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Columna
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Quijotes

La celebración del cuarto centenario de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha está sirviendo para estudiar con detalle y festejar con liberalidad la memoria de Miguel de Cervantes y la de su héroe. Extraordinaria atención merece lo que es extraordinario. Don Quijote cabalga de nuevo por las mesas de los políticos, los pupitres de las universidades, las salas de las instituciones culturales y las bocas y los ojos de las gentes, que aprovechan la ocasión para volver al libro clásico, orgullo de una cultura colectiva y placer de los lectores solitarios.

En Granada, por ejemplo, el Festival Internacional de Música y Danza, que ha vivido este año un éxito muy notable, no se olvidó en su programación de las andanzas del más melancólico y triste de los caballeros. Y el Centro Mediterráneo de la Universidad celebra la semana que entra, en Almuñécar, el curso Don Quijote: una aproximación interdisciplinar, dirigido por el profesor Emilio Blanco. Además de una investigación filológica, se pretende una reflexión abierta sobre la novela de Cervantes en la configuración del mundo moderno, desde la política y la economía hasta las artes y las ciencias. Nada más cervantino, por la condición curiosa y humanista del autor y por la tradición de ensayos, miradas históricas e interpretaciones que ha ido provocando su obra según se sucedían la vida española y los sueños del mundo.

La voluntad ideológica de la novela invita sin duda a un ejercicio de interpretación, que no sólo es conocimiento del pasado, sino vigilancia y sabiduría del presente. Pese a la lectura romántica, Cervantes no invento la figura de un héroe soñador que se estrellaba por nobleza contra la realidad mezquina. Su ficción está protagonizada por un loco que, al sentirse libre para escoger su vida, decide vivir según una verdad de otro, según la moral de unos libros de caballería escritos con anterioridad a su propio nacimiento. Como destacó Francisco Ayala, la invención del Quijote sirvió para formular una crítica a la España acartonada de la Contrarreforma, que se empeñó en mantener un ideario medieval sobre la realidad del mundo moderno.

Lo más grave es que la crítica de Cervantes sigue viva en una actualidad que se caracteriza por el atrincheramiento del cinismo democrático y por el regreso de la irracionalidad. Los terroristas y nuestros líderes no son peligrosos porque sean malos o locos, sino porque son reales y obedecen a libros escritos al margen de la experiencia de la realidad. Unos terroristas islámicos, ciudadanos británicos fundamentalistas, no dudan en provocar una matanza en Londres, invocando las verdades de su libro sagrado. Tony Blair, por su parte, afirma solemnemente que no nos harán cambiar de modelo de vida. Ha mentido, ha liderado una guerra en Irak, es responsable de muchos miles de muertos que ha generado su mentira, y no piensa cambiar de vida. Tal vez se crea democrático por vivir en un mundo occidental con constituciones democráticas. Una constitución es una necesaria apuesta colectiva por una vida más justa, pero se convierte en una coartada cínica cuando sirve para cerrar los ojos a la realidad. Nuestras constituciones y nuestras cartas de derechos humanos se parecen cada vez más a los libros de caballería de don Quijote.

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