El rescate del batiscafo crea un clima de distensión entre Rusia y Occidente
"A bordo estamos todos vivos", fueron las primeras palabras del capitán al abrir la escotilla
"Siempre creímos que nos rescatarían". Pálido y con aspecto agotado, Viacheslav Milashevski, el capitán del batiscafo AS-28 atrapado en el fondo del Pacífico durante tres días con siete tripulantes, se mostró con razón optimista al término de un angustioso rescate, que concluyó con la salida del minisubmarino a la superficie poco después de las cuatro de la tarde del domingo (cinco de la madrugada en España peninsular) en la península de Kamchatka. Para alegría de todos, el fantasma del Kursk, en el que perecieron 118 personas hace cinco años, había sido conjurado.
A juzgar por las efusivas reacciones de los representantes oficiales rusos, la ayuda internacional del Reino Unido, Estados Unidos y Japón hizo más por las relaciones y el clima de confianza entre Rusia y Occidente que años de sofisticada diplomacia entre Moscú y la OTAN. La fase decisiva de la operación corrió a cargo del robot británico Scorpio, que se sumergió para cortar los cables de una antena de vigilancia costera y las redes pesqueras que atrapaban al AS-28 a una profundidad de 190 metros y a unos 70 kilómetros del puerto de Petropavlovsk. Durante las cinco horas que duraron los trabajos no faltaron nuevos contratiempos, porque el robot se enganchó también en las redes que cortaba y tuvo que ser izado para su reparación.
El minisubmarino, ya liberado, emergió en una maniobra dirigida por la tripulación de la nave. "A bordo estamos todos vivos", fueron las primeras palabras del capitán al abrir la escotilla al aire fresco del Pacífico. Los marineros, en uniforme de trabajo, tenían aspecto cansado, pero su estado fue declarado "satisfactorio", habida cuenta de las circunstancias. En el submarino habían permanecido a temperaturas de cerca de cinco grados y habían tenido que reducir al mínimo su actividad y sus comunicaciones para administrar el oxígeno disponible. Algunos de los tripulantes tenían ligeros resfriados. El comandante naval británico Jonty Powis afirmó que los marineros disponían de oxígeno para otras 12 horas, y señaló que su mayor problema había sido resistir el frío.
El ministro de Defensa, Serguéi Ivanov, que vigilaba el rescate desde el buque Razliv, trasladó a los marineros rescatados hasta el puerto de Petropavlovsk, en Kamchatka. "Me sentía con ganas de bailar y lloré de felicidad", declaró a la televisión Yelena, la esposa del capitán Milashevski. Rusia entera compartía su alegría y el agradecimiento sustituyó ayer a las jactancias patrioteras a las que son proclives los representantes rusos. "Quiero expresar gratitud a nuestros marinos, especialmente a nuestros marinos de la flota del Pacífico y a todos los que nos han tendido una mano, en primer lugar la flota británica, las fuerzas navales de Estados Unidos y las fuerzas navales de Japón", dijo Ivanov. "Hemos visto con los hechos y no con las palabras lo que significa la hermandad en el mar", señaló el ministro. Tanto el presidente Vladímir Putin como el Ministerio del Interior expresaron también su reconocimiento a la ayuda internacional.
Los tres robots estadounidenses transportados a Kamchatka el sábado en aviones militares no tuvieron tiempo de entrar en acción, porque se les adelantó el robot británico. No obstante, buzos norteamericanos acompañaron al Scorpio al lugar del siniestro. Tampoco entraron en acción los buques enviados por Japón. El presidente Putin ha ordenado una investigación sobre las causas del siniestro del batiscafo.
Ayer mismo, los mandos de la Armada, comenzando por el comandante en jefe de la flota del Pacífico, Víktor Fiódorov, aprovechaban el clima de júbilo y el éxito de la técnica occidental para pedir equipos más modernos a los políticos y para reflexionar sobre el equipamiento técnico de la Armada. Oficiales citados por la agencia oficial Itar Tass afirmaban que en el proceso de las privatizaciones Rusia vendió a precio de saldo el buque Mijaíl Mirchinka, que hubiera podido ser utilizado en las tareas de salvamento. La experiencia del minisubmarino, afirmaba un comentario difundido por la misma agencia, muestra que es necesario "equipar urgentemente los servicios de salvamento de la Armada con tecnología moderna, incluso la extranjera".
La flota rusa, señalaba, había sacado las oportunas consecuencias del accidente del Kursk, ya que los buzos de profundidad que hubieran podido abordar la tarea no se encontraban en el sitio necesario en el momento necesario y se tuvo que recurrir a los buzos norteamericanos. El accidente, sin embargo, demostró que la política de mantener maniobras conjuntas con flotas de otros países es acertada.
La alegría del ministro
Serguéi Ivanov, el ministro de Defensa de Rusia, levantó los antebrazos y cerró los puños cuando los siete tripulantes del batiscafo salieron a la superficie. "Se ve, se ve... estupendo", exclamó el ministro en el puente del buque desde donde coordinaba el rescate y volvió a repetir el gesto, que quedó registrado por las cámaras. Después, el funcionario, que como el presidente Putin es un veterano de los servicios de seguridad, miró su reloj de pulsera con hábito profesional.
El peterburgués de 52 años tenía motivo para estar contento. Por fin algo salía bien, cuando lo habitual es que las cosas salgan mal. Esta vez, Ivanov no tenía que vérselas con cadáveres sumergidos en el fondo del mar, ni con helicópteros derribados en Chechenia, ni con emboscadas en las montañas del Cáucaso. Tampoco tenía que lidiar con adolescentes que huyen del servicio militar porque temen más a su Ejército en tiempo de paz que al enemigo en tiempo de guerra; ni que esforzarse por ser sociable con las damas de las asociaciones de madres de soldados, que se quejan de las novatadas y de la falta de respeto a los derechos humanos en las Fuerzas Armadas. Esta vez, las cosas habían salido bien.
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