Seres queridos
Proponen convertir a los muertos en diamantes. Es un proyecto de la Empresa Municipal del Cementerio, en Granada, aliada con una fábrica suiza. Las cenizas de un muerto de 70 o 90 kilos de peso serán reducidas a un diamante de entre 200 y 65 miligramos: ceniza y diamante, oscuridad y luz. Lo que se hace con los muertos caracteriza bastante a las culturas, de las pirámides y las urnas al almacenamiento en bloques de nichos que imitan bloques de viviendas, con tratamientos como la cremación, la momificación, la inhumación, la dispersión en la naturaleza, el abandono. Es una novedad transformar al muerto en resplandor incoloro, mínima piedra preciosa artificial, que arderá sin dejar cenizas.
Será una nueva forma de culto a los antepasados, a los seres queridos, como dice la propaganda funeraria, imitando el humor del novelista Evelyn Waugh. The Loved One (Los seres queridos) es una gran novelilla de Waugh, y una película, no me acuerdo de quién. Se basaba en un verdadero cementerio de California, el del doctor Hubert Eaton, empresario de Pompas Fúnebres: bosques y jardines y cascadas, más reproducciones exactas de esculturas renacentistas italianas y capillas inglesas de genuina mansión nobiliaria, 60.000 turistas al año, cientos de bodas en los altares nobles, vida feliz después de la muerte. El doctor Eaton tenía un eslogan para su joya de cementerio: "La luz del sol no es la oscuridad, ni la vida eterna es la muerte".
Convertir a los seres queridos en diamantes une el culto a los antepasados y a la bella riqueza, auténtica o artificial. Y estas tumbas ambulantes, en un dedo, o una oreja, o al cuello, colgantes, zarcillos o anillos, serán buen tema de conversación en comidas amistosas y familiares, con intercambio momentáneo de difuntos engastados en una sortija, si los niños lo permiten. Un momento muy entrañable de estos días de verano, por los restaurantes de la costa Este andaluza, ha sido ver a los niños presidir la mesa, que ahora se monta siempre alrededor del niño. Aunque el niño, entre 3 y 5 años, caiga en una esquina, poco a poco se impone la voz del niño, probablemente hijo único, sobrino único, nieto único, el único que se deja oír en la mesa y en el comedor.
Es emocionante. Antes los niños oían hablar a los mayores, se aburrían, se adormilaban, decían que querían irse, incluso disfrutaban con los cuentos del pasado, y muchos aprendían a hablar tranquilamente. Se iniciaban en el gusto de la conversación, por decirlo así. Pero ahora los mayores oímos a los niños, les contestamos transformando la mesa en tambor y el vaso en tam-tam, al ritmo del rugido infantil, cada vez más prepotente e irascible el niño, progresivamente descontento, igual que sus padres, educados por el chiquillo, al que oyen e imitan como hacían antes los niños con los padres. Hoy los adultos se educan en la interesantísima charla onomatopéyica de los menores: ¡aprendemos a hablar con voz de dibujo animado del Japón! Es feliz la idea de convertir a los seres queridos en diamantes: que los niños empiecen a ver a sus padres como futuras piedras preciosas y no como abatibles enemigos de juego electrónico.
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