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Columna
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Diésel Merkel

Lluís Bassets

La carrera política de Angela Merkel es una excepción toda entera. En Europa, y sobre todo en Alemania, hay que empezar pronto, en las juventudes de los partidos o en los sindicatos. Con frecuencia, como ha señalado un insigne escritor, no hace falta destacar en nada; los peores de la clase sirven para este oficio. Esta señora de rostro ingenuo e infantil era buena en matemáticas en el colegio, estudió física cuántica y se doctoró con una tesis sobre la velocidad de reacción de los hidrocarburos simples. Como Aznar, se dedicó a estudiar durante la dictadura y su interés por la política sólo empezó en los meses previos a la caída del muro de Berlín. Sus motivaciones eran éticas y ciudadanas, y probablemente en aquel momento no podía imaginar que estaba iniciando una larga pero continuada y tenaz carrera que la sitúa a un paso de ser la primera mujer y el primer político de la extinta República Democrática Alemana en alcanzar la cancillería, es decir, la cúspide del poder en la República Federal.

Sus inicios fueron de portavoz de uno de los movimientos de oposición al régimen comunista y luego del último Gobierno de la República Democrática Alemana que presidió el democristiano Lothar de Mazières. Pero el ojeador que la situó en la política alemana fue el propio Helmut Kohl. A los 35 años se convirtió en ministra del canciller de la unificación, que llenaba así varias cuotas de una tacada: mujer, joven y del Este. Era das Mädchen, la muchacha, un ángel protestante, de perfil antiburgués, divorciada, recasada y sin hijos, criada en el ambiente rigorista de la Alemania comunista, que llegaba a un mundo endogámico de varones, burgueses de la Alemania renana, conservadores, católicos, casados todos en primeras nupcias y con hijos. Nadie podía apostar que pudiera suceder a Kohl en el partido. Y lo hizo. Fue su ángel pero exterminador, que hundió al canciller con un artículo en el que se desembarazaba de su laxitud moral en la financiación ilegal de la CDU. Y luego, desbancó a todos los presidentes de länder, ministros y notables que pretendían la primogenitura de la derecha.

Política sin muchas convicciones ni mucho fondo, sin carisma y con poca historia, Angela Merkel es un motor diésel, con capacidad para adaptarse y situarse en la zona central de las corrientes ideológicas, lejos de rápidos y torbellinos. Una de las ideas que utilizará en la campaña contra Schröder e incluso para diferenciarse del parque jurásico de la derecha es que se puede hacer política sin mentir. En su ingenuismo y su imagen arcangélica hay algo de un zapaterismo de derechas. Es lógico que suscite sonrisas escépticas sobre su capacidad política, ya no entre sus adversarios sino entre sus propios partidarios. Pero ahora llevan todos camino de enmudecer. Las encuestas, que dan una ventaja enorme a la CDU-CSU, hablan por sí solas. Y esta semana acaba de presentar su programa, que confirma su pragmatismo y su astucia. No quiere presentarse como neoliberal ni como una reencarnación de Margaret Thatcher. Cita con naturalidad a Ludwig Erhard, el ministro de Economía de Adenauer y luego canciller que se convirtió en el símbolo del marco alemán y de la economía social de mercado, cosas para ella lejanas y desconocidas. Todo debe centrarse ahora en recuperar el empleo, alejarse de la cifra maldita de los cinco millones de parados. Las propuestas van en la buena dirección, pero son modestas: más flexibilidad laboral, menos cargas sociales, impuesto sobre la renta más bajo, aunque quiere compensarlo con un aumento del IVA. Y en política internacional, nada de antiamericanismo, por supuesto, y puertas cerradas a Turquía.

Si las cosas le salen bien, la derecha alemana tendrá en sus manos una concentración de poder excepcional: las dos Cámaras, la presidencia de la República, y el Gobierno o alguna cartera en 13 de los 16 länder. La CDU-CSU ha echado una mano al Gobierno de Schröder para reformar el pesado Estado de bienestar alemán, hasta que la coalición roja y verde se ha quedado exhausta, incapaz de seguir reformando. Ahora los electores deberán optar por renovar la confianza a esta coalición cansada o dar la oportunidad a la derecha para que realice las reformas inaplazables que exige la economía alemana y que el resto de Europa, que tanto depende de ella, está esperando como lluvia de primavera.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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