40.000 personas tocan el cielo electrónico en el desierto
Superando sus propios registros, la decimoprimera edición del Desert Festival que concluyó ayer ha convocado este fin de semana en Los Monegros (Aragón) a más de 40.000 personas a las que se ofreció baile por espacio de 20 horas. Cientos de ellas ya danzaban la tarde del sábado, en pleno cielo electrónico, cuando la temperatura alcanzaba los 40 grados y el polvo secaba las bocas.
El sabor de tierra pisoteada continuó durante la noche, con la oscuridad desdibujando los contornos de la multitud y la música retumbando en un cielo opaco. La luz del domingo devolvió facciones, certificó el éxito de esta fiesta mayor del siglo XXI, y a la hora del aperitivo retornó el silencio a la finca rural que alberga anualmente esta colosal celebración que en octubre tendrá su primera edición invernal. Los del lugar ya hablan de "la madre de todas las fiestas" y este año volvió a señalar al hip-hop como complemento idóneo a la dieta de techno y house.
No en vano uno de los momentos culminantes del festival lo protagonizaron Cypress Hill. Ellos encarnaron el empuje del hip-hop entre el público del desierto. Sonaba Insane in the brain y la combinación de voz aguda, ritmo pesado y estribillo airado arrancaba los coros de la multitud. La carpa en movimiento, las manos del público llenando el aire y las rimas sus gargantas. El grupo californiano despachó una actuación implacable, repleta de clásicos, y exprimiendo un sonido duro y urbano expuesto con incontestable solvencia se hicieron los amos de la carpa, en la que el hip-hop nacional había presentado sus credenciales. Cypress Hill dieron un golpe de mano y pregonaron su estrellato en Los Monegros. Categóricos.
No falló tampoco la galería de clásicos del techno, y en el escenario Open Air volvieron a escenificarse imágenes de frenesí desatadas por los ritmos en progresión de Jeff Mills, Ben Sims u Óscar Mulero. La imagen correspondía a una botella de cava agitada hasta que el pinchadiscos decide quitar el tapón. Lo de siempre, pero siempre provoca el mismo estremecimiento en la pista. Es probablemente la imagen de marca del festival, que este año sólo cedió totalmente al techno el Open Air. En los demás escenarios, la programación variaba de estilos para incentivar la rotación de público.
El milagro de la movilidad permitió escuchar los ritmos torcidos de Plaid para después del látigo de Ángel Molina acudir a Matthew Johnson y bailar líneas melódicas que recordaban a Weather Report. Entre fragmentos de Thievery Corporation, carnalidades de Li'l Louis y calambrazos de Aux 88 cabía aguardar el descalabro drum & bass de Photek, que pese a su ferocidad provocó que una joven se envolviera en su manta para dormir en pleno vendaval rítmico. Excelente resultó la fiesta en general, un año más sin incidentes. Sólo cabe apuntar en el debe una producción de espacio que no resulta suficiente y genera algunas molestias.
Babelia
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