Metáfora del mundo
Su Excelencia Susilo Bambang Yudhoyono, muy sobrio general del Ejército antes que presidente de la República de Indonesia, es una apuesta del sureste asiático -mirando desde Europa- y por eso se presupone que "sabe dar órdenes" y puede evitarnos muchos lutos, no sólo a su país y a su región, sino al mundo entero. Lo dice él, suave de maneras, presidente educado e improbable del país más improbable y accidental, que tiene el mandato constitucional de defender la unidad de un Estado de 10.000 islas (dos grandes, unas medianas y las demás tal como son), 200 etnias, casi 200 millones de habitantes, una mayoría del 87% de musulmanes, unos pueblos dispares que gritan y una mayoría que, cuando tiene algún dilema con el destino, no recurre a los sindicatos ni a los partidos, sino, cada vez con más insistencia, a Dios. El país islámico más poblado del mundo intenta ser democrático sin ofender a su mayoría, que cree en un Dios que, se supone, no respeta mayorías.
Ayer, en el Hotel Dharmawangansa, una joya nueva de maderas tropicales en el centro de Yakarta, este ex general con talante de comprensión inmensa, nadie sabe aún si genuino o esforzado, rodeado de nada misteriosos indonesios vestidos con mono negro y armados con ametralladoras que sólo se hicieron visibles cuando terminó de hablar ante un grupo de periodistas y analistas de política internacional, dejaba claro que sabe "ahora que aún no nos han golpeado, pero que trabajan, se coordinan y reclutan para ello". Indonesia "los perseguirá". "Contamos con la inmensa mayoría de un pueblo que es ejemplo de tolerancia y libertad de religión". Nadie sabe aún si lo de este presidente, que quiere luchar al mismo tiempo contra el fanatismo, la más prosaica pero omnipotente corrupción y los enemigos secesionistas y totalitarios, va a salir bien del empeño cuando sólo lleva en el cargo diez meses. Pero desde luego lo esperan todos quienes quieren creer que desde aquí se puede exportar estabilidad y combatir al fanatismo.
Hace unos días, Bambang Yudhoyono -perdonarán la treta fonética- reunió a los responsables de su Gobierno, el Ejército y la policía para anunciarles que se elevaba el nivel de seguridad en toda la nación. Desde Europa llega información de que los atentados son inminentes. Las acciones terroristas masivas del islamismo fanático han dejado de ser posibles y son muy probables. En realidad nunca dejaron de serlo. No parece sólo cuestión de fechas. En la idílica isla de Bali en 2002, en el Hotel Marriot en 2003 y en la Embajada de Australia en 2004, en pleno centro de Yakarta, las bombas del terrorismo islamista estallaron ahora. Cientos de muertos. La obsesión por la seguridad, la voluntad de seguir vivo, los ciudadanos, convierten el sureste asiático en agrupación de sociedades en las que el Estado legítimo democrático busca fórmulas de autodefensa contra un islamismo que quiere imponerse, no ya a otras religiones, sino a la versión ciudadana de la propia. Son metáfora del mundo. Este Estado lucha por ser democrático como en sus inicios de la descolonización, en los que la dura realidad en la guerra fría lo hacía imposible porque dos bandos, comunistas y anticomunistas -las sutilezas eran inútiles- planteaban matar o morir. Hay quienes quieren que vuelvan a verse obligada a que la opción no exista.
Hoy, Asia del Sur, rodeada de potencias emergentes no siempre bienintencionadas -la China cuasi reina, la gran India, del Pakistán también potencia nuclear, de la miserable y sin embargo presente Corea del Norte, un Japón populista nacionalista, los rivales comerciales, las madrazas de Pakistán-, busca con ansiedad aliados tanto internos como externos. La clave está en encontrar un compromiso entre la realidad, sus miedos y su certeza. Si lo consiguiera el general, podría conseguirlo el resto del mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.