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África: respuesta y responsabilidad

Voy a participar en la cumbre del G-8, que se celebra esta semana en Gleneagles, con restos de tierra africana en la suela de mis zapatos. La semana pasada visité tres países africanos muy diferentes: Suráfrica, Mozambique y la República Democrática del Congo. Cada uno con su propia historia. Pero después de visitarlos, llegué a una conclusión clara: la transformación de África es una cuestión vital para mi generación, tanto en Europa como en África.

En Suráfrica, bajo un cielo brillante, en el asentamiento de Orange Farm, le entregué a Ma Williams su teléfono móvil. Se le saltaron las lágrimas. Ahora podrá estar en contacto con su red de colaboradores sin tener que emprender una larga caminata hasta el teléfono público. Ma Williams gestiona un centro de asesoramiento financiado por la Comunidad Europea en Orange Farm. Ella y un equipo de activistas comunitarios ayudan a un millón de surafricanos a convertir en realidad los derechos que tanto les ha costado obtener. Derechos como el acceso al agua, a la electricidad... y a los medicamentos para tratar el VIH/sida. El VIH/sida omnipresente. El padre Guido me contó, mientras comíamos habas con arroz en su minúscula y animada iglesia, que normalmente celebra seis entierros al día. Pudimos admirar las coles que Ma Williams cultiva para alimentar a los miles de huérfanos del sida en su comunidad.

Mi viaje a África me ha permitido conocer más a fondo lo que Europa está haciendo, y puede hacer, en África. Europa está desempeñando ya un papel primordial: ofrece oportunidades a los países africanos y les ayuda a aprovecharlas al máximo. Europa es el principal donante de ayuda del mundo, con un 55% del total de la Ayuda Oficial al Desarrollo. Es también el bloque comercial más abierto del mundo: recibe más importaciones de los países menos desarrollados, y el doble de las procedentes de África, que todo el resto de los países del G-8 no pertenecientes a la UE. Para 2009, Europa habrá suprimido las cuotas y aranceles sobre todos los productos (a excepción de las armas) originarios de los países más pobres del mundo. Pero, además de las ayudas y de la apertura de sus mercados, Europa también es el proveedor de asistencia comercial más importante a escala mundial para que los países pobres puedan aprovechar sus nuevas oportunidades en el mercado europeo. No tiene sentido permitir el acceso de estos países a los mercados europeos si no son capaces de aprovecharlo.

Pero Europa puede y debe hacer más. Por ello, la Comisión Europea ha propuesto que Europa se prepare para duplicar la ayuda en un plazo de 10 años, concediendo especial prioridad a África. Asimismo, pretende conceder ayudas más cuantiosas y previsibles a los países bien gobernados. Y queremos que esta ayuda se dirija con mayor precisión hacia objetivos que contribuyan a un crecimiento sostenible; el teléfono de Ma Williams no le servirá de nada si no paga las facturas correspondientes. Me sentí profundamente satisfecho cuando los líderes europeos aprobaron las propuestas de la Comisión en el reciente Consejo Europeo. Se han comprometido a incrementar la ayuda al desarrollo en 20.000 millones de euros anuales de aquí a 2010. El alboroto en torno a la Constitución y el presupuesto apagó este mensaje de esperanza, pero no podemos olvidarlo.

¿Y por qué Europa? África es un continente vecino, a sólo unos kilómetros al otro lado del Mediterráneo. Su inmenso potencial, humano y económico, está sin aprovechar. Forma parte del pasado y del presente de Europa. Nuestros valores europeos no pueden permitirnos aceptar como irremediable que 25.000 personas mueran cada día de hambre. En la extraordinaria respuesta de los ciudadanos tras la catástrofe del tsunami comprobamos la inmensa solidaridad que los europeos sienten hacia las zonas del mundo que sufren.

Pero los europeos no deberíamos actuar en África sólo para sentirnos mejor: ellos necesitan nuestra ayuda. Y deberíamos brindársela con espíritu de cooperación y con sensibilidad. Áfricas hay muchas, como he podido comprobar en mis viajes, cada una con necesidades diferentes. Hay un África de la determinación y las oportunidades, de historias de éxito como las que vi en Suráfrica y Mozambique. Es un cambio dinámico, impulsado desde dentro. Pero también está el lado oscuro, el que nos resulta más conocido: un África de guerras, hambruna y enfermedad, de abusos de los derechos humanos, que nadie, ya sea africano, asiático o europeo, debe aceptar.

África no sólo necesita respuestas, también responsabilidad. Responsabilidad por ambas partes, europea y africana, para garantizar la buena gobernanza y apoyarla. Los africanos deben tomar la iniciativa, por ejemplo, a través del proceso de evaluación interpares iniciado por la NEPAD (Nueva Asociación para el Desarrollo de África) y del desarrollo de la Unión Africana.

La paz y la estabilidad también son necesarias, como bases para el desarrollo económico y social. Una vez más, África toma la iniciativa, por ejemplo, a través de la misión pacificadora, cada vez más importante, de la Unión Africana en Darfur, que Europa financia y a la que ofrece su experiencia. Estas organizaciones y procesos están en una fase incipiente. Merecen todo nuestro apoyo.

Así, cuando me reúna con los líderes del G-8 me sentiré orgulloso de transmitir un mensaje europeo de esperanza, determinación y cooperación. Una de las tareas que corresponden a mi generación es intentar conseguir que la pobreza absoluta deje de ser un aspecto inevitable del panorama mundial y se convierta en un tema de los libros de historia. Para ello, no sólo se necesitan recursos. La voluntad política, la organización y la responsabilidad de todos son imprescindibles. Es un reto para la Europa ambiciosa y de espíritu abierto de la que deseo formar parte, una Europa de valores, no sólo de mercados. Una Europa que ayude a todas las Ma Williams de África a transformar su continente.

José Manuel Durão Barroso es presidente de la Comisión Europea.

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