El triunfo de la razón
Se veía venir. Nos hemos pasado tanto tiempo llamando a las cosas por otro nombre que al final se han contagiado. Me refiero menos a la sentencia del caso Segi que al patrón mental que la alimenta, porque detrás de cada sentencia se supone que hay alguna mente, a menos que haya tres. ¿Cómo va a ser Segi terrorismo si durante años y años les hemos estado llamando "chicos de la gasolina" -o del mechero- y chavalería jatorra, quizás un poco revoltosa, que sólo comete chiquilladas o a lo sumo algaradas? Ya era hora que nuestra insistencia tuviera premio. Por no hablar de las armas.
De todos es sabido que el cóctel mólotov, es decir una botella con líquido inflamable perfeccionada por algún barrabás para que produzca efectos parecidos al napalm, es un simple trago de fin de semana o, como mucho, una versión fogosa del botellón, y hasta si me apuran, una manera romántica de pasar la velada en tête à tête a la luz de un cajero en llamas mientras los vecinos de arriba se quejan como se quejan siempre que pones la música demasiado alta. ¿Los cohetes? Vamos a ver, ¿desde cuándo un cohete puede ser considerado como un arma, si están destinados a estallar en el cielo para llenarlo de colorines? Hay que tener mala uva para cabrearse porque algunas veces el cielo al que apuntan los cohetes es el cielo del paladar de un txakurra o de un madero...
Bueno, de las piedras mejor ni hablar. Por mucho que Ibarretxe defienda el Neolítico, las piedras dejaron de ser armas entonces; ¿quién ha visto cuchillos de obsidiana o hachas de pedernal fuera de los museos? Sería demasiado fácil aducir que todavía hay lugares en el mundo donde se mata a la gente -generalmente a las mujeres- por lapidación; ¿acaso Araba es Saudita, digo, integrista? Ya, que en una peli de Almodóvar una tía mataba a su chorbo con un hueso de jamón... ¡A este paso van a considerar terrorista a un probo gestor como Mikel Antza que no ha visto en su vida más arma que la de Obi-Wan-Kenobi!
Lo expuso el otro día una lectora en este periódico a través de una carta al director: somos semánticamente especiales, tanto que traducimos a Wittgenstein al revés; así donde el filósofo vienés dijo: "Nuestras palabras sólo expresan hechos", nosotros nos hemos empeñado en que ha dicho, aunque sea en euskera: "Nuestras palabras no hechos expresando pueden", que, de acuerdo, violentará tanto la frase original que al final dice lo contrario, pero no me negarán que no queda más confusa, digo, interesante después de pasar por Nuestra Academia, por no mencionar la circunstancia de que siempre será más hermoso decir que las palabras y los hechos no guardan relación alguna entre sí. Poco importa que el texto mencionado, digo, alterado, formara parte del examen de Selectividad, porque así les acostumbramos desde pequeños.
Luego, todo resulta más fácil, por ejemplo, que un diccionario que estuvo colgado en la web del Gobierno vasco pudiese dar como definición de "aislamiento" no lo que pretende esa Euskadi que llaman Euskal Herria, y ni siquiera la materia que se pone en los techos para que no nos entren ideas contrarias al nacionalismo, no; el aislamiento según el Gobierno vasco era una de las torturas que se aplica a los etarras. Así que con focos de tan poderosa radiación conceptual como éstos, no resulta extraño que unos incautos jueces de Madrid hayan cedido a nuestros cantos de sirena. De hecho, estamos ganado enteros a nivel -como diría un funcionario de Lakua- mundial. El otro día, la casa Bonhams de Londres subastó, entre cuadros de artistas como Warhol y Renoir, un lote de pinturas realizadas por un chimpancé.
A esto se le llama triunfar en toda regla, me refiero a que el mundo haya comprendido por fin, gracias a nuestra política lingüística, que nada es lo que parece y que lo que parece ser no es nada. Antes de que nos impusiéramos, se llamaba pintamonas a los malos pintores; ahora, en cambio, a los monos les llaman Picasso. Por cierto, tenemos nuevo lehendakari. Creo que se llama Ibarretxe.
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