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FAMILIA

La objetividad difuminada

Cada uno analiza la realidad a través de un tipo de lentes distinto, pero luego muchos pretenden que esa visión sea la correcta, la única, la objetiva. Tener la razón nos produce un indudable placer. Sin embargo, alcanzarla requiere mucho esfuerzo y no dejar nunca de hacernos preguntas.

Por definición, una persona evalúa, decide y actúa según su propio raciocinio, lo que la convierte por naturaleza en un ser subjetivo. Sin embargo, de cara a reducir nuestro margen de error y a acertar cada vez más con nuestras decisiones, nos esmeramos en alcanzar la objetividad. No es una tarea fácil. Tal vez para disminuir la distancia que nos separa de ella sea útil conocer algunas de las causas que, según el especialista en análisis y obtención de información Omar Mahmoud, más limitan nuestra pretendida objetividad.

Lo primero que oímos. El efecto ancla es casi inevitable. Es el que se produce cuando nuestro pensamiento está influenciado y determinado por la primera información que recibimos. Si un amigo nos dice que podemos viajar de Madrid a Barcelona por carretera en menos de cinco horas y nosotros tardamos seis, nos dará la sensación de que el nuestro ha sido un viaje largo y pesado. Si esa persona nos hubiese dicho que no bajaríamos de seis horas y media, entraríamos por la Diagonal de Barcelona encantados con nuestras seis horas escasas y tan satisfechos que nuestro recorrido nos parecería una breve y placentera travesía.

El falso baremo. La exposición a unos datos de partida condiciona el signo que le vamos a dar a la realidad. Como ejemplo, basta un experimento. Preguntados dos grupos de personas por el porcentaje de países africanos que pertenecían a la ONU, se les mandó determinar si éste se encontraba por encima o por debajo de una cierta cifra que, se les avisó, no era la correcta. La cifra era el 10% para el primer grupo y el 65% para el segundo. Obviamente, el primer grupo acertó que el porcentaje de países africanos miembros de la ONU era superior al 10%, y el segundo, que era inferior al 65%; pero lo curioso es que, cuando se les pidió que hicieran una aproximación más concreta, el primer grupo se decantó por un 25% y el segundo por un 45%. El hecho de haberles dado una cifra, a pesar de haberles advertido de que era falsa, condicionó su decisión posterior.

Verificar es de sabios. Por otra parte, tendemos a comprobar nuestra hipótesis, pero no la contraria de lo que deseamos probar. Como ilustración, basta un simple juego. Supongamos que tenemos cuatro cartas y que cada una tiene una letra por una cara y un número por la otra y que hay que probar la siguiente afirmación: "Todas las cartas con vocales por un lado tienen un número impar en su reverso".

Las cuatro cartas están ante nosotros encima de una mesa y muestran una A, una B, un 3 y un 4. Se trata de dar la vuelta al mínimo posible de cartas para probar la afirmación anterior. La respuesta más común es que basta con darle la vuelta a la carta con la A para comprobar que hay un número impar detrás. Pero, y ésta es la evaluación asimétrica en la que casi nadie cae, también es estrictamente necesario saber que detrás del 4 no hay ninguna vocal. De haberla, no sería cierta la afirmación. (Algunos creen que también habría que darle la vuelta a la carta del 3, pero no es preciso hacerlo, porque si detrás del 3 hubiese una consonante no pasaría nada, ya que la afirmación que se quiere probar no exige ningún tipo de número a las consonantes en su reverso). Esto es un ejemplo de evaluación asimétrica y la reflexión es que, si con un simple ejercicio de cuatro cartas como éste tan poca gente cae en la cuenta de la conveniencia de realizarla, ¿qué no ocurrirá en la vida real?

El teléfono en la ducha. La evaluación asimétrica no es más que una carencia de objetividad a la hora de observar y citar ocasiones en las que ciertas cosas ocurren. Una persona que cree en la astrología, citará las predicciones que han resultado acertadas, pero no hablará de las que han fallado. Del mismo modo, recordamos los sueños que se convierten en realidad, pero olvidamos el resto.

Un modo racional de abordar la evaluación asimétrica es construir una tabla de doble entrada que enumere las ocasiones en que las cosas han ocurrido finalmente y las ocasiones en que no han ocurrido. En la vida diaria siempre nos quejamos de que el teléfono suena justo cuando estamos en la ducha. Pero si uno llevara una cuenta durante un par de meses y cada vez que sonara el teléfono anotara cuántas han sido mientras estaba en la ducha y cuántas mientras estaba fuera, podría percatarse de que su lamento era infundado.

El 'efecto Piccadilly'. Otra de las principales causas de nuestra subjetividad es la superficialidad en el análisis de las cosas. Si uno viaja a Londres, el guía turístico le explicará que el origen del nombre de la plaza y calle de Piccadilly se remonta a los tiempos en que un sastre que vivía en la zona fabricaba unos cuellos que se llamaban piccadilly. Sin embargo, lo más seguro es que a nadie se le ocurra preguntar por qué los cuellos se llamaban piccadilly.

Lo mismo sucede en un aeropuerto, cuando nos informan de que nuestro vuelo saldrá tarde como consecuencia de que el avión va a llegar con retraso. La mayoría se conforma y no pasa a preguntarse por qué (¿Tal vez porque se averió? ¿Hubo un problema técnico? ¿Congestión aérea en la ciudad de origen?). No; en su lugar, los más se dan por satisfechos con la primera explicación. Y la objetividad solamente se alcanza ampliando los porqués hasta llegar al origen, a las primeras causas.

Fernando Trias de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor.

Superiores a la media

Las razones de la falta de objetividad son cognitivas y emocionales. Una peculiar forma de irracionalidad, detectada por Garrison Keillor, consiste en que todo el mundo tiende a pensar que está por encima de la media en determinados aspectos. En una prueba en que se preguntó a unos estudiantes si estaban por encima o debajo de la media en cuanto a la capacidad intelectual promedio de la clase, el 70% dijo estar por encima y solamente un 2% dijo estar por debajo. Entre los profesores, la prueba dio como resultado que el 90% creía tener capacidades de enseñanza superiores a la media. En un estudio sobre motoristas realizado en el Reino Unido, el 95% de los conductores declaró ser mejor que la media. La objetividad requiere valorar nuestras capacidades y conocimientos en su justo término. A esto habría que añadir además el efecto testosterona, y es que, no por curioso es menos cierto: los hombres, más que las mujeres, reconocen menos errores de los que cometen

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