ISABELA, EVA, LANG
En la entrada del dietario correspondiente al 12 de marzo de 2003 dice lo siguiente: "En el tren Bratislava-Praga, sopa. -Albrecht y su viaje romántico-. Ilona K. is dead; no me sorprende, pero...".
Podría dejarlo aquí, pero también podemos extendernos un poco. Pues, aunque basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo, la versión abreviada de la vida de un hombre, los detalles siempre se agradecen. (Nabokov). Empezando por la sopa. Era un cuenco de sopa, medio lleno todavía, que el camarero había olvidado retirar del mostrador del bar y que el traqueteo del tren hacía temblar. Yo lo miraba con aprensión y repugnancia, y en ese preciso momento me abordó un hombre atlético, en la cuarentena, risueño, que dijo llamarse Albrecht. Es austriaco, crítico de música, y su mayor placer es asistir a todos y cada uno de los conciertos que ofrece el pianista Lang Lang en cualquier confín del mundo. Albrecht se dirigía a Praga para reencontrarse con una joven muy hermosa a la que conoció años atrás en la librería Fischer: la abordó en la librería, intercambiaron algunas palabras sobre la novela que ella dudaba en comprar, comprobó que, además de joven y dolorosamente bella, era sensible y culta, y antes de que se fuera logró arrancarle su nombre y apellido. Eva P. Desde entonces no había dejado de pensar en Eva P. El recuerdo acabó haciéndose obsesivo. Al fin, por medios enrevesados y rocambolescos, removiendo Roma con Santiago, averiguó su número de teléfono. La llamó. Ella no recordaba la breve charla en Fischer de años atrás, pero, halagada por la tenacidad del admirador vienés, accedió a verle en Praga, al día siguiente, en la cafetería del hotel Europa. Y hacia esa cita con Eva acudía Albrecht con el corazón ilusionado e inquieto y sus ensueños acunados por el balanceo del tren.
Y ahora la segunda parte de la entrada del 12 de marzo. Ilona K. is dead. No me sorprende, pero... Ilona trabajó muchos años en la CTK, la agencia checoslovaca de noticias que en los últimos años del comunismo hacía de contacto con los periodistas españoles; todos los que huroneábamos por allí la conocimos y, como a todos intentó ayudar en lo que pudo, muchos la recordarán. Estaba especializada en el mundo hispano, y entre los momentos de mayor éxito profesional se cuenta el día de 1985 que acompañó a los reyes de España a Karlovy Vary; años después, recordando cómo don Juan Carlos, forzado por protocolo a beber de un vaso de labrado cristal un buche del agua fétida del balneario, que allí se considera curativa, luego se inclinó para decirle al oído algo así como "yo esta porquería no la tomo más", se regocijaba. A la comunista militante que ella era le encantaba recordar ese ejemplo de la campechanía del monarca español. Yo creo que aquella anécdota le hacía pensar por un momento que la vida podría ser a ratos menos amarga y grave, podía incluso ser juguetona. En efecto, aquello había sucedido, y había sucedido entre el rey de España y ella, Ilona. Más adelante, cuando la perestroika soviética y la revolución de terciopelo trajeron el cambio a Checoslovaquia, todavía acompañó a Havel en su primer viaje a Madrid, en el año 91 o 92, en calidad de intérprete, cosa que sorprendió a más de uno de sus compañeros en el servicio español, que conocían las convicciones políticas de Ilona y también sabían que había sido durante varios años corresponsal en Cuba, en México y en Argentina, privilegios a los que sólo se podía acceder tras firmar un acuerdo de colaboración con la policía política. Desde esa cima del viaje a Madrid con el nuevo presidente de Checoslovaquia, que parecía indicar que Ilona había pasado los filtros de depuración, todo iba a ser una lenta caída.
Perdí el contacto con ella y en vano había intentado restablecerlo preguntando por ella en el sindicato de periodistas al que sabía que estaba afiliada, el de la oficina tronada en la calle París. Por aquella oficina, a la que se accede por un ascensor a menudo averiado o por las escaleras de gastada madera, sucias y polvorientas, en el piso superior al del comedor del sindicato permanentemente cerrado "por inventario", ni pasaban los años, ni los cambios políticos ni los cambios de mentalidad. Te recibía una secretaria inexpresiva como un bloque de hormigón pero rezumante de desdeñoso recelo, que no sabía idiomas ni usar el ordenador ni tenía el menor interés en complacer a nadie. Los aires nuevos también acabaron por llegar a esa oficina siniestra. La nueva empleada es eficiente, políglota, ducha en informática. Esa señora a la que usted busca, me dijo, figura en nuestras listas, sí, estaba afiliada pero hace dos años que dejó de pagar sus cuotas. Según la ficha, por entonces trabajaba en el diario agrícola Zemedelské Noviny, y luego en la revista médica Zdravotnické Noviny... Este dato -que Ilona, tan puntillosa y formal, no pagase sus cuotas en el sindicato- era lo bastante elocuente. Ulteriores llamadas telefónicas confirmaron lo que ese signo apuntaba.
Claro que su muerte no era una verdadera sorpresa porque me la había anunciado muchas veces, ya en los años 90-91, telefoneando de madrugada para exclamar, en español con acento cubano: "No, olvídese, esto no hay quien lo aguante, yo voy a acabar con todo". En la voz alcohólica latía una desesperación rabiosa, combativa. El motivo oficial de esa desesperación podían ser las declaraciones de algún político reclamando ilegalizar el partido comunista; o la subida de los precios, o los manejos de cuatro "inversores" como Victor Kojeny, luego conocido como "el pirata de Praga", que robó buena parte del patrimonio industrial del país aprovechando la ignorancia de las autoridades y la bisoñez financiera de los checos y se había refugiado en las Bahamas, donde sigue.
Quedábamos en algún bar, y había que esperarla un buen rato pues ella vivía lejos del centro, no tenía coche, el metro había ya cerrado, el autobús se demoraba. Luego, tras un vaso de vino blanco, dejaba entender que el verdadero motivo de su desesperación era más personal: en la agencia habían nombrado a un nuevo jefe, uno de aquellos malditos disidentes, amigotes de Havel, que venía con ideas de rentabilidad, de optimización de recursos, y ella temía las represalias, la reducción de plantilla, el cierre del servicio de español, la incertidumbre del futuro. Como un sustrato de estas negras perspectivas estaban las humillaciones y frustraciones de la infancia que la condujeron a una anorexia casi fatal; y era una de las pequeñas revanchas que había logrado obtener sobre la vida, uno de los grandes éxitos que gustaba recordar, la medalla que obtuvo en las Olimpiadas Matemáticas del año 196..., aunque compitió en tal estado de debilidad que su padre la había tenido que llevar y traer en brazos... "¡Y aun así, gané la medalla!".
Por debajo de los conflictos del presente laten las humillaciones de la infancia, o -si uno tiene suerte con su dotación química y sus conexiones neuronales- el esplendor de los días solares e interminables, propios, dicen, de esa edad. No es posible ocultar que Ilona era muy poco agraciada, que tenía una fisicidad desafortunada, la barbilla salida, los pómulos altos y pronunciados como de mongol, las hechuras grandes, desmañadas y poco femeninas; el cabello, que era fino, rubísimo, y el mayor de sus atractivos, lo llevaba recogido en un moño tirante; la expresión severa del rostro y el frecuente malhumor contribuían no poco a hacerla, de entrada, antipática; uno tenía que hacer el esfuerzo, de grado o de fuerza, de conocerla y tratarla para descubrir y comprender que detrás de aquel carácter borrascoso, de aquellos arrebatos de mal genio con los que zanjaba de súbito, por ejemplo, una discusión sobre los méritos o deméritos de tal nueva estrella de la política o cual medida financiera, con una locución lapidaria y tan plástica y sonora que quince años después de oírla por primera vez aún resuena entre las paredes de mi cráneo ("¡Olvídese! ¡Son todos unos comemierda!"), detrás, digo, de ese mal genio, había un corazón grande, una sentimental entrañable porque trataba de ocultarlo, y una inteligencia despierta y muy capaz de reírse de sí misma. Esa capacidad para la autoironía es un espléndido blindaje contra las adversidades de la vida particular. Lo que pasa es que Ilona no tenía que luchar solamente contra sus traumas y conflictos personales o los agravios de la vida corriente, y contra la evidencia de que ya no volvería a América, donde en la década de los setenta había pasado los años más plenos de su vida, y donde fue amada, sino que también luchaba contra la Historia, y ésta se la llevó, claro está, por delante, como a un pecio, porque Ilona no la pudo borrar de su currículum.
A su torcida manera, también ella fue una víctima de la guerra fría, y una de esas que no dejan a nadie detrás para llorarla. Murió por ser comunista y por no haber podido dejar de serlo. Ese handicap se manifestó claramente, por ejemplo, la tarde en la estación Wilson en que hacíamos cola ante una taquilla y un joven quiso colarse. Ella montó un escándalo, y cuando el joven abochornado se volatilizó, zanjó el incidente diciendo, con un rictus de severa satisfacción: "A nadie nos gusta hacer cola, y todos la hacemos. Todos". Ah, aquel énfasis en el "todos", aquella lección tan bien aprendida que recitaba como si fuera una idea propia, revelaba cuán mal preparada estaba para los tiempos que se avecinaban. Poco después, cuando su nombre apareció en las listas de la "lustración", o sea, en la nómina de los colaboradores e informadores de los servicios secretos para los que ella era "Isabela", que publicó el semanario humorístico Rude Krava (Vaca Roja, parodia del Rude Pravo oficialista), su suerte quedó echada: el nuevo director de la CTK, el disidente Peter Uhl, sometió al juicio de sus 80 compañeros si había que despedir o no a ella y a los otros dos confidentes que aparecían en las listas oprobiosas; y aunque los resultados de la votación determinaron que la inmensa mayoría querían que se quedase, poco después, al partirse Checoslovaquia en dos países, el servicio exterior de la CTK fue desmantelado. Y en los nuevos empleos que fue encontrando, cada vez peores, la persiguió la sombra de "Isabela", y su edad (estaba en la cincuentena) también se volvía contra ella. Ahora el Partido Comunista sube como la espuma en intención de voto, pero los años noventa en Checoslovaquia se caracterizaron por un anticomunismo comprensible pero feroz, y por la exaltación desmedida de la juventud. Las nuevas empresas, que se constituyeron a toda velocidad merced al rápido, resuelto y caótico proceso de privatización de los bienes del Estado, reclamaban a los profesionales recién egresados de las universidades y por consiguiente no contaminados por las prácticas y las inercias derivadas del roce con el antiguo régimen. Los empleados de un periódico se hicieron millonarios de la noche a la mañana comprando las acciones, y revendiéndolas al cabo de un año a una empresa alemana. A otros no les fue tan bien. A Ilona la echó de un empleo un antiguo compañero que no le había perdonado sus privilegios de antaño ni su doble vida como "Isabela". En la siguiente redacción se le hacía comprender que era un lastre. La que unos años antes había sido brillante corresponsal en América Latina estaba tecleando un anodino reportaje sobre piensos compuestos y sobre maquinaria agrícola que la semana pasada la había tenido chapoteando por las zanjas del agro moravo, y oía mientras tanto a dos colegas jóvenes: "Si pudiéramos desembarazarnos de carrozas como ésa, la revista cogería otro aire".
Le comentó esta escena a su ex colega Sabina, quince días antes de morir, un día en que ésta, que estaba sentada en la terraza de una galería, con otras veteranas de CTK, la vio pasar apresurada, sofocada, y la invitó a tomarse un respiro y una copa. Ilona no quería detenerse, la esperaban en la redacción, tenía que entregar, urgentemente... Pero aquella prisa era menos real que un hábito adquirido en los años de periodista de agencia. Casi tuvieron que obligarla a sentarse.
Ahora Sabina, recordándolo, se bebe otra copa de vino, lanza un suspiro y exclama:
-Es una pena que Ilona no aguantase un poquito más.
-¿Por qué?
Se encoge de hombros:
-Porque todo aquello de la lustraze quedaría ya olvidado y ella volvería a encontrar empleo. De nuestra generación, los únicos que nos salvamos profesionalmente somos los que sabemos idiomas. Y ella hablaba muy bien el español...
A Ilona la encontraron muerta, en su cama, en su piso de la calle Lasková, que quiere decir "Del Amor", ese sarcasmo quizá se lo podía haber ahorrado el azar. Es un piso alto en un barrio de bloques, a diez minutos de la estación de metro. Al ascender de la estación a la superficie te sorprende el tac-tac-tac de los semáforos para invidentes, que suenan como grillos. Hay un cielo grande, a la izquierda discurre la autopista hacia Alemania, y delante de cada bloque hay un parterre con un par de abedules y unos bancos con soporte de hormigón y asiento de madera en los que a lo mejor ella, cuando llegaba el buen tiempo, se paraba a veces a recordar sus años en el trópico.
En cuanto a Albrecht, la cita en el café del hotel Europa fue cordial y agradable, según me escribió, sus recuerdos no le habían engañado: en efecto, Eva P. era una persona muy, muy interesante, y tan bella como la recordaba. Tenía un novio, trabajo, y cosas. Leyendo entre líneas, se sobreentendía que las expectativas sentimentales de Albrecht respecto a ella se habían serenado un poco. El mes que viene, agregaba, se iba a California para seguir los pasos de Lang Lang, que iba a ofrecer allá una tanda de conciertos.
La vida es caprichosa y, como dijo el sabio: "El dolor es profundo, / el placer es más profundo aún que el sufrimiento. / Pues todo dolor dice: ¡Pasa! / Pero el placer quiere eternidad. / Quiere profunda, profunda eternidad".
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