¿Cómo luchamos contra la pobreza?
Estos últimos días los medios de comunicación vienen llenos de noticias, artículos y reportajes sobre la situación en África, las propuestas del G-8 de cancelar la deuda externa o de incrementar las ayudas al desarrollo, y de la "lucha contra la pobreza". La Cumbre del G-8 que tiene lugar en Escocia ha elevado la cuestión de la pobreza a tema de máximo interés mediático. Muchas pensamos que ya era hora que se diese un poco de importancia a los problemas y la situación de empobrecimiento que sufren millones de personas en el planeta..., pero sin duda no es suficiente con dar unas cuantas portadas a África.
Además de buenas palabras, hace falta actuar, y no de cualquier manera. Los que cada año, haya macroconciertos o no, seguimos las cumbres del G-8 sabemos que las promesas de alivio de la deuda, de incremento de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) o de contribuciones a los fondos de lucha contra la malaria o el sida, se repiten año sí, año también. El primer problema es que estas promesas, generalmente, no se cumplen. Como los 100.000 millones de dólares que prometieron en 1999 en cancelaciones de deuda a través de la Iniciativa HIPC y de los que sólo se han hecho efectivos 30.000 millones.
El segundo problema es que, como en el caso de las actuales promesas de alivio de la deuda multilateral de 18 países pobres, los gestos generosos del G-8 llegan a menudo con condiciones incluidas, condiciones como la apertura indiscriminada de sus mercados (sin esperar a que la UE o los EE UU eliminen los subsidios a las exportaciones), la liberalización de los sectores financieros y de servicios (en los que las empresas de los países ricos no tienen competencia), la privatización de los servicios públicos, etc. Medidas que vienen siendo impuestas en estos mismos países por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial desde los años ochenta con impactos nefastos sobre el nivel adquisitivo y la calidad de vida de la población.
El último problema, y seguramente el más importante, es que nuevamente el G-8 se erige sin ninguna legitimidad democrática en un gobierno mundial de facto, que impone sus decisiones sin ni tan sólo consultar con los implicados.
Las medidas necesarias para luchar contra la pobreza son cosa de todos y todas, deben ser fruto de un consenso en el que participemos los gobiernos y las sociedades civiles del Sur y del Norte. La lucha contra la pobreza es un problema demasiado importante para dejarlo en manos de 8 hombres ricos que se creen los amos del mundo.
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