¿Qué estrategia tiene el terrorismo internacional?
La serie concatenada de explosiones ocurridas en Londres se inscribe en el marco de la estrategia del actual terrorismo internacional. Puede que sean obra directa de la propia Al Qaeda, quizá de alguna de sus entidades asociadas, incluso de células locales autoconstituidas a partir de segmentos radicalizados de las comunidades musulmanas de procedencia centroasiática o norteafricana que existen en el Reino Unido, acaso de una combinación variable de esos diversos pero interrelacionados componentes. El caso es que el tan complejo como extendido entramado de grupos y organizaciones que constituyen la yihad neosalafista global persigue la unificación política del mundo musulmán o, en términos utilizados por los propios actores de esta violencia de inspiración religiosa, la instauración de un califato -algo así como un imperio político islámico- que se extienda desde el extremo occidental de la cuenca mediterránea hasta los confines del sudeste asiático. Y esta ambiciosa finalidad implica una doble confrontación.
Por una parte, una confrontación contra el enemigo cercano, es decir, los gobernantes de países con población mayoritariamente musulmana a quienes se tiene por incrédulos o apóstatas, en la medida en que no se conducen de acuerdo con una estricta observancia de los preceptos coránicos, y a los cuales se califica además, pero por lo mismo, de tiranos. Ahora bien, lo cierto es que el terrorismo practicado por yihadistas neosalafistas ha terminado por dirigirse también y principalmente contra enteras comunidades de musulmanes a los cuales estigmatizan de igual modo como incrédulos, bien sea porque tratándose de suníes no se comportan de acuerdo con el rigorismo neosalafista ni se someten al dictado de Al Qaeda o sus entidades asociadas, bien porque pertenecen a comunidades no incluidas en el marco de aquella tradición, caso de líderes religiosos y seguidores adscritos a la corriente chií del islam.
Por otra parte, el terrorismo internacional supone la plasmación efectiva de una confrontación contra el enemigo lejano, sociedades no musulmanas o de los tenidos por infieles, en particular aquellas que son definidas como propias de judíos y cruzados. Los implicados en las redes del terrorismo panislámico consideran que la hegemonía mundial de los países occidentales supone un obstáculo fundamental para el restablecimiento de una verdadera comunidad de creyentes en el islam y para que este credo domine sobre el conjunto de la humanidad. Así, los intereses y las poblaciones occidentales, más concretamente si se trata de estadounidenses, europeos y australianos, también israelíes, han sido y son blanco codiciado del terrorismo internacional desde hace una década. Tanto en los territorios musulmanes donde están presentes y de los cuales se les pretende expulsar, especialmente si las naciones occidentales han desplegado tropas en ellos, como en su propio suelo o en terceros países.
Osama bin Laden, líder carismático de Al Qaeda, hizo pública ya a mediados de los noventa una declaración en la cual quedaba claro que el ámbito de la violencia yihadista en modo alguno se limitaba a una determinada región del planeta, idea en la que han insistido con posterioridad otros dirigentes de aquella organización. Este dato en concreto, unido al que se refiere a los declarados objetivos panislámicos del actual yihadismo neosalafista global y a otros indicadores relevantes relacionados con la extensión de sus redes y su operatividad, permite argumentar que dicho fenómeno adquiere las características propias no ya de un terrorismo internacional sino de un verdadero terrorismo global. No en vano es una violencia que se sustenta sobre redes extendidas en al menos varias decenas de países, tanto dentro del mundo árabe e islámico como fuera del mismo. Asimismo, los atentados perpetrados por entidades y células relacionadas con esas redes han tenido lugar a lo largo y ancho del planeta, ampliando sucesivamente los escenarios geopolíticos de una violencia globalizada. Finalmente, sus emprendedores y activistas han mostrado que tienen capacidad para perpetrar actos de megaterrorismo, es decir atentados que por su magnitud y consecuencias son diseñados y ejecutados a escala de la sociedad mundial en su conjunto.
Para los doctrinarios de la yihad neosalafista que caracteriza al actual terrorismo internacional, su éxito depende en gran medida de la capacidad que tenga ese movimiento para movilizar adeptos entre su población de referencia. De aquí la importancia que conceden al adoctrinamiento y la propaganda siempre adosada mediante internet a los atentados que perpetran, en proclamas cuyo contenido acomodan al carácter confesional de dicha población y a factores situacionales. Aun cuando la inmensa mayoría de los cerca de mil millones de musulmanes ignore las proclamas de Osama bin Laden y sólo una muy pequeña parte de quienes las conocen esté de acuerdo con ellas, la eventual radicalización de un exiguo porcentaje de aquellos permitiría estimar en entre uno y dos millones el remanente de varones jóvenes susceptibles de ser reclutados en las redes de un terrorismo internacional que está lejos de remitir.
Con el suficiente apoyo o la suficiente aquiescencia popular, las entidades que constituyen el movimiento yihadista global aspiran, en el corto plazo, a instaurar un régimen neosalafista en el corazón mismo del mundo musulmán, desde el cual avanzar en la recuperación de lo que consideran como esplendor perdido por el islam y en la restauración del aludido califato panislámico según lo anticipado por el profeta Mahoma. Desbaratado años atrás el santuario afgano, Irak se ha convertido en un escenario fundamental donde materializar esos propósitos y promover la movilización de lo que definen como nación musulmana. Al Qaeda y sus entidades afiliadas aspiran a conseguir el abandono de dicho país por parte de las tropas extranjeras estacionadas en el mismo o una situación polarizada entre el terrorismo internacional y los soldados estadounidenses. De aquí que desde hace más de dos años atenten o amenacen con hacerlo, de entre sus blancos occidentales, sobre todo contra notorios aliados de Washington.
Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano. Autor de Terrorismo global (Taurus).
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