Visita a la isla del petróleo
Medio centenar de personas trabajan en la Casablanca, una plataforma en medio del Mediterráneo. Allí extraen petróleo del único yacimiento marítimo que funciona actualmente en España, un material precioso a juzgar por el precio del crudo. Así es la vida a bordo.
Al centro de trabajo todo el mundo suele ir andando, en coche, en bicicleta o en transporte público. Menos los empleados de la plataforma petrolífera Casablanca. Ellos llegan en helicóptero. El viaje parte de la base de Repsol Investigaciones Petrolíferas, cercana a Vals, en la provincia de Tarragona. Las coordenadas que busca el aparato son 40º 43' longitud Norte, 1º 21' latitud Este. Tras un tramo urbano donde se divisan decenas de piscinas, sobrevuela el mar. Veinte minutos más tarde, a 77 kilómetros de la costa, ya se divisa la Casablanca. Parece, de lejos, un alacrán de acero digno de un montaje del mismísimo grupo teatral La Fura dels Baus. Pero, a medida que el piloto se escora para buscar el ángulo de entrada hacia el helipuerto, su imagen se va transformando. Lo que parecía insecto gigante transmuta en una resplandeciente lámpara maravillosa coronada por una enorme lengua de fuego. "Aquí estamos, señores". Ángel Izquierdo, piloto junto a Óscar Salgado, indica así la llegada a los pasajeros mientras los motores se paran. Ángel llama la atención por pelirrojo, pero sobre todo por dicharachero. "Tengo 58 años y llevo yendo y viniendo desde que esto se construyó hace 24 años. Me conocen hasta los peces", se ríe.
Todos descienden del helicóptero.
También Enrique García, jefe de base por segunda vez desde 2000, tras un breve paréntesis mientras estuvo desplazado en Indonesia. García muestra una pequeña cuartilla en la que se detallan los procedimientos de emergencia que rigen en el lugar. El control de la seguridad es escrupuloso. "Cualquiera que llegue aquí recibe esta información. En ella figuran las áreas de emergencia, los puntos de reunión y el bote salvavidas designado para cada persona". La estructura de la Casablanca se divide en tres grandes módulos. El llamado de Acomodación, con las habitaciones, oficinas, la cantina y salas de descanso; el de Perforación, donde se sitúan las cabezas de los pozos, y el de Producción, donde se separan las tres fases del crudo (petróleo, gas y agua) y desde el que se envía el petróleo a través de un oleoducto a tierra.
La imagen tópica que se suele tener sobre las plataformas marítimas se desvanece nada más llegar. No hay chorros de crudo por ningún lado, ni camisetas blancas de tirantes sucísimas. No hay ni manchas de petróleo, a pesar de lo cinematográfico del nombre de la planta, si bien su origen no fue la película del hierático Bogart, sino el restaurante del Delta del Ebro donde comían los ingenieros de la empresa americana (Chevron) que descubrió el yacimiento. En lo único que se parecen la imagen real y la fílmica es quizá en la fuerte sensación de aislamiento que aquí se vive. Sólo se ve agua y agua hasta donde alcanza la vista. El móvil pierde la cobertura antes de aterrizar, y los turnos de los empleados son de 14 o 21 días consecutivos en jornadas de, al menos, 12 horas.
La plantilla la forman 46 personas, divididas en dos turnos. El que hoy se afana en el lugar esta compuesto por 21, entre las que figuran 5 de los 13 operarios que inauguraron la actividad en la plataforma, en 1982. Antonio de la Salud es uno de ellos. Tiene 55 años y lleva trabajando aquí desde hace 24: "Sumando, sumando, se puede decir que he pasado 12 años de mi vida aquí metido, lo que no es fácil. Yo he tenido sólo un momento de saturación, pero la expectativa de la jubilación me hizo quedarme. Nuestra labor se regula por la Seguridad Social del Mar y con el coeficiente de reducción que se nos aplica como trabajadores del mar podré jubilarme dentro de seis años".
Todos coinciden en que lo peor no es el trabajo, sino la separación de la familia. Durante dos o tres semanas la mujer tiene que desarrollar el rol de madre y padre, con el consiguiente desgaste. "Lo fundamental es mantener el equilibrio", afirma De la Salud. "Yo voy a casa cada 14 días y lo que no puedo pretender es que dejen de hacer su vida para centrarse en mí. Ellos deben seguir con su rutina, por lo que tú debes buscarte un hobby. Yo pinto, voy a clases de saxo y, sobre todo, pesco. Hace poco la Generalitat me ha dado el título de guarda de pesca por la federación; así que me dedico a repoblar ríos, vigilar, limpiar algunas zonas. Además, estuve en Irlanda para hacer pesca con mosca. Si no tuviera este empleo quizá no me lo podría permitir, todos buscamos un nivel de vida alto". ¿Cómo de alto? Ninguno de los entrevistados quiso decir su salario. Se limitan a comentar que es entre un 30% y un 40% más que si hicieran lo mismo en tierra. Enrique García lo explica: "A los empleados que trabajan fuera se les aplica alguno de los bonos que fija Repsol. Los hay de penalidad (si es en el desierto, en una plataforma, en una zona de guerrilla ), de aislamiento, de peligrosidad y de expatriación. Esto es lo que hace que aumente la nómina a final de mes".
Las bebidas alcohólicas están prohibidas en la Casablanca, incluso en Navidad. El tabaco también, aunque con excepciones. Hay zonas de fumadores. El despacho del supervisor de la plataforma, Fernando Castro, es una de ellas, posiblemente la más ahumada. Castro atiende tras su mesa con el mono inmaculado: "El lavandero nos da ropa limpia todos los días". Con casi metro noventa de estatura se le adivina un pasado de trabajo pesado a juzgar por la forma de sus hombros. A los 21 años debutó como soldador de tuberías en las plataformas del mar del Norte, que es como jugar en la Primera División de las extracciones de crudo. "La tarea es la misma, pero allí las condiciones son mucho más duras. Además del clima, permanecías temporadas más largas. Por otro lado está la convivencia. Aquí somos una familia, allí éramos entre 500 y 700 personas. Nuestras plataformas eran ciudades en miniatura, con gimnasio y hasta cine de estreno. Una empresa llevaba películas en 16 milímetros cada semana". Tras esta experiencia, Castro viajó por Túnez, EE UU, el golfo de México y Nueva Zelanda. Sus travesías cesaron con su boda a los 31 años con una gallega. Ese mismo año comenzó en la Casablanca. Primero como operador de planta, luego como controlador y ahora como supervisor. "Yo no soy jefe, que conste. Soy un compañero más, con la diferencia de que yo tomo las decisiones".
En este momento tiene que coordinar a un equipo de 21 personas. El grueso, 17, trabaja en el turno de día, que va de 7.00 a 19.00 horas. El resto cubre el turno de noche: dos operadores de planta, un operador de control y un pastelero que se dedica a servir las cenas, hacer pan y preparar postres. "Yo trabajo algo más porque las labores de gestión las hago cuando termina el turno, por comodidad y tranquilidad. Durante el día prefiero estar al tanto de todo. Hasta de noche estoy alerta. Lo que hay detrás de este tabique", dice mientras lo golpea con los nudillos, "es mi habitación".
Castro se levanta y sale de detrás de la mesa. Calza unas pantuflas. Sus enormes botas descansan junto a la silla: prueba de que su oficina y su casa están en el mismo sitio. "En mi habitación estoy conectado en todo momento con la sala de control, y si pasa algo me avisan por el interfono". Suena el teléfono y atiende. La habitación parece el camarote angosto de un barco. Dos camas en litera con una cortina, una mesa, una silla y un cuarto de baño de dos metros cuadrados. Nada más. Sin una sola ventana. Ni aquí ni en el resto de habitaciones, con capacidad para 76 personas. Algunas, las de abajo, habilitadas para dos personas; las de la otra zona, para cuatro, con un cuarto de baño común. Cuando el turno es menos numeroso, como sucede ahora, cada uno tiene su propio espacio. Así disfrutan de más intimidad.
Sólo ha habido dos ocasiones en las que funcionó el sistema de "cama caliente", según explica Antonio de la Salud, que es quien se encarga del reparto de habitaciones. "En la época de perforaciones, la última en el 2000, algunos del turno de noche dormían en la litera que había dejado el de turno de día". ¿Hay privilegios? "Ninguno. Aquí no hay antigüedad ni nada por el estilo. Las habitaciones se reparten por especialidades: los mecánicos juntos, los electricistas igual Si hay una emergencia o que arreglar algo, no hace falta despertar a nadie porque están agrupados".
Castro sale a revisar una pieza que les han enviado de tierra y que han recibido desde el barco que vigila constantemente la Casablanca. La nave en cuestión dispone de equipos flotantes de contención y recogida de vertidos de crudo y se encarga de hacer llegar las piezas necesarias, los víveres y otros materiales, además de transportar los desperdicios. Las cinco personas que forman la tripulación vigilan para que no entren pesqueros u otros barcos en la zona de seguridad que se extiende hasta 500 metros de la plataforma. "Es alucinante contemplar los bancos de peces aquí debajo. Como no llegan los pesqueros, tenemos de todo". De vuelta a su despacho, Castro enseña dos polaroids. Una de 1996 (entonces se podía pescar, ahora está prohibido) en la que se ve un congrio de 2,30 metros y otra de 1999 en la que la protagonista es una langosta de 3,8 kilos. "Cada dos años se limpia la estructura bajo el agua y los buzos suben alguna para que la comamos. Lo malo es que a mí nunca me toca de turno, a ver si este año es posible. Pero éstas del Mediterráneo, con esta agua caliente, no están tan buenas".
Una vez en cubierta se alcanza la zona central, donde se encuentran las cabezas perforadoras. Allí quedan en evidencia las paradojas de la vida en la plataforma: a pesar de encontrarse en el medio del mar, el ruido es mecánico y ensordecedor; sus habitantes están cerca de la costa, pero lejos de sus familias; viven en camarotes de barco, pero no se dirigen hacia ningún lugar
La Casablanca lleva producidos 155 millones de barriles de crudo desde que se puso en marcha, en 1982. En estos momentos se extraen unos 3.500 barriles diarios, pendientes de los trabajos de intervención en dos pozos que están parados, lo que ya no supone ese 5% del consumo nacional como sucedía hace dos décadas. La plataforma tiene actualmente tres pozos fijos y dos submarinos, y su infraestructura permite hacer funcionar a otros cuatro campos petrolíferos satélites: el Rodaballo, el Boquerón, el Barracuda y el Chipirón.
Tras varias horas a bordo, aún no se ha visto ni gota de crudo, ese material cuyo precio sube y sube (alcanzando ya precios históricos), que asirios y babilonios usaban hace 6.000 años para pegar ladrillos y piedras y sin el que hoy sería imposible concebir el mundo desarrollado. Del crudo se extrae propano, butano, gasolina, queroseno, gasóleo, lubricantes, asfaltos "Es como el cerdo, de él se aprovechan hasta los andares", dice Castro divertido mientras muestra la sala donde se recogen las muestras de las extracciones.
Álex Boza, operador de planta, es el encargado de realizar el informe diario. Muestra el crudo que han rescatado del subsuelo, un líquido negruzco, viscoso y maloliente. Recoge una muestra que vierte sobre una probeta, echa un disolvente y lo calienta hasta 60 grados. Una vez alcanza la temperatura, introduce un aditivo que separa agua y crudo, lo centrifuga en una máquina y mira el porcentaje de agua. El resultado es un crudo entre 35 y 40 grados API, que es la escala de densidad que sirve como índice para el Instituto Estadounidense del Petróleo. Como si de una cata se tratara, explica que es un crudo ligero, por su baja densidad; dulce, por su escaso contenido en azufre; de excelente calidad.
Viendo todas las máquinas, la dureza de su manipulación y de la extracción del crudo cabe preguntarse si ha habido algún incidente de gravedad en la Casablanca. Luis Ignacio Rosendo (Rovireche, según le conocen en la plataforma por su parecido con el político Carod-Rovira), coordinador de seguridad y medio ambiente, está a punto de jubilarse y recuerda únicamente "dos pequeños vertidos en los más de veinte años que lleva funcionando; además de la ocupación pacífica de Greenpeace en 1999, en la que terminamos dándoles hasta café, que no quisieron". En aquella ocasión, los ecologistas protestaban ante la posibilidad de que la plataforma fuera cerrada y luego derruida en medio del mar.
El trabajo en la Casablanca no lo aguanta cualquiera. Además del componente profesional, está el psicológico. El aislamiento y la separación familiar son barreras infranqueables para muchos candidatos. La plantilla está formada íntegramente por hombres. Sólo una mujer ha pasado por aquí; Paquita, que hacía además las veces de enlace sindical, estuvo dos años. Ahora, una enfermera trabaja una semana al mes, algo que guarda cierto paralelismo con la película que la realizadora Isabel Coixet estrenará en octubre, La vida secreta de las palabras, y que transcurre en una plataforma petrolífera del mar del Norte. Existe una segunda similitud. En la nueva obra de esta directora, Javier Cámara interpreta a un cocinero vasco que trata de mantener contenta a la plantilla. En la Casablanca sucede igual, aunque en este turno son tres los vascos que intentan satisfacer los estómagos de los presentes. Además del camarero, de Bermeo, que hace las veces de lavandero y limpiador, están Javi Foruría, pastelero, y Javier Urrutia, cocinero, ambos de Gernika. "Cuando terminamos el turno, la empresa nos tiene preparado un coche de alquiler, así que nos vamos hasta Bilbao y cogemos el autobús para ir a casa", comenta Urrutia. Vascos y gallegos componen el grueso de la plantilla.
Urrutia, compacto, manos anchas y barriga trabajada, ha viajado mucho. Primero estuvo en Madrid en uno de los restaurantes de José Luis Solaguren; de ahí a Montreal, donde intentó enseñar a los canadienses a preparar un buen bacalao. Hasta hace dos años regentó un restaurante en el País Vasco. Cerró, se separó de su mujer y se puso a trabajar en otro donde se dan a diario unas 700 comidas. El salto a la Casablanca lo dio en su mismo pueblo. Otro cocinero de la plataforma, Juan Mari Zuazo, también de Gernika, le preguntó si conocía a alguien para trabajar en ella. Las tres semanas libres por tres ocupadas hicieron que Urrutia dijera que tenía al candidato delante. "Gano menos económicamente, pero más en calidad de vida; tengo 60 años, así que me lo tomo como la puerta a mi jubilación. A mis compañeros cocineros les mato de envidia".
En una pizarra junto al microondas se lee el menú: "Sopa de pasta, macarrones con besamel o alubias rojas, de primero; rosada a la plancha, san jacobo o bistec, de segundo". De postre, diversos lácteos, frutas y los dulces de Foruría, dignos del escaparate de la mejor pastelería vienesa. "Se trabaja mucho y hay que cuidarles. Te voy a decir un secreto. Aquí se come como no he visto nunca. Hay tres jóvenes que comen por tres, devoran todo lo que les pongas". Tras pasear por la planta y recorrer todos los pasillos la impresión que queda es que los que aquí habitan son como una gran familia bien avenida. Abundan los chascarrillos y las conversaciones masculinas. Se nota que se trata de un lugar exclusivo de hombres al visitar el baño. No falta detalle: junto a la puerta cuelga la revista Interviú. Es de hace dos meses, pero hay ciertas cosas que no pierden actualidad. En el tiempo libre, los empleados de la plataforma cuentan con la prensa que les llega en los envíos de martes y miércoles, dos ordenadores conectados a Internet, un gimnasio cada vez más en desuso (la edad media ahora es de 50 años) y dos salas de televisión donde ver una película, el informativo o "ciertos programas de chinchorreo".
El domingo es como un lunes en la Casablanca. El día más atareado. Además de la labor diaria de cada uno, todos deben participar en la "misa", que es como han bautizado a los obligatorios simulacros de ejercicios. Hay entonces que revisar los generadores de emergencia, las bombas autónomas contra incendios y hacer el simulacro que toque cada semana. En esta ocasión, ensayaron el ejercicio de evacuación por explosión, por lo que han tenido que sacar los botes salvavidas y practicar la bajada y abandono de los mismos.
Otra de las actividades ineludibles del domingo es el fútbol. Los dos bandos, barcelonistas y madridistas, junto a los que siguen al Athletic o al Pontevedra, se reúnen para disfrutar de su momento de la semana. Lo peor, según los futboleros, es que pierda tu equipo, porque aquí no hay donde esconderse. Ese día algunos apagan la radio por la noche y no escuchan al "number one, José Ramón de la Morena", según dice Antonio de la Salud. Al final del día, antes de irse a la cama, muchos se dirigen a una cabina que parece una sala de esas para los vis a vis en una prisión. Sus monos de trabajo, todos naranjas, aumentan la sensación. Aprovechan la intimidad para llamar a casa. Su otra vida, la que viven de 14 en 14 días, les saluda al otro lado del teléfono.
El decorado de la Casablanca
La plataforma Casablanca es una enorme mole de acero. Cuesta hacerse a la idea no sólo de cómo se estableció en medio del mar, sino también de cómo se construyó. Gestada en Cádiz, la poderosa base de la plataforma se instaló en 1981 tras el duro trabajo de construcción en los por entonces florecientes astilleros de Puerto Real. La estructura, una vez finalizada, tuvo que ser transportada en una barcaza flotante auxiliada por potentes remolcadores dada su magnitud: 170 metros de altura y 8.000 toneladas de peso.
La instalación, todo un acontecimiento para la época, fue observada desde decenas de embarcaciones, y se realizó a través de un procedimiento de lanzamiento al agua y hundimiento por lastrado controlado de las patas. La imagen de la barcaza flotante inclinando su cubierta para que la estructura de la plataforma cayera al mar fue espectacular. Un hundimiento como método de construcción. Una vez que la base se apoyó en el lugar determinado, a 161 metros de profundidad, la plataforma se fijó al fondo del mar con 12 pilotes clavados y cementados unos 90 metros bajo el terreno.
El 10 de febrero de 1982, la antorcha que culmina la parte frontal comenzó a funcionar: se ponía así en marcha la instalación. La Casablanca se hacía visible 78 metros sobre el nivel del mar, con una estructura tubular de acero sobre la que se apoyan los equipos de cubierta, que fueron construidos en forma modular con el fin de facilitar su ensamblaje. El módulo de perforación, el corazón de la estructura, es una unidad autónoma del resto. Con ella se llevan perforados ocho pozos productivos, que pueden estar situados hasta un máximo de 5.200 metros.
Junto al módulo de perforación descansa el de producción, que dispone de una planta de proceso con una capacidad máxima de tratamiento diario de 60.000 barriles de crudo. En él se separan las tres fases de la extracción: petróleo, gas y agua. Todas se aprovechan. El gas se usa para generar la energía eléctrica necesaria para el recinto. La cantidad sobrante se quema en la antorcha. El agua se reinyecta al yacimiento tras ser depurada. La parte más importante, el petróleo, una vez separado y medido, se envía a tierra a través del oleoducto que se tendió en el verano de 1980 y que conecta la plataforma fija con la terminal costera de carga de Repsol Petróleo en La Pineda (Tarragona). Dicho oleoducto es una tubería de acero al carbono revestido de hormigón de 12 pulgadas de diámetro y está enterrado en el fondo del mar.
El módulo de potencia y control es el lugar donde se sitúa la sala de control central, desde la que se dirige la plataforma y se cuida cualquier posible incidencia. En este módulo se genera, además, toda la energía eléctrica necesaria para su funcionamiento mediante grupos electrógenos que utilizan como combustible el gas separado del crudo producido. Las oficinas, así como los trabajadores de la planta, están situados en el módulo de acomodación. El helipuerto, nexo de unión con tierra para todos los miembros de la Casablanca, corona este módulo.
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