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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Londres bis

Londres sufrió ayer una réplica a baja escala del atentado cometido hace dos semanas por islamistas suicidas, que entonces dejó 56 muertos y centenares de heridos. Esta vez los terroristas, intencionada o accidentalmente, sólo han conseguido sembrar el caos. No ha habido víctimas de unos atentados -tres pequeñas explosiones en el metro y otra en un autobús- que, según el primer ministro británico, sólo tenían como objetivo asustar. Tony Blair descarta, por precipitada, la adopción de nuevas medidas destinadas a combatir el terrorismo islamista en el Reino Unido.

La policía no ha atribuido todavía los ataques ni establecido conexión directa con los del 7 de julio. Obviamente, no hay interrogante más urgente para los británicos -y no sólo para ellos- que el de conocer si las explosiones, prácticamente simultáneas, fueron planeadas por terroristas aficionados, movidos por la fascinación de ver el resultado de su imitación, o si son obra del mismo grupo que lanzó a sus kamikazes hace dos semanas, todos ellos musulmanes nacidos en el Reino Unido. Las primeras y confusas explicaciones apuntan hacia fallos en los explosivos que hubieran provocado exclusivamente el estallido de los detonadores, no de la carga principal. A diferencia de entonces, ahora hay dos detenidos que permitirán hacer luz si tienen algo que ver con el caso.

Más información
Una réplica del 7-J con pequeñas explosiones crea el caos en Londres

La hipótesis de la misma mano negra responsable de la masacre de comienzos de julio es alarmante. Vendría a confirmar que sigue operativo el grupo que equipó a los islamistas suicidas y diseñó con ojos de experto sus objetivos para conseguir el mayor número de muertos. No sólo eso. Reflejaría también su capacidad para disponer en un tiempo muy corto de explosivos y comandos de repuesto, presumiblemente de extracción tan británica como los anteriores, dadas las obvias dificultades en estos momentos para hacer expediciones desde el exterior. E incluso la posibilidad de que el terrorismo islamista -al igual que sucedió en Madrid tres semanas después del 11-M con la fallida voladura de un AVE- hubiera planeado una campaña de terror en Londres con el fin de quebrar la moral ciudadana y hacer patente su vulnerabilidad, pese a la máxima alerta de seguridad.

El fallido bis de ayer en la capital británica confirma los peores augurios sobre la naturaleza de un combate que no ha hecho más que empezar y cuyos escenarios pueden ser tan aleatorios como dicte la propia capacidad del terrorismo para actuar o las facilidades que encuentre en uno u otro lugar. También los nuevos atentados subrayan el paso cambiado de los servicios de inteligencia británicos, que hace poco más de un mes diagnosticaban que no había riesgo perceptible de acciones terroristas en su país. Es una lección con valor paneuropeo.

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