Duisenberg y la credibilidad del Banco Central Europeo
Cuando se creó el Banco Central Europeo (BCE), se partió de dos premisas fundamentales: tenía que estar localizado en Francfort y tenía que tener como modelo el Bundesbank. Las dos premisas eran necesarias. Había que enviar un mensaje claro a los mercados financieros de que el BCE iba a ser un heredero directo y consanguíneo del Bundesbank, ya que el banco central alemán había sido el que había adquirido la mayor credibilidad posible ante los mercados de estabilidad y baja inflación entre todos los bancos centrales europeos.
Además, había que crear una nueva moneda europea, el euro, que tenía también que conseguir una credibilidad similar a la del marco alemán. La Unión Europea (UE) tenía dos opciones: una era elegir como moneda única el marco alemán que era el más estable y con mayor reputación de todas las europeas; la otra era crear una moneda única nueva sobre la base de las actuales. Al final se eligió la segunda, que era la opción más difícil y con mayores problemas de credibilidad pero también la única políticamente aceptable.
El mismo problema planteaba la elección del presidente del BCE. Tenía que ser una persona de gran reputación antiinflacionista pero no alemán. El Gobierno alemán propuso a Duisenberg; el francés, a Trichet. Al final, como en todas las decisiones difíciles en las que no existe acuerdo dentro de la UE, se buscan soluciones pactadas, aunque no tengan ninguna racionalidad, y se llegó a un acuerdo implícito de que Duisenberg fuera presidente durante cinco años, en lugar de los ocho que establecían los estatutos del BCE, con un vicepresidente francés y que fuera sustituido por Trichet.
Duisenberg, a pesar de tener menos poder que el que tiene Greenspan, ya que tiene en su Consejo de Gobierno a los 12 gobernadores de los bancos centrales europeos y a los otros cinco miembros del Consejo Ejecutivo con un voto cada uno, mientras que en el Consejo de la Reserva Federal sólo son siete miembros, ha sido capaz, con su equipo de gobierno, de conseguir que el BCE gane una merecida reputación internacional de banco independiente y que la inflación se haya mantenido a niveles razonablemente bajos, aunque no siempre dentro de los objetivos establecidos, y ha hecho posible la creciente confianza en el euro. Estos logros han sido alcanzados a pesar de que en su periodo de presidente, entre 1998 y 2003, ha tenido que hacer frente al estallido de la burbuja financiera, a un primer choque de altos precios del petróleo, a los ataques terroristas del 11-S y de que haya visto caer el valor del euro en un 30% frente al dólar, lo que suponía un doble efecto inflacionista a través del mayor precio de las importaciones en euros.
Posteriormente, ha sabido hacer siempre frente a las presiones de los políticos cuando empezaron los problemas de bajo crecimiento de los países centrales de la zona euro y la posibilidad de que ésta entrase en una espiral deflacionista siguiendo la experiencia japonesa. Ha sabido finalmente dirigir y convencer a su consejo de olvidarse de los acontecimientos a corto plazo y concentrarse exclusivamente en mantener la estabilidad financiera y una tasa de inflación baja a medio plazo.
También ha sabido introducir, una vez que había ganado la confianza de los mercados, una cierta flexibilización del objetivo a medio plazo de la inflación y lograr encontrar un sistema asimétrico de rotación de los miembros no permanentes de su Consejo de Gobierno, para poder compatibilizar la ampliación a 12 nuevos miembros con el principio de "un miembro, un voto", a través de que los gobernadores de los países grandes roten más lentamente que los países pequeños, pero que todos puedan asistir a las reuniones y opinar aunque no todos voten.
Los mayores problemas que ha tenido en su mandato han sido, por un lado, que no ha sabido comunicar bien las decisiones de su consejo, en parte, porque era muy directo y a veces excesivamente duro en sus contestaciones, y ha tenido enfrente a Greenspan, un gran comunicador y un experto en liderar con sus opiniones a los mercados financieros internacionales y, por otro, que no se ha llevado bien con él los miembros del Comité Monetario del Parlamento Europeo, ante el que tenía que rendir cuentas cada tres meses. Ambos problemas han sido superados por su predecesor, que tiene una enorme habilidad para ser más político y diplomático en sus intervenciones.
Duisenberg era un hombre afable y divertido en privado, aunque taciturno y a veces enigmático en público, probablemente, su afición al tabaco, era un fumador empedernido que empalmaba constantemente un pitillo o un puro con otro, ha podido adelantar su muerte repentina. Descanse en paz, Europa tiene que estarle muy agradecida.
Guillermo de la Dehesa es presidente del CEPR y del OBCE.
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