_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Seres queridos

Proponen convertir a los muertos en diamantes. Es un proyecto de la Empresa Municipal del Cementerio, en Granada, aliada con una fábrica suiza. Las cenizas de un muerto de 70 o 90 kilos de peso serán reducidas a un diamante de entre 200 y 65 miligramos: ceniza y diamante, oscuridad y luz. Lo que se hace con los muertos caracteriza bastante a las culturas, de las pirámides y las urnas al almacenamiento en bloques de nichos que imitan bloques de viviendas, con tratamientos como la cremación, la momificación, la inhumación, la dispersión en la naturaleza, el abandono. Es una novedad transformar al muerto en resplandor incoloro, mínima piedra preciosa artificial, que arderá sin dejar cenizas.

Será una nueva forma de culto a los antepasados, a los seres queridos, como dice la propaganda funeraria, imitando el humor del novelista Evelyn Waugh. The Loved One (Los seres queridos) es una gran novelilla de Waugh, y una película, no me acuerdo de quién. Se basaba en un verdadero cementerio de California, el del doctor Hubert Eaton, empresario de Pompas Fúnebres: bosques y jardines y cascadas, más reproducciones exactas de esculturas renacentistas italianas y capillas inglesas de genuina mansión nobiliaria, 60.000 turistas al año, cientos de bodas en los altares nobles, vida feliz después de la muerte. El doctor Eaton tenía un eslogan para su joya de cementerio: "La luz del sol no es la oscuridad, ni la vida eterna es la muerte".

Convertir a los seres queridos en diamantes une el culto a los antepasados y a la bella riqueza, auténtica o artificial. Y estas tumbas ambulantes, en un dedo, o una oreja, o al cuello, colgantes, zarcillos o anillos, serán buen tema de conversación en comidas amistosas y familiares, con intercambio momentáneo de difuntos engastados en una sortija, si los niños lo permiten. Un momento muy entrañable de estos días de verano, por los restaurantes de la costa Este andaluza, ha sido ver a los niños presidir la mesa, que ahora se monta siempre alrededor del niño. Aunque el niño, entre 3 y 5 años, caiga en una esquina, poco a poco se impone la voz del niño, probablemente hijo único, sobrino único, nieto único, el único que se deja oír en la mesa y en el comedor.

Es emocionante. Antes los niños oían hablar a los mayores, se aburrían, se adormilaban, decían que querían irse, incluso disfrutaban con los cuentos del pasado, y muchos aprendían a hablar tranquilamente. Se iniciaban en el gusto de la conversación, por decirlo así. Pero ahora los mayores oímos a los niños, les contestamos transformando la mesa en tambor y el vaso en tam-tam, al ritmo del rugido infantil, cada vez más prepotente e irascible el niño, progresivamente descontento, igual que sus padres, educados por el chiquillo, al que oyen e imitan como hacían antes los niños con los padres. Hoy los adultos se educan en la interesantísima charla onomatopéyica de los menores: ¡aprendemos a hablar con voz de dibujo animado del Japón! Es feliz la idea de convertir a los seres queridos en diamantes: que los niños empiecen a ver a sus padres como futuras piedras preciosas y no como abatibles enemigos de juego electrónico.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_