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Crítica:DOS ESCRITORAS DE ÉXITO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mirar de frente

J. Ernesto Ayala-Dip

Alguna vez un colega consideró que cierto tono de sinceridad en la narrativa de Almudena Grandes acababa convirtiéndose en desbordamiento. Como si la escritora no controlara su material. A mí me parece que dicho desbordamiento es premeditado, de la misma manera que es premeditada la contención, el ejercicio contrario, en las novelas y cuentos de Soledad Puértolas, por vincular a dos de las mejores narradoras españolas en la actualidad. Lo premeditado en literatura tiene que ver con el oficio, con el cálculo de los elementos que intervienen en una historia al servicio de una idea. Y el desbordamiento a que a veces parecen enfilar algunos personajes de la escritora madrileña es un elemento constitutivo, tal vez una maldición, que arrastran en medio de la confusión en la que transitan, para comprenderla o para iniciarse en ella. La ortodoxia exigiría que la referencia a usar para calibrar Estaciones de paso, el nuevo libro de relatos de Grandes, fuese otro libro de relatos anterior, Modelos de mujer. Y sin embargo, como la idea del desbordamiento me interesa, prefiero utilizar su última novela, Castillos de cartón, para rescatar de ella el tono con el que Grandes impregna su nuevo título. De lo que realmente habría que hablar cuando se hace mención de dicho desbordamiento en la autora de Los aires difíciles es de una sentimentalidad perfectamente controlada, de una instrumentación de cierto espíritu romántico orientado a sublevarse ante lo previsto, ante el incurable tedio. Castillos de cartón es una novela cargada de torturado romanticismo, además de serlo de una generación. Una novela sobre los veinte años, esa edad de la que Paul Nizan no permitía que se dijese que es la mejor. De ahí su tristeza y su sabia exacerbación de los sentidos a la deriva.

ESTACIONES DE PASO

Almudena Grandes

Tusquets. Barcelona, 2005

287 páginas. 18 euros

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"Las novelas deben tener una coherencia aritmética"

La ortodoxia también indica que diga que Estaciones de paso es un libro de relatos. O mejor dicho, de tres relatos tirando a nouvelles y dos relatos a secas. Y sin embargo creo que sería más estimulante y fructífero a efectos de interpretación considerarlo una suerte de novela escondida, dividida en cinco momentos de distinta índole vital, y cuyos protagonistas (tres hombres y dos mujeres) encarnan lo que constituyen los ejes cruciales del libro: la consecución de un lugar ideal y la vida propia. Demostración de la existencia de Dios, Tabaco y negro, El capitán de la fila india, Receta de verano y Mozart, y Brahms, y Corelli son los títulos de un volumen cuyos personajes centrales oscilan entre los 14 y los 18 años. Un libro de aprendizaje, un texto sobre adolescentes que han de interpretar en el momento justo la llamada de su destino exacto. El segundo, el tercero y el cuarto son los cuentos más redondos. Los son por su factura artística, por ese empeño arquitectónico habitual en la escritora en sus novelas ahora transformado en arquitectura de cámara, ese sentido del equilibrio entre el discurso y la forma, por la contagiosa sentimentalidad de excelente ley y por un muy inteligente criterio a la hora de dibujar los distintos centros de gravedad emocional de cada uno de esos relatos. Y no es menor la verosimilitud estética y ética que transmite el manejo de las voces masculinas y femeninas. Estos conceptos no están ausentes en el primer y último de los relatos, sólo que mientras en el primero prima la eficacia mimética (en el registro del habla de un chico atormentado por la muerte de su hermano, parecido, pero con réditos literarios más altos, a lo que pone en práctica en Los ojos rotos, en Modelos de mujer) y en el último no deja de ser atractiva la idea de un adolescente que se inicia en el amor bajo los auspicios de Mozart, Brahams y Corelli, la sensación final es de dos textos inspirados pero sin esa intensidad epidérmica que recorre los restantes.

Tabaco y negro, El capitán de la fila india y Receta de verano están narrados en primera persona. Los tres recrean ambientes familiares, con esas descripciones de la intimidad doméstica algo enfermizas, agobiantes, tan propicia para que los adolescentes fantaseen desesperadamente una luz, una revelación capital. Los tres relatos tienen sus tramos cruciales. Meollos psicológicos de sutil calado. En uno lo puede ser una muchacha como invisible, salvo para la protagonista, o ese éxtasis taurino que se apodera de un abuelo y su nieta. En el otro lo es la desilusión o el descubrimiento de la felicidad absoluta. En el tercero de mis preferidos, la zozobra del desvalimiento humano, la mezquindad o una fulgurante introducción al amor. Resulta curioso que precisamente en su anterior libro de relatos la autora declarara los alcances de su universo literario: "Un mundo pequeño, personal... y dirigir mi mirada a rincones tan conocidos que nunca terminan de sorprenderme". De ello tiene bastante Estaciones de paso, un mundo pequeño, pero no por ello menos inabarcable y sorprendente, donde sus chicos y chicas buscan el diamante en bruto de un lugar ideal, esa forma de una vida propia que intuyen con porfiada esperanza que se merecen, que los espera, más tarde o más temprano.

Los toros ocupan un lugar especial en uno de los cuentos de A. Grandes.
Los toros ocupan un lugar especial en uno de los cuentos de A. Grandes.EFE

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