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Reportaje:

Las heridas del arte moderno

Una conservadora del Museo de Bellas Artes de Bilbao realiza un recorrido por las obras contemporáneas y su trabajo

La segunda planta del edificio nuevo del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que alberga la colección de arte contemporáneo, muestra la creatividad de los autores más modernos y arriesgados. Colores, materiales y composiciones que se aprecian a simple vista y en las que se descubre la genialidad de sus creadores. Sin embargo, esa contemplación no sería la misma sin el trabajo invisible de los conservadores del museo. Aunque el público tiende a pensar en la restauración como una disciplina que trabaja con el arte antiguo y la asocia con la recomposición de retablos y la reparación de ajadas pinturas o frescos, su papel es igualmente fundamental en el arte moderno.

María José Ruiz-Ozaita es la conservadora de arte moderno en el Bellas Artes bilbaíno, una labor que se definió en 1998. Hasta entonces, y desde hace casi 20 años, todo el equipo del departamento de Conservación y Restauración trabajaba con la colección entera, aunque ella puntualiza que, a pesar de la actual separación de especialidades, el trabajo sigue poniéndose en común: "Seguimos siendo un equipo".

"La primera diferencia importante es que el artista esté vivo o muerto"

Ruiz-Ozaita guía a EL PAÍS por un recorrido único por el arte moderno del Bellas Artes y desgrana algunos de sus secretos. "La primera diferencia importante es que el artista esté vivo o muerto. Para los que conservamos arte contemporáneo, es esencial que el artista esté vivo, porque nos proporciona mucha información sobre su forma de trabajo, los materiales que emplea. Por ejemplo, con Txomin Badiola trabajamos con él mano a mano para el montaje de su escultura de acero, para decidir con qué iría enganchada la pieza y de qué forma", comenta Ruiz-Ozaita. Asegura que los artistas, "normalmente", se muestran "agradecidos y encantados" de que su obra se conserve. Si el artista está muerto, los problemas surgen de sus herederos, menos permeables al trabajo del restaurador. "Aunque yo no he tenido ni un sólo problema en el tiempo que llevo aquí", indica. Y recuerda que, por ejemplo, "Saura dejó a alguien encargado de gestionar la conservación de su obra, y Oteiza indicó en vida qué personas eran la referencia para la restauración de sus piezas". Y es que, como puntualiza la conservadora, "los artistas son los primeros interesados en que su obra se conserve en las mejores condiciones".

Los problemas del arte moderno van desde el propio montaje, que puede ser muy complicado debido a la monumentalidad de algunas piezas, hasta los materiales, donde la experimentación ha llevado a los resturadores a tener que dotarse de conocimientos ajenos a su profesión. Desde la ferretería al tratamiento de plagas, debido a las materias orgánicas empledas. "La formación en arte antiguo es muy útil, pero no te da las pautas. En arte moderno hay una gran profusión de materiales, soportes, canales...", comenta Ruiz-Ozaita. Y quizá también haya menos preocupación de los creadores por perdurar: "Tiene que ver con los tiempos que vivimos: es todo un usar y tirar constante".

Cada vez que se enfrenta a una obra lo primero que hace es "un mapa de patologías". "Se identifican todos los males, estudiando cada técnica y cada material de que está hecha, milímetro a milímetro. Hay daños que se quedan ahí porque intervenir sería más arriesgado"

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De sus trabajos de conservación, Ruiz-Ozaita se muestra especialmente orgullosa del efectuado al óleo de Ruiz Balerdi En el gran jardín, un cuadro de 1966 de grandes dimensiones (seis metros de largo). "Tenía un problema en el bastidor en el que estaba tensada la tela. Es un gran formato que en algunos lugares tiene hasta seis capas de pintura. Balerdi tardó ocho años en pintarlo", explica de lo que define como "el mejor trabajo" que ha hecho. Para solucionar sus problemas, la conservadora ideó "una cama", donde reposara el lienzo. Se construyó un bastidor nuevo de aluminio y madera y sobre él se montó una tela "de muy buena calidad". En el gran jardín reposa sobre esta tela, sin pegar, sujeto en el perímetro, como si descansara en un lecho.

Del ejemplo de resturación de materiales tradicionales (óleo y lienzo), Ruiz-Ozaita pasa a una escultura de John Davies compuesta "por tres figuras humanas de fibra de vidrio, vestidas con ropa encolada y con pelo natural, que posan sobre un soporte de madera". A pesar de la complejidad de la pieza, la conservadora recuerda lo gratificante de trabajar con John Davies. "Es un artista exquisito. Supervisa todo, desde el montaje a las condiciones de temperatura, humedad", dice. En el Bellas Artes se mantiene una temperatura constante de 19 grados con un 50% de humedad relativa.

El trabajo más reciente de Ruiz-Ozaita ha sido con las esculturas de Jacques Lipchitz, una de las exposiciones actuales del Bellas Artes, compuesta por las donaciones de la Fundación del escultor. "Estas piezas estaban guardadas en un almacén, en muy malas condiciones", indica, refiriéndose al problema del almacenamiento de obra que tienen muchos artistas. "Txomin Badiola o Pello Irazu, por ejemplo, son muy ordenados y cuidadosos con sus obras, pero hay otros, y no digo nombres, que tienen todo amontonado", comenta.

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