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Reportaje:Los hechos

Los turistas intentan huir de Sharm el Sheij

El presidente Mubarak asegura que el atentado pretende "socavar la estabilidad" del país

Al Qaeda reivindicó ayer el triple atentado terrorista de la madrugada del viernes al sábado en la ciudad turística egipcia de Sharm el Sheij, a orillas del mar Rojo. El número de muertos asciende al menos a 88 -ocho de ellos extranjeros-, y el de heridos supera los 200, entre ellos, cuatro españoles. Las cifras pueden aumentar cuando los servicios de emergencia acaben de remover escombros.

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Al Qaeda reivindicó ayer el triple atentado terrorista de la madrugada del viernes al sábado en la ciudad turística egipcia de Sharm el Sheij, a orillas del mar Rojo. El número de muertos asciende al menos a 88 -ocho de ellos extranjeros-, y el de heridos supera los 200, entre ellos, cuatro españoles. Las cifras pueden aumentar cuando los servicios de emergencia acaben de remover escombros.

La explosión de tres coches bomba en una de las áreas más concurridas y turísticas de la ciudad provocó escenas de pánico y propició saqueos en comercios, especialmente en las joyerías. Uno de los vehículos fue lanzado por un conductor suicida contra el hotel Ghazala Gardens y causó efectos devastadores.

"La onda expansiva fue tremenda, hasta tal punto que vimos un cadáver partido por la mitad que había sido lanzado hasta el otro lado de la calle y había aterrizado en el jardín de enfrente", relata Fernando Lima, uno de los españoles que se encontraban en el lugar y que resultó ileso. "Llegó un taxi en sentido contrario", recuerda José Manuel Pérez, quien tampoco sufrió daño alguno. "Las ventanas estaban rotas; el conductor salió del vehículo y cayó muerto".

Este ataque terrorista, el más grave que ha sacudido Egipto en los últimos años, se produce en medio de la psicosis creada por los atentados de Londres y supone una afrenta directa al presidente Hosni Mubarak, gran aliado de Estados Unidos en Oriente Próximo. Fue él quien mandó construir esta ciudad, la convirtió en uno de los enclaves turísticos más mimados por el Gobierno y erigió en ella un palacio faraónico en el que suele pasar largas temporadas en el invierno.

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"Una ola de viento caliente y un enorme estruendo arrastró mi sillón, me levantó unos centímetros del suelo y me dejó caer con la fuerza de un martillo. Me levanté, crucé el vestíbulo y salí a la calle, donde las escenas eran dantescas; un hombre sangraba por las piernas, los cristales de los comercios habían quedado hechos añicos, las ventanas y las puertas habían desaparecido". Helga, de 43 años, turista holandesa, oriunda de la ciudad de Amsterdam, relataba ayer por la tarde con estas palabras el ataque terrorista perpetrado en Sharm el Sheij, mientras se preparaba para partir y poner fin a unas vacaciones de tres semanas a orillas del mar Rojo. Nunca lo podrá olvidar.

La explosión que sacudió a esta turista se había producido en el Mercado Viejo de Sharm el Sheij, una de las zonas más concurridas de la ciudad, donde había estallado una camioneta en cuyo interior se había colocado un potente explosivo. La onda expansiva sacudió los comercios, reventó un moderno centro comercial y abrió de par en par escaparates y armarios, permitiendo así que en los primeros minutos se produjeran numerosos saqueos, especialmente en las joyerías y en otras tiendas de artículos de lujo.

En el centro de la calzada, al borde de un cráter, continuaba humeando la furgoneta bomba, mientras se escuchaban gemidos por doquier. Otras dos explosiones se produjeron a la misma hora, en un radio de tres kilómetros, alcanzando de lleno un hotel de moda, el Ghazala Gardens, y un aparcamiento.

Taba

La agresión fue reivindicada por la organización terrorista Al Qaeda, que dijo actuar contra "las fuerzas del mal que atacan a los musulmanes". La reivindicación aparecida en una página de internet estaba firmada por la "Organización Al Qaeda en El Sham [Siria] y Al Kinana [Egipto], Brigadas del mártir Abdula Azam", la misma que firmó el atentado perpetrado contra el hotel Hilton de Taba y otros dos objetivos turísticos de la península del Sinaí el 7 de octubre de 2004, que se saldó con la muerte de 34 personas, una docena de ellos israelíes. Aquel ataque abrió las puertas a una represión sangrienta y feroz que se cebó especialmente con la comunidad beduina de la zona, el sector social más marginado del Sinaí.

¿Contra quién se ha dirigido el ataque?, se preguntaban ayer los vecinos desolados de la ciudad. El ataque, paradójicamente, se produjo en una hora extraña, 1.15 de la madrugada hora local (una hora menos en la España peninsular), en la que la mayoría de las calles estaban vacías, los turistas se encontraban en sus hoteles y las tiendas hacía ya rato que habían cerrado sus persianas. Sólo así se explica el bajo número de extranjeros (ocho) que han muerto en las tres explosiones, mientras el de egipcios (80) es muy elevado.

Por estas razones se asegura que la agresión iba dirigida sobre todo contra el presidente del país, Hosni Mubarak, el artífice de la ciudad, en un momento especial en el que la república se prepara para celebrar las primeras elecciones presidenciales democráticas de su historia, previstas para el próximo mes de septiembre, y se debate públicamente y de manera abierta el futuro del estadista, que ejerce el poder desde el asesinato de su predecesor, Anuar el Sadat, en octubre de 1981.

Mensaje de Mubarak

"Este cobarde y criminal acto trata de socavar la seguridad y la estabilidad de Egipto. Pero que sepan que sólo acrecienta nuestra determinación a erradicar el terrorismo", aseguró ayer el mandatario una alocución difundida por la radio y televisión, con la que trataba de tranquilizar al país y a los millares de turistas que se encuentran en la zona.

El mensaje de Hosni Mubarak no logró, sin embargo, tranquilizar a nadie. Centenares de turistas se precipitaron durante la jornada de ayer al aeropuerto tratando de salir rápidamente de la región. Aunque la ausencia de vuelos obligó a muchos a volver a sus hoteles, la mayor parte de los extranjeros están dispuestos a partir sin demora en las próximas horas.

El balneario de Sharm el Sheij se ha convertido en un destino maldito a pesar de que en los folletos se asegura que ésta es la Ciudad de la Paz y se recuerda que ha sido escenario de numerosos pactos, negociaciones internacionales y encuentros políticos. Un espejismo.

Un policía observa los coches destrozados por la explosión en el Mercado Viejo de Sharm el Sheij.
Un policía observa los coches destrozados por la explosión en el Mercado Viejo de Sharm el Sheij.EFE

"Música, más música"

Las autoridades de Sharm el Sheij difundieron ayer instrucciones a todos los responsables de los establecimientos turísticos de la ciudad para tratar de animar el ambiente y sacudir el miedo de los huéspedes.

La primera consigna fue la de elevar la potencia de la música, difundiendo sobre todo canciones occidentales. La consigna era clara: "Música, más música". La operación trataba de esta manera de apagar las voces y los rezos de los imanes de las mezquitas que, a través de los altavoces situados en lo alto de los alminares, difundieron durante todo el día de ayer en la ciudad los versículos del Corán, de acuerdo con la tradición islámica y en recuerdo de los 80 muertos de nacionalidad egipcia y religión musulmana.

Las canciones pegadizas y veraniegas, coreadas por gran parte del personal, especialmente de los camareros, crearon así un clima de falsa euforia en la mayor parte de los establecimientos hoteleros, que contrastaba con la tristeza de la calle, de la otra Sharm el Sheij, configurada por millares de trabajadores hambrientos, venidos de los más diferentes puntos de Egipto, dispuestos a aceptar salarios de miseria con tal de salir del paro.

Después de las explosiones, la localidad ha sido tomada por policías y soldados que impiden el acceso a los hoteles, y por los miembros de los equipos de emergencia, mientras los turistas van de un lado a otro de la ciudad perplejos y lamentando la ausencia de información.

Sin embrago, a lo largo del día de ayer, en perfecta consonancia con sus consignas, las autoridades redujeron al mínimo la presencia de uniformes policiales obligando a la mayoría de agentes a patrullar y vigilar en ropa de paisano.

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