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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Nervios bancarios

El máximo alcanzado en los precios del petróleo, la excepcional expansión crediticia y el nivel históricamente bajo de los tipos de interés reales serían los principales elementos generadores de inquietud para el BIS

Emilio Ontiveros

LOS BANCOS CENTRALES no están tranquilos. Frente a una realidad económica global menos confortable que la del pasado reciente, los responsables de la política monetaria y de la supervisión financiera en las principales economías tratan de orientar sus decisiones y recomendaciones al fortalecimiento de la estabilidad sin cercenar las hoy menos evidentes posibilidades de crecimiento. La importancia relativa que en los distintos países se le asigna a cada uno de esos propósitos es, lógicamente, desigual, incluso en el seno de Europa.

La que de forma más explícita ha manifestado su inquietud por las amenazas a la estabilidad ha sido la decana de las instituciones multilaterales, el Banco Internacional de Pagos (BIS), que celebra ahora su 75º aniversario. Y no lo hace precisamente echando las campanas al vuelo. Nunca se ha caracterizado este coordinador de los bancos centrales por ser la alegría de la huerta en sus interpretaciones de la economía y de las finanzas internacionales; en su recién publicado informe anual tampoco regatea advertencias, forzando incluso similitudes del momento actual con la etapa del final de los sesenta y su desembocadura en los inflacionistas setenta del pasado siglo, que no invitan precisamente a la tranquilidad.

El máximo alcanzado en los precios del petróleo, la magnitud de los desequilibrios nacionales, el distanciamiento de los tipos de cambio de algunas monedas de sus referencias de equilibrio, la excepcional expansión crediticia y el nivel históricamente bajo de los tipos de interés reales serían los principales elementos generadores de inquietud para el BIS. Ya han contribuido, en todo caso, a que el año en curso no pueda batir a 2004 como el mejor de las tres últimas décadas.

Las preocupaciones de la Reserva Federal, según hemos verificado esta misma semana, siguen estando más centradas en la normalización de la curva de tipos de interés: en la resolución del conundrum de los bonos, en expresión del propio Alan Greenspan, o del correspondiente puzzle, según el BIS: la yuxtaposición de bajos rendimientos de los bonos con una economía aparentemente robusta y tipos de interés de intervención al alza. Esos bajos tipos de interés a largo plazo, además de interpretarse como ausencia de amenazas inflacionistas, pueden transmitir una escasa confianza en las posibilidades de crecimiento a largo plazo.

Esta última preocupación parece asumida por aquellos otros bancos centrales que ya han dispuesto la reducción de sus tipos de interés o están considerándolo seriamente. A la decisión que hizo efectiva la semana pasada el Banco de Suecia, y la que acaba de hacer el Banco Central de Polonia, en medio y un punto, respectivamente, pueden sucederles movimientos similares del Banco de Inglaterra e incluso del Banco Central Europeo, al que el FMI y la OCDE le han sugerido hace tiempo la conveniencia de hacerlo. Una decisión hoy algo menos probable que cuando el euro estaba mas apreciado frente al dólar, y el barril de petróleo en niveles menos amenazantes de la estabilidad de los precios en la eurozona.

Esa eventual relajación de la política monetaria ayuda a comprender los nervios del Banco de España. Huérfano de capacidad de decisión en política monetaria, de acciones con las que neutralizar los ya muy explícitos riesgos sobre la estabilidad de precios, se limita, al igual que el BIS, a la emisión de alertas. Las relativas al elevado endeudamiento de las familias, derivadas en gran medida de la expansión sin precedentes de la actividad y de los precios inmobiliarios, son las más insistentes, aunque en modo alguno las únicas.

Ocasión debería haber en la próxima reunión del Grupo de los Ocho en Glenaglels, para no sólo compartir diagnósticos e inquietudes, sino para tratar de atajarlas reforzando la cooperación entre los ministros de finanzas y banqueros centrales, como sugiere el propio BIS. Lo aconseja no tanto la difícil preservación del crecimiento de la economía mundial del pasado año, sino la más importante y no menos comprometida estabilidad financiera global.

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