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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Londres gana

La designación de Londres como sede de los Juegos de 2012 es el éxito de un proyecto moribundo hace tan sólo un año. En el verano pasado, varios medios británicos informaron de la inminente retirada de la candidatura, sumida en una ineficaz organización y con el crédito deteriorado por la emisión de un reportaje de la BBC donde el búlgaro Slavkov, miembro del COI, se jactaba de poder comprar votos para Londres. Lejos de retirarse, la capital inglesa empezó una fogosa estrategia que ha concluido con la victoria en Singapur. Fundamental en el éxito ha sido el papel de Tony Blair, el primer ministro británico, que ha hecho un extraordinario ejercicio de liderazgo durante su breve estancia en Singapur.

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Blair ha conseguido este éxito para Londres en un momento crucial de su carrera política, después de ganar las elecciones con dificultades, y preparado para dar el relevo a Gordon Brown a mitad de la legislatura. Con su protagonismo en la cumbre de Bruselas, su presidencia del G-8 y del semestre europeo y ahora el éxito de Londres, el primer ministro británico puede asegurarse energías para aguantar la entera legislatura que acaba de empezar. En Singapur dio la impresión de jugarse algo más que el prestigio de Londres en la carrera olímpica e hizo del desafío algo personal. Enfrente tenía París y todo lo que significa Jacques Chirac en este momento. Es cierto que sólo se ha elegido la sede de unos Juegos Olímpicos, pero el carácter del resultado, los protagonistas, la carrera y la magnitud de los acontecimientos también invitan a pensar en clave política.

París sufre su tercera derrota consecutiva. Y Chirac, que ya sufrió una como alcalde en manos de Barcelona, la repite ahora como presidente en favor de Londres. En todas las ediciones, su proyecto apenas tenía tacha. En cada carrera ha salido con la etiqueta de favorita; esta vez, más que nunca. París contaba con un excelente proyecto que siempre ha merecido la máxima nota en las estimaciones del Comité Olímpico Internacional, un apoyo popular masivo, buena parte de las instalaciones terminadas, y una experiencia casi inigualable en la organización de grandes competiciones deportivas. Pero ha perdido frente a una ciudad que presentaba un proyecto virtual, un plan construido con promesas por una capital que no ha organizado ningún campeonato relevante desde los Juegos de 1948.

Londres participó en el ámbito de la organización estatal de los mundiales de fútbol en 1966 y de los europeos en 1996, pero entre las grandes ciudades europeas es una de las que cuentan con menos experiencia en la organización de grandes acontecimientos deportivos. No tiene un estadio digno de tal nombre, no dispone de pabellones de pista cubierta, no cuenta con ningún gran centro acuático y ni tan siquiera ha dispuesto de gran apoyo ciudadano. Y, sin embargo, ha ganado. Eso va en la cuenta de Blair y del legendario atleta Sebastian Coe, presidente de Londres 2012. Recogió un proyecto mortecino y lo ha convertido en el caballo ganador. Si una candidatura tan vulnerable es capaz de vencer con tanta autoridad a un proyecto mejor y más acabado, se debe a que París no ha sabido responder con eficacia a la agresiva estrategia de su rival. Trasladado a términos políticos, Chirac tampoco ha sido capaz de contener el emergente poderío de Blair. Definitivamente, son tiempos de frustración en Francia.

La eliminación de Madrid en la tercera ronda produce tristeza, pero no decepción. La capital de España ha participado con enorme categoría en la carrera olímpica más impresionante de la historia. Se ha enfrentado a cuatro de las principales metrópolis del planeta, ciudades que representan a los países que decidieron el mapa del mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Nunca había ocurrido. En Singapur se ha acreditado un gran triunfo de Juan Antonio Samaranch, el hombre que transformó el modelo olímpico radicalmente en los años ochenta. En 1984, sólo una ciudad presentó su candidatura: Los Ángeles. Nadie quería organizar un acontecimiento ruinoso, privado de las grandes estrellas profesionales del deporte y expuesto a boicoteos constantes. En 2005, cinco de las principales ciudades del mundo han competido casi con fiereza por obtener la designación de los Juegos.

Madrid ha respondido al reto de manera impecable. Lo ha hecho con un gran proyecto y con una idea que bien valdría para otros terrenos más áridos en la actualidad: el entendimiento de las fuerzas políticas y sociales, la colaboración del Gobierno con un Ayuntamiento de distinto color político, la generosa implicación de la Corona, el apoyo y ayuda decisivos en personas y en energías de toda España, especialmente de Cataluña. Ha sido un ejemplo de sensatez que convendría aplicar en áreas más turbulentas de la vida política española, dominada en ocasiones por el temor, los pronósticos apocalípticos y el triunfo de la tensión.

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