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VISTO / OÍDO
Columna
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Santa Constitución

Hay unos debates muy serios estos días en los que se determina la forma de Estado que tomará España. Están trufados de indignas bromas y de descalificaciones personales muy molestas, a cargo de la oposición, que ha elegido una manera de ser desagradable y a veces hasta tabernaria en la antigua acepción: las tabernas son ahora pequeños templos de Baco. En la expresión "manera de ser" me refiero a la definición de Falange de su fundador, José Antonio Primo de Rivera, que la definía así. Aunque la realidad es que esta "manera de ser" no coincide con aquélla y se parece más a la de Falange franquista de la unidad: una manera de estar. Es su lenguaje lo que suena tan abrupto como entonces: una manera de hablar.

Como todos los fanáticos, el asalto al hombre de los de ahora tiene que estar contrapesado por la sacralización de algo. En este caso no es el clásico catolicismo español, que eso ya forma parte de la manera de ser y de estar, sino a algo que, con buen sentido, no tiene más que un valor circunstancial: la Constitución. Hasta tenemos un Tribunal Constitucional para velar por ella, mas allá de donde llega la justicia ordinaria, y me temo que esto no sea constitucional. La Constitución está hecha y votada por nosotros, ciudadanos; nosotros podemos rehacerla y aprobar lo nuevo o no, por nuestros representantes. Parece que el problema esencial es el de las autonomías y sus formas. Puede ser algo más, que iría implícito: el de monarquía o república.

Creo que yo incluso votaría si estos temas se pusieran a votación popular, cosa que no se ha hecho nunca. Votaría, si me puedo expresar libremente, por la república. No creo que votase a favor de las independencias regionales, si saliera semejante cuestión a elección pública. Creo en la pérdida de nacionalidades; votaría por la desaparición de España sumergida en una Europa verdadera, hasta tanto llegase la utopía de un solo mundo. Y la palabra "utopía" no tiene en mí el sentido de lo imposible: he visto, y veo, realizarse muchas de las que no parecieron posibles, e incluso las que ni siquiera se imaginaron. En todo caso una España federal, a la manera de Suiza o de Alemania, no me sería desagradable en el caso de que se comprendiera que sólo cabe en un Estado donde el jefe sea elegible por la ciudadanía total. Un Estado, se comprende, débil y lógico, no triunfalista y esotérico.

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