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Columna
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Prestigiar la política

De las consecuencias funestas que tiene una estrategia de acoso indiscriminado al Gobierno, como la que viene utilizando el PP contra el ejecutivo de Zapatero, sabemos mucho en Euskadi. Durante demasiados años nuestros Ayuntamientos e Instituciones superiores han venido soportando acciones extraparlamentarias pero desarrolladas en las sedes parlamentarias. La izquierda abertzale, durante su larga andadura hasta la ilegalización, desarrolló diferentes estrategias de oposición, desde la no participación en las Instituciones por no considerarlas representativas, hasta el protagonismo de innumerables y variados eventos que iban desde la exhibición de textos insultantes hasta las amenazas físicas.

La agresividad se convierte en un lastre cuando se trata de una profesión tan noble como el gobierno de las gentes

Todos recordamos como eran exhibidas fotografías de etarras recién detenidos, como se derramaba un saco de cal sobre el escaño de Ramón Jáuregui, como se cantaba el Eusko Gudari ante la visita del Rey, como algunos parlamentarios se encapuchaban voluntariamente ante amenazados de los partidos no nacionalistas, todo ello en claras y repugnantes provocaciones. Y no sólo ellos, porque en los últimos años, sin que el esperpento llegara a tales niveles como antes, los partidos democráticos vascos se han enzarzado en disputas estériles en los diferentes escenarios, llegando a prácticas que han convertido las sedes parlamentarias en Patios de Monipodio.

De esos modos de hacer política sólo hemos cosechado crispación y división social. La consecuencia más funesta de esta división es el alejamiento de los ciudadanos de los políticos, mostrando una imagen en que da la impresión de que los políticos discuten de unas cosas mientras los ciudadanos sienten preocupación por otras.

Viendo al Presidente del Congreso, Manuel Marín, pidiendo perdón a los ciudadanos españoles tras la trifulca en que el diputado del PP, Hernando, amenazó y levantó la mano agresivamente ante el portavoz del PSOE, me han venido a la memoria múltiples anécdotas acontecidas en nuestros parlamentos. Ciertamente, el comportamiento de los parlamentarios del PP en Madrid tiene que ver con una estrategia de acoso al gobierno que debiera ser castigada, porque la cortesía y la educación han de estar en el principio irrenunciable que guíe el debate político, que no es otra cosa que un diálogo reglamentado entre personas con diferentes modos de pensar. Pero el PP tiene muy claro que de lo que se trata, -según el método de la derecha tradicional-, es de evitar que los ciudadanos hablen de las mismas cosas que los gobernantes para que nunca sientan afinidades en sus posiciones.

La mayoría de las decisiones tomadas por el gobierno de Zapatero han sido valoradas positivamente por los ciudadanos porque han influido en el ámbito de las libertades, incrementándolas. Aún no han sido abordados asuntos escabrosos, como las reformas fiscal, laboral o de las pensiones, que pueden provocar críticas reales al gobierno por parte de ciudadanos libres e independientes en su pensamiento. El PP, ante esta alta valoración que está cosechando Zapatero, ha optado por distraer la atención de la opinión pública hacia asuntos menores, de la mano de agitadores tan habilidosos como Zaplana o Acebes. Poco a poco la figura del "pijo" de derechas, engominado y engolado en sus gestos y ademanes, la han ido cambiando por la del provocador achulado.

Y bien, estos señores no se dan cuenta de que en España no hay nueve millones de personas (los votantes del PP, a los que representan) que respondan a ese perfil agresivo y chulesco. La agresividad, que algunos consideran una virtud para profesionales dedicados a la venta o la dirección de empresas puramente competitivas, se convierte en un lastre cuando se trata de una profesión tan noble y ejemplarizante como el gobierno de las gentes y los pueblos.

La clase política, -que aún acepta llamarse "clase" en esta sociedad interclasista en que se niega la existencia de "clases sociales" para desvirtuar el debate ideológico-, tiene la obligación de evitar convertirse en una casta. Todo lo que hagan los políticos deben hacerlo desde dos premisas que se complementan entre sí: resolver los problemas existentes y evitar que se produzcan otros. Las prácticas políticas actuales se encuentran con serias dificultades para solucionar algunos problemas porque, a veces, la Economía se impone a la Política, y los ciudadanos ven como su libertad y bienestar se supeditan a los números en lugar de hacerlo a los dictados de la Política. Por eso sería deseable que los políticos cuiden mucho sus formas para no causar más desperfectos en nuestra difícil y débil convivencia. De este modo la actividad de los políticos recuperará su nobleza, fortalecerá su dignidad y aumentará su eficacia.

No obstante, tras este análisis de los hechos, debo advertir que el descrédito que afecta a la generalidad de los políticos debe ser matizado. Remitiéndonos al episodio de Hernando y Rubalcaba, hay que poner de manifiesto los hechos que precedieron al intento de agresión de Hernando: la desobediencia reiterada de un diputado del PP que ninguneó al Presidente Marin y los gritos del portavoz del PP Zaplana provocando al Presidente para que expulsara al Diputado. Por tanto no caben demasiadas contemplaciones con la dirección del PP que ha optado por vilipendiar la Política. En esto coinciden con tantos absolutistas que consideren el debate político como una pérdida de tiempo.

En nuestro pasado aún reciente se escucha el eco de las palabras con que Franco explicaba aquellos terribles "25 años de paz", que consideraba un logro suyo. Advertía Franco a uno de sus allegados que la razón de aquel "éxito" era que nunca le había preocupado la política y que, por tanto, nunca la había ejercido...Hay enseñanzas que, al parecer, nunca se olvidan.

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