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Reportaje:

Barcelona, sucia

La porquería se agolpa en las zonas de la ciudad asociadas al ocio nocturno y perdura durante días y días

¿Qué se puede encontrar en un contenedor de residuos de Ciutat Vella? De todo un poco y variado. Por ejemplo, una vaca. Entera, aunque bastante muerta. Parece mentira, pero es perfectamente verdad, según explican los responsables de la limpieza municipal. Nunca han sabido de dónde venía ni cómo pudo acabar dentro de un contenedor destinado a envases para reciclar, pero allí estaba. Es sólo un dato indicativo de lo difícil y surrealista que es limpiar ciertas partes de Barcelona. La brigada de limpieza cumple su función hasta donde puede, que no siempre es hasta donde debiera. El resultado es que antes de que acabe la calle ya está de nuevo sucia. Y cuando acaba, más.

Los equipos de limpieza actúan, de noche, en colaboración con la Guardia Urbana. Es la única manera de que se muevan quienes a aquellas horas duermen en aceras, portales y otros rincones urbanos. Pero el resto del día, la descoordinación es general. Los de la limpieza limpian, los guardias vigilan y los inspectores inspeccionan sin cruzar información alguna. Cada uno a lo suyo en una ciudad que es de nadie y de todos.

La suciedad es abundante, constante y desagradablemente olorosa
La gente orina, sobre todo, a las horas del cierre de los bares. Pero la peste está incrustada

Mediodía de un caluroso primer jueves de septiembre. Una brigada intenta limpiar los abundantes restos de orines en la plaza de la Mercè. Apesta. Los responsables de la empresa aseguran que la situación no es anómala, ni siquiera es un día especialmente guarro. Los restos de orines afectan, sobre todo, a la pared de la iglesia homónima, pero están también en mitad de la plaza y parece que hayan sido más de una y más de cuatro las personas con escaso pudor a la hora de hacer sus necesidades.

El agua corre con fuerza, pero no puede limpiarlo todo. Un buen tramo de la pared queda con la guarrería puesta porque tres coches de empleados de Capitanía están allí aparcados. Está prohibido. Un técnico municipal recuerda que la responsabilidad de prohibir aparcar en esa zona es de los propios soldados. El vehículo de la limpieza avanza como puede por la calle de la Mercè, pero en la esquina siguiente queda bloqueado. En un lado de la calle hay un andamio para la rehabilitación del edificio. La otra está ocupada por dos sacos de residuos de obras en Capitanía. La ley física que establece la impenetrabilidad de los cuerpos es inflexible: el coche no cabe. Para poder seguir limpiando tiene que dar la vuelta por las calles adyacentes y entrar contra dirección. Los operarios no pueden limpiar ni la zona de los sacos, ni donde hay coches mal aparcados, ni en varios puntos donde se acumulan bolsas de basura (sólo pueden ser sacadas a la calle entre las 20.00 y las 22.00 horas), ni donde hay muebles abandonados, ni donde han sido depositados varios restos de cosas, incluido un trozo de uralita, ni en otro punto donde hay tres sacos más. Por cierto, claramente ilegales, según afirman los empleados municipales: se les han dispuesto varios maderos que superan la altura del saco para aumentar su capacidad. Una medida prohibida.

Un trabajador en la calle carga y descarga productos con una polea desde un balcón del número 25 de la calle de la Mercè. No lleva casco ni hay ningún tipo de medidas de seguridad. Cuando se le pregunta por qué, aduce que su jefe está arriba. Cuando el jefe recibe la pregunta, cierra la puerta del balcón y poco después los obreros desaparecen. Los sacos siguen allí.

En la placeta de Sant Francesc hay otro saco, tiene la marca de un inspector que ha observado esta presencia y ha dado aviso para que se lo lleven. La fecha de la marca es el 14 de julio de 2005. Puede ser, anota Núria Badia, gerente de limpieza, un saco reutilizado. Pero cabe también que sea producto del robo. Hay gente que cuando ve un saco lleno lo vacía en mitad de la calle y se lo lleva para usarlo o venderlo.

La plaza de la Mercè es uno de los puntos problemáticos en lo referente a la limpieza. Los otros puntos negros de Ciutat Vella son la plaza Reial, el Arc del Teatre en su confluencia con Lancaster, la calle de Eroles y la de Escudellers. La Rambla es asignatura aparte. En esos lugares la basura crece con tanta rapidez que cuando el carrito está lleno, y no necesita para ello recorrer mucho trecho, ya hay más porquería en cualquier otro punto.

También son duras las situaciones de las calles adyacentes a la plaza de George Orwell. En el momento en que pasa la patrulla de limpieza, otra patrulla, ésta de los Mossos, está registrando a una docena de personas por si llevan sustancias ilegales. La calle de la Rosa y la de Códol no tienen nada que envidiar a cualquier punto negro urbano: apestan con insistencia. Es mediodía, se supone que ya ha pasado, sobre las 7.00, otra brigada para limpiar.

Los responsables de limpiar la ciudad sostienen que la gente orina en la calle, sobre todo, a las horas del cierre de los bares. Pero la peste dura más: está incrustada. No saben si donde la gente mea una noche sí y otra también hay guardias con función disuasoria, aunque creen que a veces los hay de paisano. Los guardias dependen de otro negociado. En algunos lugares hay una pareja, pero si detienen a alguien tienen que llevarlo hasta comisaría, con lo que la zona queda de nuevo sin vigilancia. Una camioneta que pueda limpiar con agua de una boca de riego cuesta anualmente 60.000 euros. En Ciutat Vella actúan seis: 360.000 euros al año a cargo del erario municipal.

El Ayuntamiento asegura que batalla contra la limpieza, aunque se note poco. Para evitar, por ejemplo, la proliferación de bolsas de basura fuera de horario se han hecho dos cosas: puntos de recogida neumática y análisis de los residuos, a la búsqueda de un elemento que permita identificar y sancionar al autor. Una bolsa de basura, explica un miembro de la empresa que limpia Ciutat Vella, es un foco de porquería. Ensucia y huele mal, probablemente será abierta por un indigente que busque algo aprovechable. Quedará abierta. Y puede luego o antes pasar un perro (sin bozal, por supuesto) y hozar en la basura y expandirla por toda la calle.

La mayoría de los edificios tienen pintadas, aunque pocas en comparación con las puertas. La limpieza de las fachadas es cosa del propietario del edificio, pero teóricamente hay un pacto: el municipio limpia la pared y los propietarios las puertas. El resultado es que las paredes están guarras, pero menos que las puertas, que están guarrísimas. El coste de la operación es de 1,7 millones de euros al año, y apenas se nota. Núria Badia comenta que Barcelona es "hoy ciudad grafitera", y atrae a no pocos pintores deseosos de dejar su huella en las paredes. "Otra cosa es si es arte o sólo se pintarrajea", añade.

Un asunto complejo es la retirada de jeringuillas. "Han bajado tras la apertura de la narcosala", aseguran los empleados de la limpieza, pero no deja de ser un problema porque exige un tratamiento especial.

Los empleados, desde luego, no se aburren. Además de la vaca, pueden toparse con otros objetos no menos llamativos. Por ejemplo, una bombona de butano en un contenedor o unas cuantas bolsas de sangre que, tras intervenir la policía científica, resultaron ser de cerdo. De cerdo eran también dos cabezas que quedaron tras el rodaje de El Perfume. En cierta ocasión llamó una señora indignada. Quería que le quitaran una pintada de la fachada de su hotel. "¿Es ofensiva?", preguntó un empleado. "No lo sé, está en árabe", respondió. Ahora en árabe hay, en cambio, hasta pancartas pidiendo más limpieza. Porque aunque los empleados insisten en que no dan abasto, lo cierto es que la suciedad es abundante, constante y, con frecuencia, desagradablemente olorosa.

A veces la suciedad llega hasta el subsuelo, y para comprobarlo basta bajar a la estación de Liceo del metro, donde los restos de orines conviven con latas vacías, envases de plásticos y restos de paquetes de cosas. Es mediodía. Jueves 1 de septiembre. No una noche de fin de semana.

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