Carta al cardenal
Le escribo al señor cardenal como madre de una familia muy numerosa, con diez hijos.
¡Qué suerte tiene Sevilla de que su cardenal sea don Carlos Amigo! Están los tiempos de Dios tan revueltos. Tiempos de crisis en que la semilla de una fe viva ha crecido durante años sin abonar, germinando junto a una cizaña a la que empezamos a diferenciar por los miedos a ser segada y arrancada de raíz de un campo labrado con las injusticias de las desigualdades.
Don Carlos ha sido y es por donde pisa un sembrador del bien y de la paz. Es también un pastor que va detrás de las ovejas y no delante. Él, con su altura y sonrisa, nos sigue y observa en este caminar sevillano.
Monseñor Amigo sirve sin descanso y acude a la voz de sus ovejas. Personalmente, lo llamé una vez y acudió al instante. Fue hace cinco años para que viniese a La Rinconada a hablarles de San Fernando, patrón del pueblo, a niños y niñas de un colegio público. Carlos Amigo acudió puntual a La Rinconada con el hermano Pablo, y, cómo no, los niños de La Rinconada fliparon con su voz y con las cosas que les contó.
Me consta, como testigo directo que fui, que durante aquella mañana de aquel 30 de mayo más de 100 niños entre 12 y 15 años, alumnos de un colegio público andaluz, actuales viveros de violencia, percibieron la paz que les transmitió un hermano franciscano, ayer y hoy cardenal, un amigo que no diferencia entre los canis y pijos, entre hetero y homosexuales, entre andaluces e inmigrantes, porque nuestro cardenal, si algo es, es amigo de todo su rebaño, a pesar de que haya alguna oveja que para comer necesite escribir riéndose de los demás, creyéndose más borrego por tener el don de las letras.
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