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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un nazi en la Casa Blanca

Philip Roth está escribiendo sus grandes novelas a partir de 1993. Hasta entonces parecía ser el benjamín de una generación de narrativa judía portentosa en la que destacaban nombres como Bernard Malamud o Saul Bellow, que descendía de Henry Roth (Llámalo sueño). Sus títulos más señalados hasta entonces eran Goodbye, Columbus, El complejo de Portnoy o la serie de novelas de Ackerman. En 1993 publica Operación Shylock y en 1995 El teatro de Sabbath y, a partir de ahí, sigue una sucesión de obras maestras impresionante. Y ahora, a sus ochenta y un años, no se le ocurre idea mejor que meterse en una historia de ficción histórica contemporánea que se basa en una especulación que es la siguiente: en 1940, Charles Lindbergh, el famoso héroe americano de la aviación, se presenta a las elecciones presidenciales de Estados Unidos frente a Franklin D. Roosevelt y las gana. Lindbergh, como se sabe, era un aislacionista con fama de simpatizar con el Tercer Reich. En las elecciones su bandera es la negativa a entrar en guerra, que incluye un pacto con Hitler. Obtenida la presidencia, las condiciones del pacto acaban incluyendo vía libre para acabar con la Unión Soviética, dejar Europa en manos de Hitler y Asia en manos japonesas y, sobre todo -éste es el meollo del relato-, la realización de un calculado y sostenido pogromo contra los judíos norteamericanos.

LA CONJURA CONTRA AMÉRICA

Philip Roth

Traducción de Jordi Fibla

Mondadori. Barcelona, 2005

432 páginas. 21 euros

El narrador es un muchacho de nueve años, de nombre Philip y de apellido Roth, pero no es Philip Roth el autor sino un ente de ficción que le permite colocarse a la distancia necesaria para narrar la historia sin dejar de involucrarse en ella. El relato se lleva a cabo desde la óptica del chico situado dentro de su órbita familiar y, por extensión, de la comunidad judía, representada por el barrio de Newark donde habita. La verdad es que hay que tener valor y ganas de jugar al órdago para medirse con semejante propuesta. No hay más que pensar en el formidable problema de inverosimilitud al que se enfrenta, pero quizá ésta sea una hazaña que sólo puede realizarla alguien no ya con su talento literario sino con la experiencia suficiente para utilizarlo al límite.

Casi toda la novela está con

tada desde el punto de vista del pequeño Roth y en el escenario de sus conciudadanos más inmediatos. Los personajes están trazados vigorosamente y el hilo que lleva de Philip a los acontecimientos nacionales lo traza la relación entre una tía suya y el rabino Bengelsdorf, un pactista que despacha con Lindbergh personalmente. El modo en que éste se presta a programar una "americanización" de los judíos es el que abre lo que acabará siendo el auténtico pogromo. De hecho, la novela no es más que el relato de cómo la disgregación de la comunidad judía va por sus pasos hacia un sistema de racismo autoritario anclado en los ideales más propios de la América profunda ante los ojos de un niño que ve sobrevenir el desastre en su propia familia. El libro es, pues, una lección de moral civil y una activa reflexión sobre los mecanismos de la intolerancia.

La novela es un "qué hubiera sucedido si...". Sacar esto adelante es siempre un reto supremo, sólo al alcance de un gran escritor. Philip Roth se ha valido de un método a la altura de su talento. En cierto modo -sólo en cierto modo- se parece al que utilizó Kafka para escribir La metamorfosis. Todo lo que se cuenta en el libro es pura ficción, pero todo está contado con un minuciosísimo realismo. La metamorfosis es un relato realista extremo en el que sólo la figura del insecto es irreal y justamente ése es su poder de convicción. Lo mismo hace Roth: el detallismo extremo de la historia cotidiana es tan cuidadosamente realista que lo único que el lector considera irreal -la presidencia de Lindbergh, sancionada por la Historia- se subsume en el relato hasta hacerla verosímil. Entonces el resultado es glorioso; la verosimilitud, total. A ello se une el paulatino y cuidadoso desarrollo de la conciencia de miedo y censura que se va apoderando de esas vidas tan poderosamente reales, tan convincentes en su enfrentamiento con un asunto que supera la anécdota inmediata, local y nacional, para entrar en la categoría de problema histórico de la humanidad: la negación del otro, la eliminación del disidente, el exterminio de la libertad y la convivencia. Todo lo cual da como resultado esta nueva obra maestra por su alcance universal y la eficiencia de su realización.

Hay un pero que oponer, sin

embargo. El lector se preguntará sin duda cómo va a acabar una historia semejante o, por decirlo de otra manera, cómo conseguirá superar el autor el reto de volver a entrar en la historia una vez resuelta la ficción. Es decir: cómo podemos pasar de esta especulación tan poderosamente narrada al ataque a Pearl Harbour que desencadenó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Bien: hay que decir que el tránsito se efectúa de manera convincente y que, una vez vueltos a la realidad histórica, Roth tiene la habilidad de retroceder para dejar el relato suspendido en el tiempo del pogromo, del dolor y de la lucha. El pero al que me refiero está en un punto que señalo mas no desvelo, para respetar la libertad de lectura del lector y de la propia intriga de la novela; se trata de la historia del hijo de Lindbergh, que corre el peligro de colocar la actuación de Lindbergh en la línea del individuo solo frente a decisiones que afectan a un país entero, tan grata al cine norteamericano de extrema tensión en la que un tipo ha de resolver el sentido de sus actos involucrando en ello a la sociedad entera a la que pertenece o representa. La teoría de la conspiración, en definitiva, reducida a un problema moral entre un individuo y la conspiración.

Creo que es desconcertante -insisto: no quiero desvelar el asunto, ya llegará el lector a él- y una especie de cuerpo extraño a la magnitud y calidad de la novela. Tampoco le afecta más que relativamente porque el peso de la novela es considerablemente superior y, si no anula el pero señalado, en cualquier caso lo minimiza. Admirable la audacia del autor; admirable la ejecución de la obra.

Charles A. Lindberg, delante de su avión, 'El espíritu de San Luis'.
Charles A. Lindberg, delante de su avión, 'El espíritu de San Luis'.AP

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