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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Venezuela

Repasando las sucesivas ediciones de EL PAÍS de los últimos días, resultan ya monótonos los artículos de opinión vituperando algún aspecto de la realidad sociopolítica venezolana, en la medida en que ésta no se adapta a ciertas expectativas interesadas de progresismo deslavazado.

Como prueba de lo anterior, sólo dos de muchos casos: el artículo Réquiem por un galardón, del 15 de julio, que abarca una página íntegra (a esta embajada, que representa a toda una nación, sus réplicas se le publican si no sobrepasan las 30 líneas), en el que un crítico denigra a un premio literario de su propio país, el Rómulo Gallegos, recurriendo al habitual discurso peyorativo que sobre Venezuela hacen ciertos grupos sociológicos allende nuestras fronteras, politizándolo bajo el falaz argumento de que anteriormente éste era un ejemplo de pluralidad, a pesar

de delatarse en el mismo texto al opinar que fue creado hace décadas "como contrapeso a la creciente influencia de la Casa de las Américas y la política cultural cubana"; denostando además al presidente Chávez por su profesión de militar, siendo el trasfondo de este parecer excluyente la idea de que los militares están negados al progreso, la justicia o la belleza (obviando constatables pruebas en contra, ocurridas incluso en la Europa del siglo XX). También está la columna de Andrés Ortega Se buscan valientes, del 18 de julio, en la que se cuestiona el proceso que el Poder Judicial venezolano le sigue a la organización Súmate, mostrándolo como contrario a nuestras leyes, cuando la referida instancia, que los áulicos de la derecha nacional presentan como una cándida ONG (y cuyo miembro más conspicuo, la mencionada María Machado, firmó la lista de asistencia a la ceremonia de autojuramentación del golpista Pedro Carmona Estanga el 12 de abril de 2002), ha actuado de manera ostensiblemente política y proselitista, usurpando funciones propias del Poder Electoral y divulgando de manera propagandística el discurso de la oposición venezolana durante la campaña para el referéndum de agosto de 2004, recibiendo por todo ello fondos del Congreso estadounidense (lo que infringe la legislación vigente en lo que se refiere a actividades políticas).

En el artículo destaca, además, la rara idea de democracia que exhibe Ortega, al acusar de "monocratismo tumultuario" a un Gobierno reelecto ocho veces consecutivas, sin los fraudes bipartidistas de antaño, sólo por no aceptar, entre otras cosas, proyectos políticos foráneos que ilusamente se desearía implantar en Venezuela para volver al pasado. De seguro que los lectores están en presencia de otro nostálgico del voto censitario.

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