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Reportaje:

El infierno del 11-S desde dentro

Salen a la luz, por orden judicial, más de 12.000 páginas con testimonios del horror vivido en los atentados de Nueva York

Yolanda Monge

Adolph Smith, miembro del Servicio Médico de Emergencias de Nueva York, relata: "Miré hacia arriba y lo que pensé que eran escombros cayendo de la Torre Norte eran los cuerpos de personas". Pocos metros más allá, otro equipo médico presta ayuda al bombero Daniel Suhr. Pero no responde al masaje cardiaco. Está herido de muerte. Una mujer acaba de impactar contra él en su caída al vacío desde una de las Torres Gemelas.

En miles de páginas, más de 12.000, incluidas 15 horas de transcripciones radiofónicas, queda plasmado el horror y el caos vivido tras los ataques contra el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Por primera vez, más de 200 testimonios orales de médicos, enfermeros, bomberos y sus jefes más inmediatos han sido hechos públicos. El pasado viernes, las historias recogidas durante y los días posteriores a los atentados se hacían públicas por decisión judicial. El diario The New York Times y algunos familiares de las víctimas ganaban una batalla iniciada en el año 2002, cuando ese diario obtuvo copias de los testimonios acogiéndose a la ley de libertad de información. Pero entonces su difusión fue paralizada por el equipo del alcalde Michael Bloomberg. Ahora, el Tribunal de Apelaciones del Estado de Nueva York ha ordenado hacer públicos los relatos, recopilados por el Departamento de Bomberos.

Maureen McArdle-Schulman es bombero y sobrevivió al 11-S. Recuerda haber escuchado chillidos antes de oír que algo se estrellaba contra el suelo. "Eran personas cayendo, lanzándose al vacío una detrás de otra", cuenta. "Sentí náuseas. Esa gente había decidido morir y yo lo único que podía hacer era mirar. Sentí que violaba algo sagrado. Así que otro compañero y yo nos dimos la vuelta y miramos a un muro mientras seguíamos oyendo los cuerpos estrellarse contra el suelo".

Hubo que improvisar. Los procedimientos de rutina dejaron de ser válidos, explica el enfermero Manuel Delgado. "Un trozo de avión aplastaba la parte delantera de un coche de policía", dice Delgado. Tanto él como un médico lograron llevar como pudieron al agente ensangrentado hasta un hospital, dejarle allí y regresar al lugar de la catástrofe. "Era una marea de gente corriendo, corriendo, corriendo. En ese punto lo único que podíamos hacer era decir a la gente que si podía andar siguiese andando, e intentar ayudar a los que se desplomaban o necesitaban ser acarreados", manifiesta Delgado en su declaración. Delgado recuerda haber trasladado a una mujer abrasada dentro de su vestido rojo. También a un hombre con el cuerpo lleno de quemaduras. "Alguien no debió de poder más con él y le soltó para salvar su vida", especula que sucedió el enfermero. "Le atendimos y le sacamos de aquel horror".

El desastre vivido el 11-S era de proporciones hasta entonces desconocidas. La respuesta estuvo a esa altura. El Departamento de Bomberos de Nueva York perdía 343 miembros. Al lugar de los ataques acudieron muchos enfermeros y médicos pensando que se trataba de un vulgar accidente. La red de emergencias médica se convirtió de repente en una suerte de voluntariado. Todos los testimonios apuntan al desbordamiento, la necesidad de reaccionar de manera muy rápida y sin una cadena de mando clara. René Dávila fue uno de los primeros enfermeros en llegar a la escena. No sabía si la unidad a la que pertenecía -incorporada al equipo de bomberos- había desplegado ya un plan de actuación. En cualquier caso, declara, no tenía la sensación de estar "bajo órdenes". "De repente uno tenía la oportunidad de ser un héroe, de convertirse en algo grande", admite Dávila. "Bien, a mí me dieron esa oportunidad y de repente deseé no haberla querido nunca", confiesa.

"Lo único que podía ver eran bolas de fuego, sólo bolas de fuego". Renae O'Caroll llegó a pensar que ella misma estaba ardiendo. "Llegó un momento que estaba tan cerca del fuego, lo sentía tan cerca, que me dije: te estás abrasando. Esto es lo que se siente cuando uno se está quemando vivo", expone esta enfermera. "Llegó un momento en que no pude hacer más. No podía respirar. Me tumbé en el suelo. No podía levantarme. No podía hacer nada. Creí que me estaba muriendo. Así fue, pensé que estaba muriendo".

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Rosemary Cain muestra la foto de su hijo, el bombero George Cain.
Rosemary Cain muestra la foto de su hijo, el bombero George Cain.REUTERS

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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