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Columna
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Otro Mediterráneo

Todos sabemos que el Mediterráneo no sólo es un mar, sino, sobre todo, una cultura, la nuestra. Pero el Mediterráneo también es la patria de muchas otras culturas. De tantas, que resulta ridículo que sólo una de ellas intente apropiárselo. Son muchos los Mediterráneos, y muy diversos, y muchos también los Arcos Mediterráneos de ese mar, no sólo el que va de Almería a Génova. Mediterráneos son los musulmanes, pues la banda sur de este mar es oriental y no debemos olvidar que las Mil y una noches empiezan al otro lado del Estrecho. Mediterráneos son los eslavos de Eslovenia, los griegos y los turcos, el conflicto palestino-israelí, las pirámides de Egipto, la agreste Albania, las islas croatas, Venecia y Alejandría, el pequeño Montenegro, Roma y su hija Italia, los desiertos árabes o las ciudades magrebíes, donde pervive algo de ese otro Mediterráneo, tan europeo, que se cultiva en Francia. El Mediterráneo está en América Latina, naturalmente. Y en la bella y políglota Trieste.

Mas, ¿es también Mediterráneo el norte de España? Desde luego. Latino y griego, aunque tenga querencias anglosajonas o literariamente célticas, toda esa cultura feliz del alcohol y las gaitas. Pero Roma también estuvo allí, es lo que más estuvo. Y pervive en el idioma y en las leyes. Incluso en el País Vasco, Roma se enseñorea. Y el Mediterráneo también llega a Portugal, aunque el país luso no participe en los juegos de Almería por minuciosas razones cartográficas. Portugal entero es mediterráneo, y, a la par, atlántico. Y en Portugal, en la orilla del Duero, y muy cerca del océano, vivía el poeta más mediterráneo de todos, probablemente. El poeta de la luz y de la precisión: Eugenio de Andrade. Su voz, como la de Gil-Albert, es de olivos y de piedras nítidas, de blancuras y mares. De una libertad que atraviesa el tiempo. Poeta del cuerpo, del amor, de la celebración de cada hora. Es muy conveniente descubrir a los otros mediterráneos. A los que estaban aquí, con nosotros, sin que nos diéramos cuenta.

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