Pero no un camino
El 3 de julio de 1883 nació Franz Kafka. Como una forma de homenaje a quien anticipó una de las representaciones más lúcidas de nuestro tiempo, voy a empezar esta columna con una cita tomada de Cuadernos en octavo: "Nadie puede conformarse con el mero conocimiento, sino que tiene que obrar de acuerdo con él". Traducida al arranque del nuevo periodo político en Euskadi, la frase adquiere una particular significación: nadie puede conformarse con meros discursos, sino que tiene que obrar en consecuencia. La semana pasada, tras jurar su cargo, Juan José Ibarretxe expresó su deseo de que ésta sea la legislatura de la pacificación y de la normalización "entre todos". Y sin embargo las declaraciones y los gestos de ese día -juramento y toma de posesión sólo en euskera, o anuncio de una mesa extraparlamentaria de partidos- contradicen esa intención, en la medida en que constituyen ya motivo de desencuentro y argumento de división. No parece cosa de descuido y habrá que volver sobre el asunto; pero en cualquier caso estoy segura de que mejores invitaciones al acuerdo se han visto.
A cualquiera, sin darle mucha vueltas, se le ocurre que una buena base para el entendimiento "entre todos" es hablar para todos; devolverle al lenguaje su condición primera de código de comunicación, de enunciado que aspira al contacto con el otro e invita a la respuesta. Y dejar de hacer de las lenguas permanente campo de batalla o exclusivo patio de mi casa (en el sentido material y simbólico). O recordar "entre todos" que, sin ir más lejos, bakea y paz tienen la misma etimología; que ambas proceden del latín pax-pacis, es decir, que son palabras más que primas hermanas, hermanas siamesas, de esas tan unidas por la cabeza que no se pueden separar.
Buena base para la pacificación parece también el respeto de algunos rudimentos democráticos. (Da vergüenza europea tener que recordarlos; pero por algo seguimos necesitando en este país incluir en todos los programas un epígrafe de "normalización"). Uno de los más básicos es el que delimita las responsabilidades institucionales. Juan José Ibarretxe es una persona, y como tal tiene derecho a elegir sus afectos y sus pertenencias; pero el lehendakari es una institución que incluye el deber de representar a todos los vascos. A todos en su pluralidad identitaria, lingüística, ideológica; a todos. Por ejemplo, a los católicos y a los que no lo son. Lo digo porque vivimos, hasta nueva orden, en un Estado no confesional y comprobar que el lehendakari de todos jura aún en Gernika, sobre la Biblia y "postrándose ante Dios", no es algo que incite precisamente a la adhesión; más bien estremece por lo que tiene de obvia anacronía y de evocación de remoto fundamentalismo. Supongo, aunque a estas alturas cualquiera sabe, que por lo menos los miembros comunistas del tripartito estarán de acuerdo conmigo en este punto.
El anuncio de una mesa extraparlamentaria de partidos no favorece desde luego el consenso. De entre las objeciones a esa convocatoria, destacaré las más elementales: la ausencia de un compromiso antiviolento por parte de Batasuna y la representación parlamentaria. El Parlamento recoge concreta y explícitamente la voluntad ciudadana; fuera de la Cámara sólo hay suposiciones de representación: o lo que es lo mismo, los votantes no le pertenecen a nadie en abstracto y de por vida. Entiendo que la pacificación pasa también por dejar de forzar la maquinaria democrática para que dentro quepa siempre un mundo al revés. Insistiré otro día en esa "normalización", palabra bastante deprimente porque que nos recuerda que en Euskadi vivimos aún en la a-normalidad. Hoy concluyo con otra cita de Kafka, tomada también de los Cuadernos en octavo: "Hay una meta pero no un camino". Porque en este inicio de legislatura el lehendakari anuncia metas sin camino; sin proponer caminos transitables.
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