¿Guetos en Barcelona?
Un conjunto de factores han trasladado de manera no siempre adecuada la categoría de gueto a nuestro entorno. Y muy alegremente políticos, comentaristas y expertos se refieren a los peligros de que tal zona o tal área de esta o aquella ciudad acabe convirtiéndose en un gueto. Si hacemos caso de las enciclopedias, un gueto es un área en la que vive gente con orígenes étnicos, culturales o religiosos muy similares, y que, sea de manera voluntaria o involuntaria, presenta cierto grado de reclusión o de aislamiento. Del significado más habitual, referido a las zonas de la ciudad donde vivían los judíos, se ha ido pasando o trasladando el concepto a las áreas urbanas con características de marginalidad y exclusión. Los amantes de los orígenes terminólogicos juegan con hipótesis diversas (el gueto de Venecia en el siglo XIV, la denominación griega de barrio, o la frase en hebreo que se refiere a divorcio), pero lo que ha acabado predominando en los debates políticos actuales es la derivada norteamericana que denominaba así a los barrios de afroamericanos como el Harlem de Nueva York o el Cabrini-Green de Chicago. Normalmente cuando nos referimos a un gueto, tratamos de explicar la sensación de peligro social que representa su existencia, sea por lo que tiene de exclusión, de homogeneidad en la pobreza y marginación, sea por lo peligroso que resulta acudir a ese lugar o área urbana.
En Barcelona ya hay quien se refiere al Raval o a otras zonas de la ciudad como guetos. En el caso del Raval, los argumentos para tal afirmación se basarían en la fuerte presencia de inmigrantes en ese barrio, en el deficiente nivel de estudios, de renta o de empleo de sus habitantes, o más genéricamente en las malas condiciones de vida en ese mismo barrio. Hay pocas evidencias que sustenten esa afirmación referida al Raval. El Chino de hace unos años y el Raval actual difieren en muchas cosas, y una de las más evidentes es que ahora el barrio tiene mucha más heterogeneidad. Heterogeneidad que se expresa en la gran mezcla étnica, religiosa, social y cultural de sus gentes. Las últimas cifras disponibles indican que los nacidos fuera de España y residentes en el Raval superan el 50%. Pero en esa mitad de población no autóctona encontramos paquistaníes, latinos de distintas partes, magrebíes, filipinos, y, además de otras procedencias, un porcentaje nada despreciable (cercano al 10%) de inmigrantes de la Unión Europea y de más allá del Atlántico, en una mezcla compleja de artistas, profesionales, erasmus y otras faunas diversas. Y entre los autóctonos la mezcla es también notable. Quedan pocos en el barrio de aquellos que se hacinaban en sus callejones allá en los años sesenta, cuando el Chino alcanzó cotas de densidad cercanas a Bombay o Calcuta, con sus más de 200.000 almas. En aquellos momentos, como ahora, el barrio cumplía una función en la que ha sido tozudamente reincidente: acoger sin demasiadas preguntas ni exigencias a los recién llegados que buscan nuevas rutas para sus vidas. Y, como siempre, siguen viviendo en el barrio aquellos que no han querido o no han podido salir del mismo. Algunos los califican los "penúltimos". Aquellos apesadumbrados por una convivencia y unas exigencias de vida siempre más complejas. Pero al barrio han llegado muchos otros. Gente joven buscando alicientes y espacios que no encuentran en otros lugares de la ciudad, pero que a medida que maduran y se multiplican empiezan a pensar si el Raval es un buen lugar para sus hijos. El Raval no es un gueto. Es un guirigay. Un guirigay con una larga historia de miseria que hoy quiere empezar a ser un barrio normal, mientras que no quiere dejar de ser reincidente y cada vez más ciudad. El Raval es más precedente que peligro.
Pero, dejémonos de tonterías. Como dice a veces el antropólogo Mikel Aramburu, en Barcelona sólo hay un barrio con pinta de gueto, y ese barrio es Pedralbes. En Pedralbes encontramos buena parte de los elementos característicos antes mencionados. Homogeneidad étnica, cultural, religiosa y socioecónomica. El Ayuntamiento de Barcelona debería tomar medidas para evitar su aislamiento. Diversificando sus usos, sus gentes, sus lugares comerciales o de ocio, sus escuelas, sus calles y plazas. En los datos que maneja el consistorio no hay nunca sorpresas. Pedralbes es siempre el líder en esperanza de vida, en menor tasa de paro, en mayor tasa de titulados superiores, o en la poca presencia de personas con insuficiencia de instrucción. Si creemos que la ciudad debería ser más agora que ecclesia, necesitamos diversificar usos, lugares, espacios, gentes y maneras de hacer y ganarse la vida. Y es ahí cuando el Raval es el ejemplo que seguir, y Pedralbes el caso que evitar. Los espacios públicos del Raval están siempre a rebosar. Como demostración de la vitalidad de sus gentes y de lo precario de sus viviendas. Los espacios públicos de Pedralbes asustan por su soledad. Apenas unas sombras nocturnas paseando perros o unas siluetas matutinas moviendo cochecitos. Un ejemplo de la correlación negativa entre calidad de residencia privada y uso del espacio público. Si buscamos una ciudad compleja y rica en matices y formas de vida, deberíamos facilitar la vida a aquellos que más complejidad soportan (Raval) y deberíamos complicar la vida a aquellos que más simplicidad sobrellevan (Pedralbes). No estaría mal imaginar unas cuantas iniciativas de vivienda social para jóvenes o ancianos en Pedralbes, algunas iniciativas para diversificar escuelas o centros de asistencia primaria, y tratar también de mejorar las ratios de uso de los jardines y plazas. Todo ello antes de que el gueto de Pedralbes acabe siendo un peligro.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.