"Vimos un cadáver partido por la mitad lanzado al jardín de enfrente"
Dos turistas españoles, que salieron ilesos de los atentados, recuerdan el pánico de los primeros momentos tras las explosiones
Vacaciones sin preocupaciones a orillas del mar Rojo. El sueño de miles de turistas se convirtió la madrugada del viernes al sábado en una pesadilla cuando una serie de bombas sembraron el terror y, en unos minutos, transformaron el paraíso en el infierno. Fernando Lima y José Manuel Pérez, ambos españoles, ni pudieron cerrar los ojos. No resultaron heridos. Perdidos entre los escombros y las manchas de sangre, ambos recordaban ayer -todavía en estado de choque- los primeros momentos de pánico tras las explosiones.
"La onda expansiva fue tremenda, hasta tal punto que vimos un cadáver partido por la mitad que había sido lanzado hasta el otro lado de la calle y había aterrizado en el jardín de enfrente", relata Fernando, que pasaba unos días de vacaciones en la zona con unos compañeros de Segas, una empresa participada mayoritariamente por Unión Fenosa y dueña de una planta de licuefacción de gas natural en el delta del Nilo. Una bomba acababa de explotar, al filo de la una de la madrugada, en la recepción del hotel Ghazala Gardens.
El estallido despertó a José Manuel Pérez, funcionario alicantino de 53 años que llevaba cinco días alojado en el hotel Tropicana Rosetta, a unos metros del Ghazala. El objetivo de su viaje: descubrir los fondos y corales del mar Rojo. "El sonido de las sirenas y alarmas" y "el pánico horrible de la gente, llorando y chillando". Esos son los primeros recuerdos de José Manuel, quien, sin pensar, fue corriendo a la calle armado con su cámara fotográfica. "Los policías y militares paraban los coches y los bomberos corrían", relata. Las autoridades aconsejaban a los turistas no ceder al pánico y volver a su hotel. "¡Soy de prensa, soy de prensa!", gritó José Manuel para poder quedarse en la calle.
Fernando y sus amigos se acercaron para interesarse por los hechos cuando les sorprendió una segunda explosión. No quedaba nada de la fachada del hotel, cuyo nombre apenas se podía leer. Antes de poder reaccionar, Fernando aseguró que había oído una tercera explosión "en algún lugar entre el Buda Bar y el Hard Rock Café", dos de los locales de Sharm el Sheij más frecuentados por los turistas. Entre tanto, tres españoles yacían por el suelo. Tomás Fraga sufre de quemaduras y traumatismos; Dámaso Carlos Núñez cree que tiene el brazo roto; una chica cuya identificación no se facilitó resultó herida en el abdomen. Todos son empleados de Segas, como Fernando. Un cuarto español, también sin identificar, fue herido muy levemente.
Los policías no consiguieron quitar la cámara a José Manuel. "Llegó entonces un taxi en sentido contrario", recuerda. "Las ventanas estaban rotas; el conductor salió y cayó muerto". Es la primera vez que José Manuel vive algo parecido. Sereno, aunque confiesa que nervioso, sacó fotos de "cadáveres y gente que estaban reanimando".
¿Quién ha sido? ¿Por qué lo han hecho? Estas preguntas habitan la mente de todos, tras una noche sin sueño. En la calle sólo quedaban por el suelo restos de madera, hormigón, aluminio, tejido, vidrio. Sábanas ensangrentadas cubrían cadáveres. Los equipos de rescate seguían buscando a más víctimas cuyos cuerpos podrían yacer debajo de los escombros.
"Nos acostumbramos"
El problema es que "nos estamos acostumbrando a los atentados, los vemos como algo natural", asegura José Manuel, y esto "no debería ser normal". "Después de acabar con el comunismo, ahora son los fundamentalistas, aquellos que llevan el turbante", explica. "No sé qué concepto de Dios tienen, pero si el mío me pide matar, lo mando al carajo". Como los demás, José Manuel vagaba por las calles de lo que, la víspera, era el reflejo de la tranquilidad. Las llamadas se multiplicaban para tranquilizar a las familias. "Hace unos años no lo habría soportado", reconoce.
En toda la ciudad de Sharm el Sheij y en numerosos hoteles de la zona la gente llamó a su embajada y exigió ser rapatriada. "Nuestros huéspedes son muy nerviosos y hacen sus maletas", confesaba uno de los recepcionistas del Ghazala Gardens.
No es el caso de José Manuel, a quien quedan 10 días para bucear. "Me quedo", contesta rotundamente a la pregunta de si quería irse. "Volví al hotel y cené", confiesa. Fernando aún no sabe qué hacer, pues Egipto es el país donde vive todo el año. La explosión que oyó "en algún lugar entre el Buda Bar y el Hard Rock Café" ocurrió realmente. Cuando explotó la primera bomba contra el hotel Ghazala Gardens, Fernando acababa de cenar en el Hard Rock Café.
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