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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Reforma educativa y enseñanza de idiomas

Uno no sabe muy bien por qué la clase política, independientemente de su color o plumaje, tiende a confundir la parte con el todo, en un claro caso de desorientación metonímica.

En el dudoso refrito de la LOGSE que se nos presenta como nueva reforma educativa, se anuncia a bombo y platillo el papel prioritario que se quiere dar a la enseñanza de los idiomas. Y un servidor que se dedica a ello no sabe si reír o llorar. La buena nueva incide en adelantar la docencia lingüística hasta los tres años. ¿Y?

Cuesta entender que a nadie se le ocurra atacar el problema de raíz: la única manera de aprender inglés, francés o alemán es utilizándolos con cierta frecuencia y, a su vez, el único modo de usar una lengua es estar en contacto con ella. Bien puede la reforma mejor intencionada del mundo adelantar la enseñanza de idiomas a la edad del paritorio a razón de las tres horas por semana actuales, que seguiremos siendo un país de tercera o cuarta división lingüística en la Europa actual.

Hasta que en nuestro contexto cotidiano no nos acostumbremos al contacto con otras lenguas, los profesores de segundo idioma tendremos muy poco que hacer.

Como señalé en una carta anterior, la única (o la mejor) solución pasa por algo tan pragmático como la pantalla de un televisor (una buena oportunidad para aunar las reformas educativa y televisiva).

Si alguien no mueve los hilos para que nuestros programadores empiecen a incluir series y películas en versión original subtitulada en sus parrillas, tendremos que seguir contentándonos con excusas peregrinas que esquivan el problema, como la aliviante expansión del castellano en el mundo o la incapacidad patológica del españolito medio para aprender esos retorcidísimos sistemas fonéticos tan complicados en su comparación con nuestras cinco vocales.

Eso sí, sumaremos dos o tres años a la vergüenza de nuestros hijos cuando un danés o un croata, estupefactos ante su impericia lingüística, les pregunten cuánto tiempo llevan aprendiendo inglés.

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