Una posguerra de fuegos fatuos
Baudelaire sostuvo que hay que ser totalmente moderno. Parece que Shirley Hazzard (Sydney, 1931) no comparte su opinión. Esta escritora australiana cuenta en su haber, entre otras obras, con una semblanza de Graham Greene titulada Greene en Capri (traducido aquí por Península), y una novela que recibió grandes elogios en su día, The Transit of Venus. La que se publica ahora, El gran incendio, es una novela bizantina que, como conviene al género, está ambientada en distintos lugares: Japón y China, Nueva Zelanda, el Reino Unido, Marsella y California. Hazzard relata la historia de amor entre el inglés Aldred Leith, sinólogo y militar condecorado en la II Guerra Mundial, y la australiana Helen Driscoll, la jovencísima hija de un brigadier y su esposa. Los amantes se conocen en el Japón de la posguerra, donde los padres de Helen y el capitán tienen encomendadas distintas tareas. Durante un tiempo los australianos alojan al inglés en su residencia, lo que da lugar al encuentro del capitán con su futura esposa y con Benedict, el moribundo hermano de Helen que se convertirá en el confidente de la pareja.
EL GRAN INCENDIO
Shirley Hazzard
Traducción de Roberto Frías
Destino. Barcelona, 2005
282 páginas. 20 euros
Aldred y Helen tendrán que
superar la diferencia de edad, las constantes separaciones y la oposición frontal de los padres de ella para hacer realidad su amor. No hace falta decir que ella es hermosa como Helena, casta como Lucrecia, sabia como Atenea y que en las larguísimas separaciones de su querido capitán le escribe unas cartas dignas de Eloísa. Aldred no se queda en zaga, porque si hubo alguna vez un compendio de virtudes masculinas, él lo encarna a las mil maravillas, siendo gentil y delicado al tiempo que firme y viril, valiente sin llegar a descerebrado, y constante ante la adversidad. Como no podía ser de otro modo, los amantes vencen los obstáculos y se reúnen finalmente gracias a la muerte del hermano.
Así las cosas, lo más llamativo de El gran incendio son las recuperaciones de información repartidas a lo largo del texto. No ayudan a comprender a unos personajes esencialmente planos, pero dan fe de la talla de Hazzard como narradora. Como resultado la novela tiene sus mejores momentos en los recuerdos de guerra, en los excursos y en los parergon que enmarcan una trama principal bastante más tibia de lo que sugiere el título. En este sentido la novela viene lastrada por la carencia de modernidad, entendida como el ejercicio de asumir riesgos, los que sean, para que el fuego de la palabra no sea fatuo.
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