Homenaje a Tex Avery

No es habitual que la secuela de una película de éxito tarde más de una década en llegar a las salas, perdiendo así parte del tirón que la taquilla reciente puede otorgar al nuevo producto. Y menos si aquel filme, no demasiado caro (18 millones de dólares de presupuesto), multiplicó sus ingresos hasta llegar a los 380 millones de recaudación en todo el mundo. Justo lo que ocurrió con La máscara en el año 1994. Sin embargo, diversas dificultades en la gestación de la segunda parte han provocado que ésta llegue con notable retraso y sin dos de sus principales reclamos: el cuerpo serrano de Cameron Díaz y, sobre todo, el cargamento de muecas de una estrella como Jim Carrey.

Ante esa doble pérdida, el director de La máscara 2, Lawrence Guterman, ha optado por bajar el listón de su objetivo hasta convertir a su producto en una película más para toda la familia (es decir, para los más peques y sus adultos acompañantes) que para los que habitan el paso de la adolescencia a la juventud. Con la vista puesta en cintas como Mira quién habla (Amy Heckerling, 1989), la película tiene como verdaderos vértices a un bebé y a un perro, ambos construidos por el arte de los efectos especiales por ordenador. De este modo, Guterman homenajea al maestro de los dibujos animados Tex Avery (incluido el bautizo de su protagonista masculino como Tim Avery) y hace más o menos soportable un filme bendecido por el espíritu del cartoon más clásico, con sus sartenazos en plena cara y sus ojos inyectados en sangre.