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Columna
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Los otros

Los viajes han proporcionado siempre pequeñas o grandes aventuras. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski, un gran viajero, que esta semana ha estado en Barcelona, ha explicado aquí la esencia de sus viajes: "A veces tengo la impresión de que las fronteras y los frentes, los peligros y las penalidades propios de estos viajes, me han producido menos inquietud que la incógnita, siempre presente y renovada a cada momento, de cómo transcurriría cada nuevo encuentro con los otros, con esas personas extrañas con las que me toparía mientras seguía mi camino". Las aventuras del viajero corriente son menos arriesgadas, pero aún así la incógnita del encuentro con los otros no sólo perdura sino que surge por las vías más impensadas y reproduce, en cualquier caso, las nuevas circunstancias del mundo en que vivimos.

Un amigo querido, historiador y editor barcelonés de ideas tan lúcidas como razonables y pacíficas, volvió hace unos días tan contento de un corto viaje de trabajo a Nueva York: todo discurrió como estaba previsto hasta que, en el aeropuerto de Barcelona, le entregaron su maleta. La anodina Samsonite venía cuidadosamente ceñida por cinta aislante para impedir que se abriera: la cerradura había sido forzada. Al abrir la maleta, mi amigo vio revuelto su equipaje y le fastidió que los regalos para sus hijos, elegidos con esmero de padre devoto, estuvieran desempaquetados, pero todo lo que había metido en Nueva York estaba allí. La maleta, en cambio, tenía que ir directamente a la basura: el cierre destrozado la volvía inservible. La anécdota no tendría mayor alcance si no sucediera lo mismo cada día a cientos de personas que viajan desde Estados Unidos, el país más poderoso, tal vez un espejo en el que contemplar el futuro.

El hecho -más frecuente de lo que mi amigo imaginaba- tenía explicación: ya no hay maletas inviolables ni cierres de seguridad que resistan el espíritu de la sospecha. Un papel bilingüe -inglés, español- le informaba de que su maleta "había sido seleccionada entre otras para ser inspeccionada" por la Transportation Security Administration (TSA) "para protegerlo a usted y a sus compañeros de pasaje". Ello se hacía por "obligación de la ley" -sin dar más detalle de ella- "para averiguar si incluía artículos prohibidos". La nota aclaraba que "si la maleta estaba cerrada con llave es posible que (se) haya tenido que romper la cerradura", lo cual se "lamenta sinceramente". "Sin embargo, TSA no es responsable por los daños a sus cerraduras que resulten de esa precaución de seguridad necesaria". Todo sea por nuestro bien.

La nota agradecía "su conformidad y cooperación" y remitía a la web www.tsa.gov "para obtener consejos prácticos y sugerencias de cómo asegurar su equipaje durante su próximo viaje". En la web se explica con detalles -englobados en la sugerente pregunta "¿Llevo los zapatos correctos?"- cómo evitar ser objeto de sospecha de los agentes la TSA. Finalmente el mantra ideológico-incomprensible de rigor: "La seguridad inteligente ahorra tiempo". ¿Qué es seguridad inteligente y cómo puede ahorrar tiempo? ¿Hay que llevar las maletas abiertas o cerradas para estar seguro? ¿Se trata de ir sin maleta? Más seguro: no viajar.

Así, como presunto delincuente, se mira hoy al otro que encarna el viajero: pura constatación. Un juguete puede camuflar un misil: es lo que buscan los guardias -privados- contratados por las administraciones, las cuales no son siquiera responsables de los daños causados por sus pesquisas. Cualquier otro es sospechoso; un sospechoso no tiene derechos ni intimidad. "Mi experiencia de convivir con otros, muy remotos, durante largos años -acabó Kapuscinski- me ha enseñado que la buena disposición hacia otro ser humano es esa única base que puede hacer vibrar en él la cuerda de la humanidad". Éste es el dilema ante el otro: ¿buena disposición o seguridad inteligente?

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