'Fashion' Madrid
Tuvieron que llegar los años de la movida para que los jóvenes madrileños se enamorasen de la moda juvenil, hasta ese momento ellas se habían apañado con los restos de serie de Carnaby Street, las minifaldas al estilo de Mary Quant, los trajes de la abuela reformados y los trapitos y cintajos hippies, ellos, más sobrios compraban en el Rastro guerreras militares de tercera mano, degradadas y condecoradas con emblemas pacifistas y chapas con consignas en inglés que condenaban la guerra de Vietnam. Cuando la parafernalia del sargento Pepper, los más osados lucieron durante un tiempo abigarrados disfraces militares decimonónicos con charreteras y alamares y las autoridades tuvieron que intervenir para proteger de la frívola parodia sus queridos símbolos, sus entorchados y sus medallas y dictaron un bando en el que recordaban la prohibición de vestir uniformes militares con galones, estrellas y condecoraciones. En los años setenta, los "progres" de ambos sexos, tribu en alza, se uniformaban de pana y de vaqueros, gruesos jerséis de lana a juego con barbas y greñas y camisas de franela, entre leñador canadiense y poeta soviético con un toque guerrillero en la boina, como diciéndole al mundo: con la que está cayendo, ocuparse del arreglo personal, de la ropa y de los complementos nos parece una actitud egoísta y frívola. El look resistente se fue al garete en los primeros momentos de la transición, pero antes de que los posmodernos se embobaran mirando, primero los escaparates y luego su propio reflejo en los escaparates, los punkis ya habían roto todos los espejos para hacer bisutería con sus aguzados fragmentos, cepillos y crestas, piercings pioneros, tatuajes y hojas de afeitar, imperdibles y otros objetos punzantes, guarnicionería sadomaso y collares de perro, una estética desgarrada de flagelantes nueva ola, de mártires o reos de la Inquisición, faquires adolescentes, enlutados y exhibicionistas que provocaron con sus provocaciones una corriente alternativa en el anquilosado mundo de la moda e impulsaron a diseñadores diletantes a sacar del fondo de sus armarios sus ideas más ocultas, sus tendencias más arriesgadas
En aquellos años Madrid se miraba el ombligo y los jóvenes se miraban entre ellos y se mostraban encantados de reconocerse debajo de sus imaginativos disfraces, la moda juvenil pasaba de las boutiques a las pasarelas, la ética y la cosmética se (a)liaban y un ministro de Cultura que no sabía muy bien por dónde iban los tiros, aunque no iba a tardar mucho en saberlo, se proclamaba partidario del heavy metal para ponerse a tono, antes de convertirse en guerrero global de la OTAN. El eclecticismo triunfó en la movida con la coyuntural y multicultural alianza de pijos y punkis, poshippies y tecnos, neorrománticos y despistados de todas las calañas, alrededor de la música eléctrica y las sustancias psicotrópicas, el cómic, el cine y el diseño integrador. La receta generó entre otras predecibles secuelas la aparición de un sector emergente de la moda textil que en Madrid se concretaría en la ya veterana Pasarela Cibeles.
Con sus polémicas, sus disidencias, sus escándalos, sus revelaciones y sus crisis, la pasarela madrileña sigue siendo un buen indicativo de la actividad de los diseñadores nacionales, de sus pompas y de sus obras. El sector textil no pasa por sus mejores momentos a causa de la feroz competencia de la industriosa China, y la pasarela para seguir a flote necesita cada vez más de la creatividad y de la profesionalidad del gremio; sobre todo ahora que Esperanza Aguirre ha decidido echar un cable, al cuello, según la opinión de los críticos, al evento. Como Ana Botella, Esperanza Aguirre, tiene su modista particular, igual que la cónyuge de Álvarez del Manzano tiene su costurera, y no se viste de pasarela, pero tiene sus ideas al respecto y quiere descentralizarla, si Gallardón se va a la Cibeles, la Cibeles de la Moda se irá de su plaza para pasearse por lugares emblemáticos de la Comunidad que ella preside y además dejará de llamarse Cibeles y pasarela para convertirse en algo más impersonal pero mucho más caro, por aquello de los marcos incomparables e inmarcesibles, la Madrid International Fashion Week o pasarela de la Esperanza. Madrid bien vale una pose.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.