Degradación a un paso de la Gran Vía
En el entorno de la calle del Desengaño, prostitutas, 'yonquis' y borrachos campan a sus anchas entre suciedad y olor a orín
Un hombre agazapado en un contenedor con restos de obras de una casa prepara una dosis de droga. Es mediodía en la esquina de las calles del Desengaño y del Barco, en el barrio de Universidad, en pleno centro de Madrid. El hombre está esquelético y lleno de manchas. De un golpe, se pincha en la lengua. Mientras, en una obra contigua unos peones lo observan, pero siguen descargando sacos de basura y ponen cara de "qué se le va a hacer".
Madrid esconde muchas ciudades. Unas dentro de otras. Al otro lado de la Gran Vía, donde se alzan las tiendas de moda, los cines, los teatros y los clubes de moda, hay yonquis, prostitutas, calles sin asfaltar, borrachos de mediodía... Y huele a orín, a espacio abandonado, degradado y sin vida.
La iglesia de San Martín ha contratado un vigilante que decide quién es bienvenido
Los vecinos dicen que muchos comercios están cerrando. Los cines Luna lo hicieron en julio
"Que se paseen por aquí los del COI [Comité Olímpico Internacional] y les expliquen que esto también es Madrid", exclama el portero de un edificio de empresas de este barrio del distrito Centro. Frente a él, una mujer mayor duerme envuelta en mantas. Siete prostitutas la rodean mientras esperan a que comience su jornada laboral.
Las calles de Desengaño, de Tudescos, de Luna y de Ballesta se han convertido para los vecinos y trabajadores del barrio en un lugar cada día más difícil de habitar. "Si estuviera ciego no lo vería, pero es evidente que esto se degrada por momentos", explica Ricardo del Río, propietario desde 2001 de una tienda de consumibles informáticos en la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta.
A las puertas de su tienda, en un parque con toboganes y columpios, no hay niños. "Nunca los hay, alguna vez algún aventurero se atreve a meterse en el parque con su hijo. Pero es que ahí se pasan el día bebiendo, meando en las paredes, durmiendo tirados por las noches", asegura. Cinco ecuatorianos beben vino en tetrabrick y otros tantos están sentados en un banco. Al otro extremo de la plaza una policía de paisano pide la documentación a seis nigerianos.
La policía hizo en julio 30 intervenciones como ésta en plazas y espacios públicos de todo el distrito Centro. Fue en esta zona de la capital donde más actuaciones policiales se llevaron a cabo: unas 800. Más de 500 relacionadas con la venta ambulante, 271 sobre seguridad ciudadana y 46 inspecciones de locales. Y la policía detuvo en el distrito a casi 100 personas.
"¿Ha visto que París o Londres, que también son grandes ciudades, estén así?", se pregunta del Río. Ni París ni Londres se libran de la insalubridad o el comportamiento antisocial, pero sus gobiernos locales utilizan las armas legales para combatir los problemas.
El primer ministro británico, Tony Blair, obsesionado con las conductas antisociales, ha introducido la ley asbo (orden de comportamiento antisocial) que permite castigar con multas de hasta cinco años de cárcel a quienes mantienen una actitud incívica. Orinar en la calle, drogarse en público o lanzar basura está penalizado.
El número de delitos violentos en el país superó el millón en 2004. Cada día hay en Londres más de 10.500 denuncias por arrojar basura, 7.855 por actos vandálicos, 7.782 por daños a vehículos, 7.760 por molestar a los vecinos, 5.374 por ruido, 3.239 por beber en la calle y casi 3.000 por drogas.
El paisaje de París tampoco se libra de los indigentes o los okupas, pero el endurecimiento de la legislación sobre seguridad interior ha ampliado los poderes de la policía para actuar en la calle. En París la Gendarmería se ocupa de aplicar la política de tolerancia cero. La ley prohíbe la prostitución callejera, la mendicidad agresiva y la obstrucción en grupo de las zonas comunes de los inmuebles.
En Madrid, la Policía tiene al menos un resquicio legal para impedir la drogadicción en la calle, pues la prostitución no está penada, aunque sí el proxenetismo. La denominada ley Corcuera, de 1992, tipifica como delito en su artículo 25 el consumo de drogas, estupefacientes o psicotrópicos en "lugares, vías, establecimientos o transportes públicos".
Sin embargo, los trabajadores del aparcamiento de Tudescos se sienten cada vez más inseguros. "Todas las noches llamamos a la policía y vienen cuando vienen. Tenemos todos los problemas que quieras", resume Guillermo, un trabajador del aparcamiento. Las escaleras del garaje aparecen todas las mañanas llenas de excrementos y orines. "Bajan a drogarse, quieren ir al baño o esconderse entre los coches y robarnos, pero no les dejamos", agrega el vigilante, que cuenta que en una ocasión vigilantes y drogadictos acabaron tirándose piedras y dándose de palos.
Para acabar con los yonquis y la prostitución del distrito Centro el Ayuntamiento montó en junio del año pasado un dispositivo policial especial. Más policías vigilando la zona día y noche, para impedir que ocuparan la zona las meretrices que se habían trasladado de la calle de Montera y obligar a los yonquis a marcharse. El área de Seguridad del Ayuntamiento no disponía el pasado viernes de estadísticas sobre este dispositivo, que permitieran conocer si la situación en la zona ha variado desde entonces.
Mientras, los vecinos han impuesto su propio plan especial. La iglesia de San Martín ha optado por reservarse el derecho de admisión. En la puerta un vigilante decide quién es bienvenido y quién no. "Aquí hay demasiados maleantes y prostitutas, y esos no pueden entrar, tampoco las señoras muy escotadas", asegura Eduardo, el vigilante que la parroquia contrató en mayo, aunque ya había otros compañeros de su empresa trabajando en la iglesia. "Me preguntan si esto es el Vaticano", dice entre risas.
La Asociación Vecinal Barrio Universidad, que cuenta con 200 afiliados, no cree que sea tanto un problema de prostitución, como de abandono. "El problema no es la prostitución, o los que venden droga en la plaza, que ya los conocemos, el problema es que está dejando de ser una zona viva del barrio", afirma la presidenta de la asociación, Isabel Rodríguez. Los residentes de esta zona reclaman al Ayuntamiento un proyecto que trate de revitalizar estas calles.
Hace dos años el Consistorio les presentó un programa que tenía por objetivo promover el movimiento de barrio, creando centros culturales, residencias para la tercera edad o espacios comunes de convivencia. Aquello "se quedó en nada y debemos retomarlo", afirma Rodríguez. El centro cultural no se creó, y la residencia, en vez de municipal, se hizo privada.
Además de la falta de espacios cívicos, los vecinos dicen que muchos comercios están cerrando. Los cines Luna, por ejemplo, echaron el cerrojo el pasado 30 de julio. Este periódico ha tratado esta semana sin éxito de localizar a sus dueños para conocer la razón del cierre. "Le daban vida a esto, ahora habrá aún menos gente que venga por aquí", explica la presidenta de la asociación vecinal.
Otro ejemplo: en la calle de la Ballesta hay tres comercios de alimentación, un pub, un mesón y una tasca. Enfrente de ellos, ocho clubes de alterne. El único negocio que se ha abierto hace poco en la calle del Desengaño es el restaurante Public, regentado por unos orientales. Este local comparte acera con un peep show, y con el trabajo de las meretrices. "Es normal que enfrente y justo en el portal de al lado las tengamos todos los días, pero eso no hace que disminuya nuestra clientela", dice un empleado del restaurante.
Algunos de los comercios que llevan toda la vida en el barrio han visto cómo sus clientes han disminuido. Es el caso de la carnicería Garcisan, en la calle de la Luna, número 18. Hace 18 años seis personas atendían a la clientela. Hoy, sólo dos pueden con todo el trabajo. "Tampoco vendemos cosas de calidad. Salami, beicon...", afirma uno de los empleados, mientras atiende a un obrero que pide unas lonchas de mortadela para su bocadillo. Hace poco alguien cogió uno de los jamones que cuelgan de las paredes de la carnicería pero luego apareció fuera, a unos metros. "Por lo demás, nunca nos han robado", agrega.
Algunos vecinos y comerciantes, pese a que se quejan de la insalubridad de la zona, aseguran que no sufren robos ni intimidaciones. "Llevo aquí 14 años y jamás me ha pasado nada. Sin embargo, tuve otra peluquería en Gran Vía y me robaron tres veces", cuenta Pilar Cámara, dueña del establecimiento Freder, en los bajos del número 6 de la calle de la Luna. Cámara tiene, "por si acaso", un aparato que la conecta directamente con la policía, aunque asegura: "Jamás lo hemos utilizado".
En el local de al lado, confirman su teoría: "Aquí no nos roban, eso lo hacen en la Gran Vía o en Preciados, que luego se refugien aquí es otra cosa", argumenta la vendedora de la perfumería Heleme. "¿No ves que aquí nos conocemos todos?", continúa. Esta mujer, que lleva 25 años en el barrio, afirma que "sigue igual". "Lo que cambia son los elementos: antes había prostitutas de una categoría y ahora son de otra, pero ni un gobierno, ni otro, han hecho nada por mejorarlo", sentencia.
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