La ambición europea de Blair
Reino Unido aprovechará la debilidad del eje franco-alemán en el semestre de su presidencia para imponer su visión de Europa
Tony Blair ha tomado el timón de la Unión Europea. Lo ha tomado formalmente, como primer ministro que ejerce la presidencia de turno desde el pasado viernes y hasta el 31 de diciembre, pero también políticamente al aprovechar la crisis que estalló tras el no de franceses y holandeses a la Constitución europea para conseguir que cale su empeño de abrir un debate sobre el futuro de Europa y, más en concreto, sobre el futuro de su modelo social.
Político con más vidas que un gato, Blair ha resurgido una vez más para proponerse como el líder de esa reflexión. No todos creen que esa resurrección le lleve a la vida eterna: su crédito europeísta va a la baja y el lastre que lleva en política interior, la batalla para mantener la silla de primer ministro que le quiere arrebatar Gordon Brown, aunque aletargada, puede reaparecer en cuanto pase la cumbre del G-8 de esta semana o cuando finalice la presidencia europea.
El primer ministro ha suavizado su crítica a la Política Agrícola Común tras el fiasco del Consejo
Pero Blair no sólo busca su consolidación tras una legislatura en la que la guerra de Irak dejó su carisma hecho añicos. También quiere aprovechar la debilidad política de Alemania y Francia -con sus líderes tan en declive como su economía- para imponer su visión de Europa. De entrada, Blair ha demostrado una vez más su habilidad política y se ha hecho con el calendario. El debate sobre si la Constitución europea está viva o muerta ha desaparecido del escenario en buena parte porque él se ha apresurado a darle el golpe de gracia con la suspensión del proceso de ratificación en el Reino Unido. A esas alturas, la Constitución ya estaba, como definió un alto funcionario europeo en Bruselas, "ni viva ni muerta: en coma", pero él puso su granito de arena para asegurarse de que no despierte.
El segundo paso de Blair ha sido trasladar el debate a su terreno. Primero, al diagnosticar que el rechazo de los franceses a Europa es consecuencia del anquilosado modelo económico continental y levantar la bandera de las reformas como medicina. Luego, al ligar la defensa del cheque británico a la reforma de la Política Agrícola Comunitaria (PAC). El tercer golpe, facilitado por su papel de presidente europeo, ha sido convocar una cumbre informal extraordinaria en otoño, en territorio británico, para debatir "el futuro del modelo social europeo". La ha convocado con muy buenas palabras y poniendo de por medio a la Comisión Europea, encargada de presentar un papel para engarzar la discusión. Pero Blair ha conseguido así trasladar la batalla desde la querella presupuestaria a lo que de verdad le interesa: el modelo social. O, lo que es lo mismo, abrir un debate sobre si Alemania y Francia pueden seguir manteniendo ese modelo social. Todo lo contrario de lo que pretendía la izquierda francesa con su no a la Constitución.
Las maniobras de Blair son consecuentes con la visión que tiene de Europa, pero no están exentas de contradicciones. Al pedir una reforma del modelo social europeo y patrocinar la extensión del modelo británico está diciendo a franceses y alemanes cómo deben manejar su economía y proponiendo que la UE intervenga de alguna manera en la alteración de esas políticas nacionales. Algo que difícilmente aceptaría él si el escenario fuera el opuesto: si Europa les dijera a los británicos cómo tienen que gestionar su economía.
Su batalla contra los subsidios agrícolas no es nueva y se apoya en un consenso político muy extendido en el Reino Unido. Pero la virulenta manera con que ha enarbolado esa bandera en las últimas semanas ha tenido cierto tufo de oportunismo dados los antecedentes más inmediatos. En 2002 Blair aceptó un acuerdo de contención del gasto agrícola que al mismo tiempo significaba una garantía para Francia de que la ampliación apenas reduciría su participación en la PAC durante el periodo presupuestario 2007-2013. Era un acuerdo a tres bandas, un típico compromiso comunitario en el que Alemania se aseguraba la limitación del gasto agrícola, Francia sus propias ayudas y el Reino Unido el definitivo apoyo francés a la ampliación. Pero Londres ahora sólo recuerda que aquel acuerdo marcaba un techo de gasto y que siempre se puede reducir el dinero.
Blair ha suavizado su oposición a la PAC tras el fiasco del Consejo Europeo de Bruselas, del que Jacques Chirac salió malparado pero él fue señalado como el principal responsable del bloqueo. Ahora ya no pone tanto énfasis en la exigencia de recortar el gasto agrícola cuanto en la necesidad de reformar la PAC. Pero ahí entra en contradicción con los encendidos elogios de su ministra a la reforma de 2003, que no ha entrado en vigor hasta enero de este año. ¿Puede Blair seriamente descalificar una reforma que sólo lleva medio año en vigor y que su Gobierno calificó en los Comunes de reforma "crucial", "radical", que "altera el corazón de la PAC", beneficiosa para el medio ambiente y que reduce las distorsiones en los mercados agrícolas internacionales?
Desde el punto de vista de la política interna, la crisis europea ha sido agua de mayo para Blair. Los conservadores no tienen más remedio que arroparle frente a París y Bruselas y la crisis ha ocultado la debilidad con la que salió tras la victoria en las elecciones.Pero eso puede cambiar en cualquier momento.
Las posibilidades de éxito de la presidencia británica, sin embargo, parecen escasas. El mayor éxito puede acabar siendo la apertura de las negociaciones de adhesión con Turquía y, quizás, con Croacia. Lo natural sería que, tras el no surgido de los referendos, Holanda y sobre todo Francia se vieran tentadas a bloquear futuras ampliaciones. La probable llegada de Angela Merkel en lugar de Gerhard Schröder es otro factor negativo para Turquía. La diplomacia británica ha de trabajar para convencer a París y Berlín de que esa decisión tendría consecuencias muy negativas y que, dado que el ingreso va para largo y siempre se puede bloquear en el futuro, lo más sensato es dar vía libre a las negociaciones de adhesión. Y el Foreign Office parece convencido de que así será. Pero las perspectivas son peores en el ámbito legislativo y los expertos auguran que no habrá acuerdo presupuestario ni sobre la liberalización de servicios.
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