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Filmoteca de verano | GENTE
Columna
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Un millón de años de turismo

Hace un millón de años es una película sobre el turismo. Trata de una tribu, Los Piedras, que siempre ha vivido aislada en su cueva hasta que uno de sus miembros, John Richardson, es expulsado y condenado a buscarse la vida. La acción transcurre, como señala el título, hace un millón de años, una época sin áreas de servicio ni restaurantes típicos en los que reponer fuerzas. Richardson, pues, anda bastante perdido, sin brújula ni guía Repsol, y pone cara de confirmar lo que dijo Lyn Yutang: "Un buen viajero es aquel que no sabe adónde va". Como era previsible, Richardson cae víctima de un fulminante golpe de sol. Al despertarse, a orillas de una playa sin chiringuitos, ni yates aparcados en doble fila, ve a un grupo de jóvenes pescadoras. Van ataviadas con bañadores y biquinis de piel de cabra, fashion troglodita total, y las capitanea Raquel Welch, miembro de la tribu de Los Conchas e inscrita en el registro civil de Chicago como Raquel Tejada. A diferencia de Los Piedras, que son morenos, desagradables y violentos, Los Conchas sonríen, son rubios y viven en un clima de armonía que sólo se ve interrumpido cuando aparece algún dinosaurio, lagarto o cualquier otro bicho gigante producto de la imaginación alucinógena de Ray Harryhausen, responsable de efectos especiales.

Es un palmito polémico. La belleza de Raquel Welch nunca ha estado bien vista por algunos sectores de la cinefilia

Al ver a Welch, Richardson vuelve a desmayarse. Es algo que no ocurrió con muchos de los espectadores que, en 1966, vieron esa película sin lograr quitarle los ojos de encima. Lo demás se ve venir: el Piedra confraterniza con la Concha hasta el punto de adoptar sus costumbres, lo cual certifica la premisa fundamental del turismo: "Allá donde fueres, haz lo que vieres". Cambiar de aires, conocer otras culturas y enamorarse de personas que no forman parte de nuestro entorno explica esa masiva tendencia al desplazamiento que, en verano, alcanza su momento de máxima hiperactividad. "Algún día se viajará tan rápido que será mejor quedarse en casa", escribió Bohumil Hrabal. Hace un millón de años todavía merecía la pena salir. No sólo para ver a los monstruos antediluvianos y correr por el desierto como si de un mega-encierro de San Fermín se tratara, sino también para descubrir paisajes, gastronomías y folclores ajenos. Otra prueba de que esta película trata del turismo es que se filmó en Canarias.

Aparecen rincones de Fuerteventura, las playas de Papagayo en Lanzarote, el Teide y las Cañadas de Tenerife. Subyugados por la belleza del entorno, los turistas aprovechan el poco tiempo que les dejan los dinosaurios, las tortugas y tarántulas gigantes para bañarse, reír, pescar y lucir palmito. Es un palmito polémico, que conste. Aunque se convirtió en combustible de sueños más o menos confesables, la belleza de Raquel Welch nunca ha estado bien vista por algunos sectores de la cinefilia. Juan Marsé, por ejemplo, sin negarle su potencial atractivo, escribió sobre ella: "Los muslos, largos y rectos, carecen de intimidad y de aquella línea combada de la panza del jarrón. La piel parece tensa y durísima. Las caderas son angulosas, inhóspitas". El día que quieras, maestro Marsé, te enseño las mías y verás lo que son unas caderas inhóspitas de verdad. Welch es, además, una entusiasta de España. Recordando las cinco películas que rodó aquí, estuvo hace unos meses en Almería, donde, a punto de alcanzar la edad de jubilación, fue merecidamente homenajeada. "Si alguna vez llegan a nominarme a los Oscar, iré a la ceremonia de entrega desnuda", dijo en una ocasión. Sus detractores lo interpretaron como la admisión de sus escasas posibilidades pero, hace un millón de años, que fuera desnuda no habría escandalizado a nadie.

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