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VISTO / OÍDO
Columna
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El banco, el siete, el Estado

Otro secreto que salta por los aires: el bancario. Ya lleva años violado: toda entidad capaz de poner multas tiene derecho a mirar las cuentas de su cliente forzoso, tomar de ellas el valor de su multa o de la deuda. Pero era sólo para los pobres: ahora dolerá a ciertos ricos. Ahora estaban prácticamente exentos. Ahora, con el pretexto del dinero del terrorismo, más que negro, puede caer mucha gente que ni siquiera lo sospecha. A mí no me parece mal: únicamente que el terrorismo es aún algo indefinido. Mantengo la suposición de que sus dineros, como sus armas, no se mueven por vías conocidas; la operación a que el Gobierno "obliga" a los bancos no lo va a encontrar fácilmente, pero sí verá movimientos poco justificables. "Ya se arreglarán ellas", seguí en mi soliloquio. Pero caí en que no es algo nuevo: el primer gran robo que sufrió mi familia fue el de las cuentas bancarias, cuando Franco se lanzó sobre ellas, sin discriminación política: anuló los movimientos realizados durante la "época roja".

Esa época, o la República hasta su aliento final, era el Gobierno legítimo de España; pero un asalto no se hace respetando la legalidad, ni el dinero. A mí me robaron todos los cursos y asignaturas aprobadas en la querida y añorada época roja. Cuento lo mío, que fue lo de millares de personas; cada uno se arregló como pudo, o no se arregló. Nosotros no podíamos ya pagar la casa, pero como nos la quitaron, muebles comprendidos -no todos: ni los libros-, ese problema desapareció. Lo terrible no es el robo a mano armada; es el reino de ellos, y la pérdida repentina de clase: la burguesía media republicana. Queda un barnicillo de cultura libre, pero ya no se usa; una forma de vestir con zurcidos, con sietes -ya no existe, que yo sepa, el siete: rasgón en el traje de tela usada hasta lo imposible, que toma esa forma cabalística, pero que atrae el desprecio-.

Ésa es otra historia. Lo que interesa es el crecimiento de la policía política y la obligación de denunciar y servir al Estado. El recuerdo de tiempos pasados, de cuando el autócrata que tanto inspira hoy creó el estado policiaco hasta límites insospechados. No hay que quejarse; Estados Unidos, el Reino Unido están ya peor. En nombre, por cierto, de la libertad.

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