Paramilitares
Hay gente que lee y gente que se ríe de los libros. Hay gente que ama la pintura y gente que va a los museos a dar de cuchilladas a un cuadro. Hay gente que quema un bosque y hay gente que sale a la calle a defender los árboles de sus parques, como hicieron anteayer los vecinos de Carabanchel, que se manifestaban en la plaza de Fernández Ladreda contra la tala de cientos de árboles acometida por la Comunidad de Madrid en el parque Sur. Un portavoz regional aseguró que la mayor parte de los árboles serán replantados en Moratalaz, con lo cual queda una vez más demostrada la teoría política de esa gente: gobernar consiste en que por cada árbol que cortas, siembras una mentira.
Hay gente que recibe puñetazos y gente que los da. Algunas de esas personas, especialistas en artes marciales y catedráticos de la carrera de los cien mil golpes, trabajan como porteros de discoteca y su oficio es extraño: están ahí para proteger a los clientes, pero a menudo se dedican a pegarles. Ya me imagino que en el colectivo de los forzudos la uniformidad tampoco existirá, y que entre ellos habrá de todo, desde muchachos educados hasta ultrasures de todos los tipos, habrá cuerdos y locos, del Madrid y del Atlético, aficionados a la bossa nova, amantes de la gastronomía de la India y lectores de Kafka, igual que entre los albañiles y los maestros de instituto. Pero con una diferencia: entre las obligaciones de los albañiles o los maestros no se encuentra la de sacar a nadie a empujones de ningún sitio, y entre las suyas, si se tercia, pues sí.
La Audiencia Provincial de Madrid acaba de absolver a dos porteros de una discoteca de Pinto acusados de haber agredido, en agosto de 2000, a un cliente al que hubo que ingresar en un hospital e intervenir quirúrgicamente, de modo que la cosa no fue un "o te vas o te pego", sino que los que apalearon a esa persona lo hicieron a conciencia. "Buen trabajo, tío", quizá se dirían uno a otro, al acabar la faena. "Lo mismo digo, chaval. Oye, y tienes que enseñarme esa técnica para reventar el bazo, ¿vale?".
Nada que oponer al veredicto de la Audiencia Provincial, estaría bueno, si ni siquiera soy capaz de entender qué demonios significan la mitad de las frases de la sentencia, cosas del tipo de "los hechos declarados probados no son constitutivos de delito imputable a los acusados" o "la entidad de los golpes y el nexo causal con el resultado no está suficientemente delimitada". Pero lo que cualquiera puede ver, con sólo abrir los periódicos o poner la radio, es que esta gente sale demasiado en los medios de comunicación, siempre sentados en el banquillo de los acusados y siempre a causa de asuntos muy turbios en los que suelen mezclarse la violencia, el racismo y la impunidad. Cuidado: la impunidad es un ingrediente muy peligroso, que emborracha a la sociedad en general, con lo que sus resacas son terribles.
El problema es que uno tiene la sensación de que anda por ahí suelto una especie de ejército por lo civil, casi un grupo paramilitar, formado por tipos de aspecto feroz y músculos altaneros, que se suele tomar la justicia por su mano en cuanto se le presenta la oportunidad y que se va invistiendo poco a poco de un poder que no parece muy defendible un Estado de derecho.
¿Quién selecciona a esas personas? ¿Quién les autoriza a estar ahí haciendo de policías y antidisturbios? ¿Por qué no contratan las discotecas y los bares de copas a vigilantes de seguridad de una compañía homologada, como los bancos o las joyerías, personas supuestamente más preparadas y que, si es necesario, pueden ser también más controlables? En lugar de eso, cualquiera se pone en una puerta y algunos pueden ser muy buena gente, no faltaría más, pero ¿y los otros? Y esos que, según llegas al local ya te cortan en dos con una mirada de advertencia y un gesto de infinito desprecio. Y los que ya se dedican, directamente, a seleccionar a los chavales que habían ido a bailar un rato: "Tú entras, tú no, las chicas guapas, pueden pasar todas". Al pisar la disco / me dijo el portero / las niñas bonitas / no pagan dinero, por imitar esa vieja canción que yo le oía de niño cantar a mi madre y sobre la que siempre me pregunté: bueno, y si no pagan dinero, ¿qué es lo que pagan...? En cualquier caso, bastante desgracia es ya tener ejércitos de verdad, como para andar dejando que se muevan por ahí otros de aficionados. En mi opinión, deberían prohibirlos, y ya.
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