciones precisas a sus conmilitones, basta ya de mirar hacia atrás con ira en busca del bigote de Aznar. Angel Acebes, nada menos, encabezará una convención para "ampliar el partido a la sociedad", tal como ya intentó sin mucho éxito en los días inmediatos al atentado de Madrid, mediante un foro de debates al que asistirán "personas independientes y ajenas a la política" para saber qué diablos piensan. Mientras tanto, Zaplana completará la tremenda faena de la oposición poniendo en marcha una batería de iniciativas parlamentarias que, como es natural, comenzará una vez más con la exigencia de una comisión de investigación sobre el origen y las consecuencias del incendio de Guadalajara. Eso es mirar al futuro y olvidarse del pasado, sí, señor.
Menores
No se conoce, que yo sepa, ningún caso de menores, pongamos, de seis años, que hayan abusado sexualmente o de cualquier otro modo de sus padres o adultos próximos, más allá de poner a prueba su paciencia en el ejercicio o pugna normal en sus funciones demandantes. No obstante, según una encuesta reciente, el 59 % de los padres aprueba propinar a sus hijos un bofetón pedagógico de vez en cuando, lo que contrasta, de otra parte, con que sólo el 25% de los consultados atribuya a ese resuelto método alguna eficacia educativa. Se ve que es el enfado lo que prima. No es de extrañar, pues, que el índice de maltratos de jóvenes hacia sus padres aumente de una manera desmesurada. No más lejos que al lado de mi casa pulula una pandilla de adolescentes recién estrenados que se emporra todos los días a las puertas de un bar mientras cae la tarde. Nada que decir sobre ello. Salvo que sus padres, vecinos también, si no lo saben es porque no quieren. Por más que los críos prefieran no contárselo a ellos.
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